Si nos ceñimos a la metáfora futbolística que usamos ayer en este mismo diario, según la cual el debate en TVE había sido un tedioso partido de ida con abundante uso de catenaccio, podemos resumir en que este partido de vuelta, lejos de ser un debate ágil, cumplió con lo que en la actual TDT hispana se entiende por televisión y dentro de la M-30 Madrid por señorío en el arte del balompié: resbalones, entradas duras, tarjetas y mucha bronca en un campo, más que embarrado, que desprendía un profundo hedor a aguas encharcadas de las que ya no abundan con el cambio climático excepto en nuestras entrañables urbanizaciones tras episodios de gota fría.
No es posible describir lo que pasó anoche sin referirnos mínimamente al minuto y resultado de los medios de comunicación en el Reino de España: el duopolio televisivo, que ha exportado exitosamente el formato de Tómbola a todos los formatos y segmentos, con la tertulia política y deportiva de bajo presupuesto como realización cultural suprema de la década de 2010; y la crisis -en algunos casos terminal- de la prensa en papel que ha transformado el mercado de la prensa en una constelación de pequeños medios de nicho y han llevado la famosa frase de Marshall McLuhan -el medio es el mensaje- a una dimensión que el autor apenas podía imaginar en los 60 y 70. Sin todo esto, y la subespecie concreta de periodistas que pasan más tiempo en la silla de la tertulia que en su redacción o escribiendo en su ordenador, no es imaginable como nacen y se interpretan estos debates.
Después de que anteayer Albert Rivera culminara un debate histriónico y sobreactuado como pocos, que generó al instante varios memes muy obvios -la tarjeta sanitaria rojigualda, el silencio con música de fondo, las fotos con marco sobre la mesa, los niños con herencias multimillonarias, y así sin parar...- a los pocos segundos, Pedro J Ramírez, uno de los pocos que le ha apoyado durante toda la precampaña sin escuchar los cantos de sirena de Vox, le proclamó ganador en TVE. También lo hizo, en directo, Cristina de la Hoz, representante en la tertulia de El Independiente, otro diario de derecha dura fundado por otro exdirector de El Mundo como Casimiro García-Abadillo y la presidenta de la APM Victoria Prego. Y salía, asimismo, ganador en otros diarios de derecha como El Mundo, El Confidencial, La Razón, ABC, y en las encuestas online de estos mismos diarios. En ausencia de Santiago Abascal, el rival más Vox salió premiado, y ayer mismo recibió el elogio a su dureza por parte de todos los opinadores de derecha dura que llevan haciéndole la cobra desde diciembre. Y Rivera se envalentonó y decidió doblar la apuesta.
El principal titular, pues, es del hundimiento de un Rivera que llegaba con las expectativas muy altas por el apoyo de sus aliados mediáticos, pero que no calculó bien los límites del formato ni la posibilidad de que sus adversarios llegaran preparados para sus trucos en forma de objetos. Rivera y Cs, en quien en realidad descansan buena parte de las esperanzas en el bloque de la derecha -tanto en España como en el País Valenciano- por el importante segmento de electorado que se disputa con el PSOE y que es la clave de su(s) mayoría(s), fracasó en sus principales objetivos: no consiguió mover el debate de forma creíble hacia la cuestión territorial y catalana, que perciben como su punto fuerte, aunque lo intentó en varias ocasiones; no consiguió aparecer en una posición centrista, sino más bien alineado con el Partido Popular e incluso más radical en algunos aspectos. Y su tono bronco y de interrupciones constantes a sus adversarios -tono general del debate pero que protagonizó especialmente- no consiguió desequilibrar a Pedro Sánchez y hasta dio a Pablo Iglesias un minuto de gloria a su costa llamándole maleducado. Desde el punto de vista de Rivera fue un fracaso sin paliativos. Su soledad nerviosa en plató al finalizar del debate, tal y como lo captaron las cámaras, dice bastante del estado de ánimo en la campaña de Ciudadanos.
El otro gran protagonista del debate fue Vox y su líder, la figura del Ausente tan propia de la cultura política hispana, y este papel de evocación del espíritu lo encarnó, sobre todo, Rivera, aunque el Presidente Sánchez también se esforzó con denuedo por sacarlos a colación a la mínima oportunidad. Fue Albert Rivera el que se presentó como el adalid de la mano dura en Catalunya, de enseñar la Constitución a los niños, del freno a la inmigración, proclamando que es el buenismo el que crea la xenofobia -lo cual es casi un plagio de una frase de Salvini-, mostrando su apoyo incondicional a la policía, la guardia civil y las fuerzas armadas, presentándose como el presidente de las familias y la natalidad como respuesta a las pensiones y la crisis demográfica... Que el foco del debate sobre migraciones se situase en la situación de seguridad o inseguridad en la valla de Melilla como un problema policial ya fue todo un éxito de Vox in absentia. Así, Rivera reprodujo punto por punto la agenda de la extrema derecha en España, lo cual probablemente nos dé pistas de qué fugas de voto identifica Ciudadanos y les ha llevado a centrar su campaña en exhibir a hombres de mediana edad que juegan pachangas de fútbol y mostrar muñecos con la camiseta de la Selección Española. Al menos en Europa, eso de usar los marcos y discursos de la extrema derecha casi siempre acaba de la misma manera.
En el contexto de esta nueva entrega de la guerra intestina en la derecha, Pablo Casado subió el tono un poco desde el debate anterior. Pero su histrionismo a cuenta de la cuestión nacional, aunque notable a ratos, quedó muy eclipsado por el de Rivera, haciéndole quedar como un moderado en comparación. Casado, además de negar varias veces a Cayetana Álvarez de Toledo y sus ocurrencias y confundirse con alguna fecha respecto al Código Penal -además de prometer como de pasada un Plan Marshall para África-, no corrió demasiados riesgos y ante la duda y la división en la derecha española tiró de historial de gestión. Casado se ciñó a la línea del argumentario clásico del PP según el cual todas las variaciones del ciclo económico a escala internacional son mérito o demérito exclusivo del Gobierno del Estado y para el que la creación de empleo es la única política social posible. Si bien suena a viejo, Casado es eficaz para su electorado, que está más envejecido que el del resto, es por lo tanto menos propenso a correr riesgos y es su gran valor para seguir liderando el bloque de la derecha, ya sin el estigma directo de la corrupción ligado a su gestión a eso se aplicó: interpeló fundamentalmente a Pedro Sánchez -sin la desventaja de la noche anterior de que se viera en cámara la diferencia de altura entre los dos- y repitió su matraca de la gestión y las leyes aprobadas por el PP. Sin sorpresas ni riesgos.
Al otro lado del campo, Pablo Iglesias fue el indudable ganador a nivel comunicativo, aunque obviamente a nivel de campaña todo lo que no fuera un error grave significara sin duda una victoria de Pedro Sánchez. Superado el pastor presbiteriano del lunes noche que predicaba Constitución en mano cual Libro Rojo de Mao, volvimos a ver al Iglesias ya no de 2015 sino de 2014 e incluso antes. Al tertuliano educado pero firme que hacía las delicias no solo de los jóvenes sino de la gente mayor que admiraba su educación, que fuese capaz de expresar sus ideas sin aspavientos ni interrumpir al contertulio; el subproducto inesperado de la traslación a la política del formato Tómbola. Iglesias, sin salirse de su papel tranquilo y moderado, consiguió sacar de sus casillas a Rivera y hasta humillarle sacando a relucir su mala educación; poner en algún aprieto a Sánchez recordándole sus constantes cambios de criterio y hasta tuvo tiempo de salir a defender al Presidente del Gobierno ante los ataques más duros de la derecha en cuanto a la cuestión nacional. El programa socialdemócrata que exhibió -básicamente, una tímida convergencia con Europa en cuanto a impuestos, pensiones, vivienda o servicios públicos- resultó congruente con su tono. Su principal objetivo era sonar como vicepresidente fiable en un gobierno de coalición, y eso lo consiguió.
El Presidente del Gobierno, por su parte, ejerció de Presidente y centro del tablero, y eso le bastó. Dirigió el grueso de sus invectivas a Rivera, algunas a Casado, amén de un guante blanco exquisito con Iglesias. Aunque se puso nervioso en algunos momentos y entró en la espiral de interrupciones, en general consiguió salir vivo usando a Vox y las salidas de tono de algunos dirigentes del PP como espantajo. El objetivo principal de la campaña electoral diseñada por Iván Redondo, esto es, encerrar a Ciudadanos y PP en una lucha fratricida por los votos de la extrema derecha hasta dejarles todo el centro, ha funcionado desde la convocatoria de elecciones y en la misma medida en un debate en el que Sánchez salió a la defensiva y ha evitado hablar de pactos, cuestión territorial o indultos, la mayoría de temas que a priori le podrían perjudicar. Si su expectativa era firmar el empate, lo consiguió con creces.
En éste sentido, en el debate hubo poco campo común más allá de la lucha entre bloques, que se escenificó de forma clara en programa económico -menos impuestos, más impuestos-, empleo, pensiones, un breve apunte en políticas culturales -unos, el mecenazgo, otros, las condiciones materiales de los artistas- y en política territorial -mano dura frente a diálogo. El hecho de confrontar más o menos claramente modelos de sociedad y administración pública, unido a la aparición de una extrema derecha sin tapujos y la asunción más o menos común de que se han acabado los gobiernos monocolor acerca España más a Europa de lo que lo han hecho 30 años de grandes eventos y turboladrillo. Aunque a una opinión publicada madrileña que aún no ha superado aquello de los "XXV Años de Paz" toda idea de inestabilidad -es decir, de pluralidad y debate público- les parezca deleznable. Hasta en los pantanos surge la vida.
En este diario hablamos de la campaña de Compromís para visibilizarse en un doble debate estatal de cuatro candidatos que a priori les perjudica: el Baldobingo. En este sentido, en el debate de TVE todo fue según los planes de la coalición valencianista, pero en el segundo al menos pudieron anotarse una casilla: la infrafinanciación valenciana apareció de la boca de Pablo Iglesias en el contexto de ampliar el foco de la cuestión territorial fuera de Catalunya, entre otros aspectos como la España Vacía(da), el tren a Extremadura y las cuestiones de insularidad de las Baleares y Canarias. Después, de eso, también Pedro Sánchez se apuntó a la mención, pero con la sensación de ir a rebufo. Antes, de eso, la visibilidad valenciana por la que Ximo Puig dijo adelantar las elecciones solo había aparecido en una ocasión, también por boca del actual Presidente del Gobierno: para recordar que hay elecciones y todo seguido referirse a la corrupción del PPCV. De momento, la campaña de visibilización de agenda del PSPV en la ejecutiva federal del PSOE y los medios de Madrid está siendo un éxito sin paliativos.
Francesc Miralles (Xàbia, 1988) es jurista y politólogo de formación y consultor de profesión, enfocado a la consultoría estratégica en los ámbitos de la política, las industrias culturales, la internacionalización y el desarrollo local. Colabora, además de en ValenciaPlaza, en medios como Àpunt, LevanteTV, El Temps o CTXT.