Dos centenares de agentes públicos de seguridad vigilan que en el entorno a las vistas del “Caso Nóos” nada altere la normalidad de los “investigados”. Como si la sociedad española no tuviera nada mejor que hacer, o no tuviera que resolver sus problemas cotidianos. Pagamos a escote garantías personales, Justicia e incluso letrados de la liberación.
Doscientos miembros (algunos estiman que hasta trescientos) de los cuerpos de seguridad del Estado vigilan el discurrir del juicio en torno al denominado “Caso Nóos”. Casi nada. Va a durar no se sabe cuánto, aunque aseguran que tiene fecha parcial de caducidad. Hasta que nos aburran. Pero allí estarán con sus operativos, dietas, gastos y demás compensaciones lógicas vinculadas al servicio ordinario y retribuido porque les corresponde. Los han traído de múltiples puntos de España para salvaguardar memorias e integridades físicas. Bien!
Nuestro responsable político, el ministro de Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, debe sentirse reafirmado en sus convicciones morales con el procedimiento. Para algo concede de forma compensatoria medallas inmateriales y así poder purgar su mal carácter a la hora de evitar que nos juntemos a tomar unas cervezas en una plaza pública porque tres somos multitud sospechosa.
Recordaba el vecino/a de una exalcaldesa, a la que la Rue del 13 tuvo que dar un toque porque los agentes pasaban la noche metidos en el triste habitáculo del conserje y el resto de la comunidad tenía que aguantar toda la noche escuchando las órdenes, comentarios y mensajes que se trasmitían a través de la radiofrecuencia -un insoportable y molesto tedio de ruidos y conversaciones interminables-, lo mal que lo pasaban entre sonidos intempestivos y controles personales internos. Todo era por la seguridad de quien dormía con tapones a pierna suelta y pensando en el poder y sus prebendas. Hasta que se fue a un lugar de mayor lujo y calado. Y no sólo a los balnearios de Castelló a cuenta pública. Con seguridad, por supuesto. Entonces se podía entender. El miedo a ETA era suficiente para velar por la integridad personal. Pero todo ha cambiado.
Repito. Doscientos agentes, sin contar el resto del operativo ordinario, van a estar vigilando la seguridad del juicio del 'Caso Nóos'.
Charles De Gaulle consideraba que las armas tienen “la virtud de ennoblecer incluso a los menos puros”. Gran verdad en su contexto histórico y político. Pero qué suerte tienen algunos, que ahora sentados en el banquillo, solían ser más bien testigos mudos, generosos e inquietos de una céntrica librería de Valencia en plena mañana antes de ocuparse de su gestión política y real más allá de firmar lo que le pedían que hiciera. Ya lo contará. Nadie le soplará nada al pescuezo. Es su suerte. La que abonamos.
No sé si alguien ha echado el cálculo real del coste de todo ese despliegue y los gastos derivados
No sé si alguien ha echado el cálculo real del coste de todo ese despliegue y los gastos derivados del mismo. Me gustaría saberlo. Pero mientras esto sucede, el mundo gira a nuestro alrededor sin que nadie atienda nuestras reales necesidades sociales. Me gustaría saber también de quién ha sido la idea del dispositivo, pero se ha lucido. Viendo las imágenes de los primeros días del juicio no he visto una algarabía montada en torno al búnquer donde se celebra el evento que nos llega después de las partiditas de “padel” en Marivent con limonada de refresco y traje blanco recién planchado antes de bajar al asunto primordial. De momento, tranquilidad.
Los campeones llegan con chófer oficial recién aseado; el resto caminando sin más. Como hay tanta seguridad uno no puede acercarse ni siquiera a doscientos metros de radio. Ni una intifada bien organizada hubiera tenido suerte de llegar cuatro cuadras más allá.
Entonces, qué defendemos y a quién. ¿A quienes se han quedado sin casa, a quienes no llegan a fin de mes porque han de mantener familias ya que la caja de las pensiones se va por delante, a los que por deber unos miles de euros los bancos les aprietan el hocico con cartas, registradores judiciales, oficiales que aparecen en sus casas hasta de madrugada, o a quienes se rifan los miles de euros para llegar a un acuerdo con fiscales y recaudadores? No, Hacienda no somos todos. Que era un anuncio, como cree la Abogacía del Estado mientras unta la nocilla de la merendilla, que igual ya no es ni merendilla sino simple márquetin.
Ellos sí merecen protección, cámaras, incisos para almorzar, recesos, abogados, buenos trajes, hoteles y hasta presunción
Doscientos agentes velan por la seguridad de esa veintena que está sentada en el banquillo. Ellos sí merecen protección, cámaras, incisos para almorzar –los jueces, abogados, fiscales y oficiales se lo merecen todo- recesos, abogados, buenos trajes, hoteles y hasta tienen la oportunidad de presunción. La justicia, por cierto, también la pagamos nosotros. Pero pueden llegar a un acuerdo. No así todos.
Esto, aunque sea un circo mediático, una especie de escenario al estilo de “El Público” de García Lorca a pie de patio de butacas, no deja de ser preocupante. Porque luego salen y no efectúan declaraciones a los medios porque no tienen ni quieren decir nada. ¿Ellos?
“Doy ruedas de prensa porque me da la gana”, dijo el vicealcalde de Valencia Alfonso Grau. “No hago declaraciones”; “No tengo nada que decir”; “Gracias, gracias”; “Ya se verá”… se les escucha decir a los muchos que pasan por cuartelillos, juzgados y banquillos sonrientes y con declaraciones ausentes desde primera hora de la mañana.
Doscientos agentes se preocupan de que alrededor del edifico del polígono de Son Rossinyol, propiedad del Govern Balear, nadie enturbie la mañana. Aún así, ni un grito. Tampoco aquí, en torno al cuartelillo de Patraix o la Ciudad de la Justicia donde van en fila sin que el entorno se vea realmente alterado más allá de la sorpresa mediática y sin protección alguna. ¿Entonces, de quién se les protege? Del propio sistema propio.
Pero vamos, ni que los ciudadanos no tengan nada mejor que hacer que ir más allá de sus domicilios hasta un polígono alejado y sí trabajar de sol a sol para pagar impuestos, Justicia y seguridad, atender familias, llevar a los niños al colegio, atender a los desatendidos, satisfacer necesidades y pagar las horas de aburrimiento de todos estos aventajados. Y además, que somos una sociedad madura y seria. Mucho más de lo que imaginemos o nos quieran vender, aunque nos hayan robado lo que aún no sabemos de verdad en toda su extensión
De momento, los doscientos estarán hasta el 26 de febrero. Echen cuentas. Doscientos, con gastos colaterales incluidos. Al menos tenemos circo. Nos falta el pan y el fútbol, que también es de pago. Los toros, mejor a un lado. Pero que corneen.
Apéndice. Resulta muy interesante el reciente discurso del President Ximo Puig frente al victimismo anodino del miedo político escénico. Por su energía y lógica. Se trata de recuperar una imagen. Los valencianos, como indica Puig, no somos así. En absoluto. Es una actitud complicada y difícil de asociar. Pero no imposible. Sí, hay que lavar imagen. Es lo natural e imprescindible. Difícil. Recuperar ilusiones es complejo. Pero sin mediocridades. Con ideas. Y sin lastres. Es un hecho objetivo, y me consta, que cuando a las grandes empresas españolas se acercan para ofrecer ideas y proyectos apuntan su miedo a no ver su marca envuelta en un lío venidero. Normal.
La reafirmación y el rearme que preocupa a Puig es una evidencia. Su discurso es valiente y decidido porque esta sociedad no es así, muy al contrario. Es incluso más paciente, trabajadora, solidaria y tolerante de lo que creemos. Lo sé. Antes nos quisieron vender la Marca España con charanga, pandereta, paseo por la Malvarrosa y banderitas de colores. Pura fachada adjudicada a precio de oro. Pero no es la nuestra. Al menos no es la mía. Creo que no es la de muchos de nosotros. Y además no nos escondemos ni necesitamos protección personal. Blasco Ibáñez siempre lo tuvo claro. Por eso salió tantas veces corriendo.