Has sido tú, Donald, quien nos ha abierto los ojos a quienes creíamos tener todavía un pie en el siglo pasado. Es tiempo de despedidas. Créeme que no es fácil asimilar esta amarga verdad, la de que nada será como antes. Lo más doloroso es aceptar que lo que nos enseñaron no nos sirve para conducirnos en este tiempo de asesinos
He debido esperar una semana para escribir este artículo, Donald. Antes me hubiera sido imposible: estaba sumido en un estado catatónico por culpa de tu victoria. Unos adolescentes me dieron la noticia y no creía salir de mi asombro. No podía ser verdad lo que me decían, pero era verdad. Eso me pasaba por creerme aún las encuestas, lo suficientemente desacreditadas después del Brexit y el referéndum de la paz en Colombia.
Aquel martes 8 de noviembre fue uno de los peores días de mi vida. Pensé en la III Guerra Mundial —en realidad ya ha comenzado— y me metí en la cama. Del trabajo me llamaron pero no contesté. Así me pasé dos días, saliendo sólo del dormitorio para comer y hacer mis necesidades, lo que hizo pensar a mi familia que había recaído en otra de mis crisis nerviosas. Pero no fue tal. Esos dos días encerrado en mi habitación fueron como la crisis vivida por un adolescente después de su primer desengaño amoroso. Entonces se percata de que había vivido un sueño y que debe poner los pies en la realidad.
"Siempre te estaré agradecido, Donald, por enseñarme cómo funciona el mundo en 2016. Me quitaste la venda. Cuentan las emociones y no los hechos"
Donald, pertenezco a una generación educada en los principios y los valores del siglo XX, recogidos en libros que hoy nadie lee. A mí, como a tanta gente de mi edad, nos enseñaron la importancia de ser educados y de respetar al prójimo. Nuestros padres nos inculcaron también que había que ser sinceros y actuar con la cabeza y no con el bajo vientre. Pero el mundo del ayer ya no existe, por mucho que lo busquemos entre los escombros de nuestra inteligencia.
Has sido tú, Donald, amigo, quien nos has abierto los ojos a quienes creíamos tener aún un pie en el siglo pasado. Es tiempo de despedidas. Créeme si te digo que no es fácil asimilar esta amarga verdad, la de que nada será como antes. Lo más doloroso es admitir que lo que nos enseñaron no nos sirve para conducirnos en este tiempo de asesinos. Me recuerdas al ciego que le revienta la cabeza al Lazarillo para que despierte al mundo, a ese mundo cruel y traidor en el que rige la ley de la trampa y del engaño. Nosotros, los idealistas, los ingenuos, los aburridos defensores de los derechos humanos, te reconoceremos como ese Sancho que nos cantará las verdades del barquero que nadie quiere escuchar.
Hay que ser un poco niño, un poco bobalicón, para entender lo que nos está pasando. Tu público, tu clientela, Donald, es infantil. No distingue los matices; para ellos todo es negro o blanco, como una película de buenos y malos con John Wayne como protagonista. En esta sociedad infantilizada —hasta yo me paso las tardes escuchando a Justin Bieber—, has entendido mejor que nadie el ocaso de la razón y de la palabra escrita. Tu triunfo ha sido posible gracias a esas generaciones educadas en Facebook y Google, alimentadas con emoticonos y hemorragias verbales. Un tuit vale hoy más que todo Platón. Y, entretanto, nos llega el olor fétido de esa democracia putrefacta que aspiras a gobernar con los consejos de tus amigos Putin y Le Pen. La democracia, esa gallina clueca y borracha de historia que todos aspiráis a sobar…
Como te decía, Donald, a algunos nos duele despedirnos de un mundo en el que un millonario nunca hubiese tenido la desvergüenza de presentarse como el defensor de los menesterosos. Ahora los tiempos han cambiado tanto que no reconocemos ni nuestras sombras. Ya nadie cree en los hechos: están desprestigiados. No sabemos lo que es verdad ni lo que es mentira en este nuevo retablo de las maravillas. La mitad de América ha puesto nuestro destino en tus manos, esa América blanca, esencialmente protestante, reaccionaria, cargada de miedos y prejuicios. No culpo a tus votantes ni me río de ellos, como hacen tantos progresistas de salón de té. De hecho, a veces comparto el temor de esos rostros pálidos hacia el otro, al desconocido, a que me recojan muerto en una de las cunetas de globalización.
En lo que a mí respecta, siempre te estaré agradecido por haberme enseñado cómo funciona el mundo en 2016. Me quitaste la venda. A partir de mañana seré un hombre infeliz, carente de ilusiones y esperanzas a las que agarrarme, pero con la seguridad que proporciona saber el suelo que piso, un suelo, por cierto, embarrado por el fango que tipos como tú, Donald, habéis acumulado entre dólares y mentiras chapadas en oro de 18 quilates.