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desayuno en cafecito

Desayunarse el Boyhood

El tiempo no se detiene. Hay mañanas en las que me despierto invadido por lo que he acuñado como sensación “Boyhood”. El nombre lo saqué de la película que Richard Linklater estrenó en 2015

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Un film es el que vemos crecer a su protagonista y cuyo rodaje se prolongó a lo largo de doce años. El resultado es un ejercicio fílmico inédito hasta la fecha que le deja a uno sumido en una bañera de desasosiego existencialista. En mis mañanas “Boyhood” trato de no someterme a la melancolía, de mantenerme sereno frente al flujo de sangre caliente que se aglomera en mi vientre y en mis sienes y que trata de regresarme al pasado por la fuerza. “Pablo, quédate conmigo”, me digo. Entonces mi ojos se posan en los dos pelos blancos en forma de cana que, en mi brazo, me anuncian que me hago viejo. Cada día. De nuevo el miedo y la imagen de mi abuela golpeando con un mortero el hielo cubierto por un trapo en Godella. Yo tengo nueve años y la veo verter en una jarra con agua las lascas heladas a las que añade azúcar y limón exprimido. Las gotas de sudor se acumulan en mi nariz y me acerco de puntillas buscando alivio en el frío del congelador cuando ella abre la puerta para meter el granizado. “Pablo, eso duele”, insisto. Me centro en el eslogan que ya en los noventa Martini Bianco puso de moda y que hoy la corriente mindfulness ha hecho suyo: aquí y ahora. Salgo a la calle en busca de un sitio que ancle bien mis pies en el presente. Hoy desayuno en Cafecito.

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