En su libro El arte dramático en València, el hispanista Henri Merimée situó al cap i casal como uno de los orígenes del arte dramático nacional, en competencia con Madrid y Sevilla
VALÈNCIA.-«El teatro es un espejo de la vida», razón por la cual gustaba a la sociedad valenciana, «que amaba contemplarse a sí misma». Son palabras del hispanista francés Henri Merimée (1878-1926), publicadas en su estudio El arte dramático en València desde sus orígenes hasta el siglo XVII (1913). Durante mucho tiempo, actores errantes recorrieron España. En el siglo XVI, los artistas eran esperados y apreciados pero mal pagados, de acuerdo con otra francesa, la exploradora Jane Dieulafoy en su obra Aragón y València (1901), quien escribió que al inicio las obras teatrales eran religiosas, pero como las «más ligeras» daban más dinero se aceptaron otros temas.
Fue en el primer teatro de València del siglo XVI, conocido como Corral de la Olivera, donde se formó la 'Academia de los Nocturnos', que acogió al joven dramaturgo Lope de Vega y que tuvo como maestro al escritor valenciano Guillem de Castro (1569-1631), bajo el seudónimo de Secreto. Junto a València, Madrid y Sevilla fueron los centros de la actividad dramática del país en su Siglo de Oro.
En el siglo XV València contó con juglares asalariados. Eran «funcionarios municipales», según el trabajo de Merimée, considerado como uno de los más completos sobre el arte dramático valenciano. En sus comienzos, el teatro en la ciudad tuvo un carácter religioso (siglo XV-XVI). Las procesiones fueron las primeras tentativas dramáticas de transportarlo fuera de los templos, a los ojos de la gente, en la calle. Más tarde, hubo un teatro laico (siglo XV-XVI) reservado en un inicio a las élites. El desaparecido Palacio Real de la ciudad fue el escenario de muchas obras, algunas en presencia de la virreina de València Germana de Foix y su esposo Fernando de Aragón, duque de Calabria. Fue un teatro que mezcló ballet y ópera y que en ocasiones se trasladó a sus jardines.
En esa época abundaban más los músicos que los actores. La virreina y el duque tenían a sus propios comediantes con el mismo salario que el de sus bufones. Así, el Palacio contaba con un organista, trompetistas, cantores... y los roles femeninos eran interpretados por hombres disfrazados.
El teatro también fue objeto de estudio por el famoso inventor italiano Leonardo da Vinci, quien ya ideó en el siglo XV un escenario como lugar religioso, y una segunda construcción para una actividad laica y educativa. En la València del siglo XVI el teatro escapó de la tutela de la Iglesia, convirtiéndose en un género independiente.
A mediados del siglo XVI, el escritor madrileño Lope de Vega (1562-1635) dio forma al arte dramático valenciano con sus comedias. El teatro de la ciudad tomó como modelo al de su vecino castellano, incluso su lengua. En ese momento, los actores empezaron a organizarse en España en compañías itinerantes y uno de los primeros en dirigir una de ellas fue el dramaturgo sevillano Lope de Rueda (1500-1565), quien durante un tiempo estuvo en València, donde se casó en 1560. En su grupo de actores también hubo actrices que, en este caso, se disfrazaban de hombres durante las actuaciones.
Al igual que Lope de Vega, el autor de Sevilla también publicó comedias. A los escritores teatrales valencianos les influyeron ambos pero en especial Lope de Vega, que vivió en el cap i casal en 1589, exiliado de Castilla tras pasar varios años en la cárcel por injurias a otro comediante.
Según Merimée, la València del siglo XVI era «una ciudad donde la mayoría de la población estaba bajo sospecha» y en la que no faltaban los ladrones y las prostitutas. Vivían unas 400.000 personas en todo el reino, la mitad católicos, y había esclavos negros objeto del tráfico y musulmanes. Los duelos de sangre eran corrientes, otro tipo de 'espectáculo' en la calle. Y las mujeres eran normalmente violadas. En Intramuros, los actores competían por los aplausos con acróbatas, espectáculos donde exhibían a mujeres con deformaciones, magos, marionetas y trucos con perros.
Según Merimée, la València del siglo XVI era «una ciudad donde la mayoría de la población estaba bajo sospecha» y en la que no faltaban los ladrones y las prostitutas
La ciudad también fue el escenario de concursos literarios y poéticos y de grupos de escritores como la 'Academia de los Nocturnos' (1591-1594), cuyas sesiones tenían lugar cuando caía la noche, de ahí su nombre y los apodos escogidos. En sus reuniones se recitaban poesías, textos en prosa, historias románticas, comedias, con sus galanes, damas y graciosos. Estos últimos eran actores que representaban papeles cómicos, generalmente el de un criado ingenuo, y cuyo personaje proviene de la figura del arlequín en la Commedia dell’Arte en Italia (origen de la española). Con sus historias de aventuras y de amor, los actores interpretan, cantan, bailan, tocan instrumentos...
El teatro en València se organizó, y dispuso de un local público y actores. Además, el Hospital General de València obtuvo el privilegio de explotarlo en beneficio de los pobres. El Corral de la Olivera estuvo en funcionamiento en 1583 y recibió ese nombre porque se encontraba en la desaparecida Plaza de la Olivera. Hoy estaría en el centro de la ciudad, muy próximo al actual carrer de les Comèdies. Su escenario no era muy grande, por lo que pocos personajes podían aparecer en escena al mismo tiempo. Su suelo empedrado y la luz que entraba en su patio a cielo abierto vieron pasar a actores y público durante algo más de treinta años. Lope de Vega escribió para él muchas obras durante su exilio. Y gracias a su reputación el célebre escritor Miguel de Cervantes lo mencionó en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605).
Sus representaciones duraban dos o tres horas con un intermedio, en el que los actores daban protagonismo al baile. A La Olivera mujeres y hombres debían entrar por puertas separadas. Las obras comenzaban en torno a las dos o tres de la tarde. Había músicos que marcaban las transiciones, normalmente un guitarrista y en ocasiones hasta violinistas.
Fue entre sus muros sobrecargados de balcones donde se formó la escuela dramática de los 'Nocturnos', «cuyo renombre cruzó las fronteras de España», de acuerdo con la escritora Dieulafoy. Entre los nocturnos se daban nombres misteriosos: Tinieblas, Reposo, Sombra, Silencio, Miedo, Sospecha... La también historiadora destaca la obra teatral de Guillem de Castro Las mocedades del Cid, de inicios del siglo XVII, donde, asegura, se desarrolla «un drama completo, grandioso y romántico».
Otro nombre a recordar es el de Juan de Timoneda, un obrero valenciano del siglo XVI que cuando terminaba su jornada de trabajo, cultivaba su espíritu y soñaba con una vida menos mecánica así que decidió ser librero. En ese momento las imprentas eran numerosas en la ciudad de València y cada vez había más estudiantes en la Universidad que requerían de libros —entre los hábitos de los valencianos se expandió el gusto por la lectura—. El librero Timoneda conocía muy bien las preferencias de su clientela y quiso satisfacerlas así que volvió a transformarse, en esta ocasión como escritor. En algunas de sus obras, como en Tres comedias (1559), se expresó con un lenguaje más propio de Castilla que de València, por lo que se puede observar su influencia en territorio valenciano.
Las comedias pretenden hacer reír, aunque tienen elementos trágicos. Las historias suelen tener lugar en medios más populares y tratan de corregir a los hombres. Con los libros de Timoneda València fue una de las primeras ciudades en representar obras en prosa, que podían más fácilmente interpretarse en escena por los actores.
No fue este el único cambio. Hasta finales del siglo XV la literatura en València había estado dominada por la lengua valenciana. Pero el siglo XVI marcó una transformación. Poco a poco el castellano comenzó a dominar el teatro, al inicio bilingüe, reservando cada vez más partes al castellano. En ese siglo el pueblo valenciano ya entiende y habla la lengua de Cervantes. En la comedia de Guillem de Castro La verdad averiguada y engañoso casamiento (1599), la sirvienta es la única que no entiende el castellano. A todo ello hay que añadir que en la Universidad también se disfrutó del teatro en un tercer idioma: el latín.
Guillem de Castro publicó obras maestras del teatro valenciano. Inquieto y travieso, consagró los últimos años del siglo XVI al arte dramático y a la poesía. Escribió algunas de sus obras pensando en los actores, como La tragedia por los celos (1622). Además, publicó su propia versión de Don Quijote y romances épicos como las Mocedades del Cid. En sus obras, Secreto, su pseudónimo en los 'Nocturnos', aparezcan normalmente dos hombres enamorados de la misma mujer.
De todos los géneros literarios que hubo en la ciudad, el teatro fue el que mejor se adaptó a ella, de acuerdo con Merimée. Y en la literatura dramática un solo personaje resistió a lo largo de los siglos: València.
«Los valencianos amaron apasionadamente el teatro a finales del siglo XVI». Palabras de Mérimée en otra de sus obras: Espectáculos y comediantes en València (1580-1630), publicada en 1913. Un periodo, el del siglo XVI, que destaca como de «extraordinaria actividad dramática». Con dos teatros, uno de ellos el explotado por el Hospital General en virtud de un privilegio real, con un desfile incesante de actores.
La compañía de La Olivera desertaba en ocasiones de su teatro para mejorar la calidad de su clientela y la suma de sus beneficios
Durante todo ese tiempo, empresarios, comediantes y escritores dieron un impulso al teatro. Sin embargo, de acuerdo con el francés, cuanto València más mostraba su actividad artística, menos originalidad desprendía, ya que se fue adaptando progresivamente a modelos importados de fuera y que constituían en ese momento el tipo corriente de organización dramática en toda la península. Así, el teatro de València comenzó a funcionar de igual modo que el de Madrid y Sevilla. «Su madurez fue para él la edad de su banalidad».
La ciudad aportó muchos actores al arte dramático en España. Fue la cantidad y no la calidad de las manifestaciones dramáticas lo que distinguía a València, una ciudad que no innovó en cuestión de teatro.
Los espectáculos dramáticos atrajeron a un público numeroso y a la vez elitista. Los nobles con más títulos se disputaban las mejores plazas para ver las representaciones. Y a partir del siglo XVII, la nobleza valenciana, que hasta ese momento fue al encuentro de los actores a los teatros, imaginó que podía hacerlos venir a sus casas. El gusto por los espectáculos penetró tanto en las élites de la ciudad que no había fiesta que se preciara de serlo sin una comedia. La compañía de La Olivera desertaba en ocasiones de su teatro para mejorar la calidad de su clientela y la suma de sus beneficios.
* Este artículo se publicó en el número 54 de la revista Plaza
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