La pasión del coleccionista y admirador del autor de Cañas y barro Lorenzo Noguera Fabra ha permitido conservar cerca de ciento veinticinco documentos del autor, la gran mayoría desconocidos. Entre ellos figura parte de la que pudo ser su última novela y un reportaje-relato sobre su visita al frente del Marne (Francia) durante la Gran Guerra
VALÈNCIA.-Unas carpetas casi olvidadas en una notaría valenciana han permitido descubrir una amplia e interesante colección de documentos originales del escritor Vicente Blasco Ibáñez (València, 1867 - Menton [Francia], 1928). En total, cerca de ciento veinticinco documentos originales, que datan de cien o más años, entre los cuales destacan dos fragmentos incompletos que pueden corresponder a dos obras inéditas del autor de Cañas y barro, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, La barraca y Entre naranjos. Se trata de un importante y valioso material que perteneció al periodista y escritor y que, de manera insólita, contiene dos escritos que bien podrían convertirse en obras literarias póstumas.
Por su contenido, el primer texto, que tiene por título El rastrillo, parece ser un reportaje-novela, dadas las descripciones que hace el autor de los enfrentamientos vividos en el campo de la batalla del Marne (1914), en la Primera Guerra Mundial, a donde acudió como corresponsal de guerra enviado por el gobierno de Francia, publicando crónicas y artículos en las revistas La Esfera y Mundo Gráfico, incluso en el periódico El Pueblo, que él mismo había fundado en 1894. El otro texto, escrito a máquina, se puede catalogar como una novela por el tema que aborda que, aunque incompleto —falta un número indeterminado de páginas—, menciona personajes y ciudades como Murcia.
Entre el material recuperado y relacionado con el reportaje-novela, hay una fotografía rota, captada en un campo militar con una fortaleza al fondo en la que se aprecia al también periodista, tomando notas, vestido con americana y sombrero.
En esta importante colección de documentos hay, además, una gran cantidad de legajos como cartas y telegramas enviados a Blasco por diferentes personalidades del mundo literario y editorial; fotografías, facturas y extractos de cuentas bancarias a su nombre; autógrafos, estudios médicos personales, ejemplares de folletos y publicaciones que fundó o dirigió, como España con Honra, así como recortes de propaganda de sus obras publicados en prensa; y, sobre todo, apuntes y cartas escritas a mano por el propio novelista, aunque también las hay a máquina.
Un significativo hallazgo en esta recopilación es una fotografía original del día en que Blasco Ibáñez se casó con Elena Ortúzar, el 4 de julio de 1925, posando en compañía de amistades en la escalera principal de su residencia la Villa Fontana Rosa, en Menton (Francia), meses después de que el escritor quedara viudo —su primera esposa, María Blasco del Cacho, falleció el 21 de enero del mismo año—.
La colección se ha conservado gracias a que estaba en posesión de Lorenzo Noguera Fabra, fallecido en marzo de 2019 a los 85 años de edad, un apasionado de la obra del escritor, político, periodista, colonizador y editor Blasco Ibáñez, a quien admiró desde joven, cuando empezó a leer sus libros.
En los últimos quince años de su vida, Noguera Fabra conservó el material en una notaría de València a fin de protegerlo. Recientemente, su sobrina Pilar Madaleno Noguera, quien junto a su familia custodia la colección, la presentó para su revisión y análisis a la Asociación Vicente Blasco Ibáñez, entidad que durante veintiséis años se ha dedicado a estudiar y difundir la vida y obra del novelista.
Es un hecho que los documentos pertenecieron al escritor, según asegura Roberto Cifre Ferrándiz, actual presidente de la entidad, porque se trata de papeles muy personales dirigidos a él o escritos de su puño y letra, como las cartas que enviaba a su segunda esposa durante sus viajes, así como otras que recibió de escritores reconocidos como José Martínez Ruiz, Azorín, felicitándolo por su novela Mare Nostrum (1918), o del periodista y novelista Joaquín Belda, quien le expresaba su alegría por el éxito de La reina Calafia (1923).
Cifre Ferrándiz, experto en la vida y obra de Blasco Ibáñez, además de ser autor de muchos artículos sobre la producción literaria del novelista, explica que a lo largo del tiempo diferentes entidades o personas han encontrado material que perteneció al ilustre valenciano, pero «más que material inédito, muchas veces era material desaparecido». Por ello, califica esta colección como «el más grande e importante hallazgo de documentos personales de Blasco, sobre todo porque entre estos hay dos escritos inéditos que pueden convertirse en obras póstumas».
Aunque se desconoce su origen, «probablemente estos papeles proceden de Fontana Rosa por proximidad temporal ya que parte del legado de Blasco todavía sigue desperdigado entre España y Francia y todos estos documentos —próximamente los presentará públicamente la Asociación— arrojan nueva luz en la historia de vida del mismo novelista», apunta Cifre.
Pese a la gran cantidad de años que tienen los documentos, todavía es legible la mayor parte de su contenido, sobre todo de los escritos a máquina. También hay hojas manuscritas por el novelista, con correcciones y tachaduras hechas por él mismo, cuya lectura a veces resulta fácil y otras se complica porque el papel está doblado, rasgado o es muy fino al tacto por el desgaste sufrido con el paso del tiempo.
Entre ellas se encuentra una carta que el novelista escribió a Elena, su ‘querida Chita’ como le decía cariñosamente, el 27 de noviembre de 1919 desde Ottawa (Canadá), donde le hablaba de una «epidemia de viruelas existente en Toronto», que coincidía en el tiempo con la pandemia de la llamada gripe española. Quién le iba a decir a Blasco que esa carta, que también reflejaba amor, se conocería públicamente un siglo después, en 2021, en medio de otra pandemia que azota a la humanidad.
La misiva, como otras de la colección encontrada, la escribió de su puño y letra desde el hotel Château Laurier de esa ciudad canadiense, durante el viaje que emprendió por América en octubre de 1919, para reafirmar el éxito del que ya gozaba en Estados Unidos gracias a su obra Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), que le había sorprendido meses antes.
Esta carta coincide con otro documento que hace referencia a la gripe española. Es el guión escrito a máquina de una conferencia que Blasco impartió en su viaje por América, en la que habló de las calamidades que trajo consigo la Gran Guerra y que remató diciendo: «La peste pareció vencida en los primeros momentos por las precauciones enérgicas, pero se vengó de esta derrota en los últimos tiempos de la guerra, creando la gripe, peste misteriosa que en unos cuantos meses ha exterminado más de 20.000.000 de seres, o sea el doble de los hombres muertos por la guerra».
Entre el material también hay una radiografía de tórax y esternón de Blasco, así como algunas hojas con los resultados de análisis clínicos y radiológicos firmados por médicos franceses en los años 1926 y 1927, cuando su salud estaba empeorando por la diabetes que padecía.
«Sabía por mi tío, que tenía una colección de documentos de Blasco Ibáñez, pero yo nunca los había visto», apunta Pilar Madaleno Noguera
Como curiosidad destaca un pequeño diario íntimo escrito a lápiz por Elena Ortúzar, pero que es poco legible y casi no tiene contenido, así como un documento clasificado como testimonio notarial en el que el diplomático chileno Luis Elguín Rodríguez, quien fuera primer esposo de doña Elena, con fecha de 23 de junio de 1913, le confiere un poder especial a Blasco para colocar con garantías hipotecarias los capitales que le otorgó, los cuales utilizaría para su proyecto de colonización en las dos ciudades que fundó en Argentina.
Hay, además, algunas invitaciones dirigidas al escritor para actos sociales, como la que envió el Ministerio de Instrucción Pública y de las Bellas Artes de Francia para un banquete en conmemoración del 300 aniversario de Molière (1922), o la tarjeta de condolencias por la muerte de Blasco, dirigida a doña Elena, firmada por los Príncipes de Mónaco, el 30 de enero de 1928, durante el reinado de Luis II. Cabe recordar que Blasco solía hacer viajes por la Costa Azul y antes de vivir en Menton estuvo una temporada en Mónaco, pero según algunas biografías del escritor no tenía una relación especial con la familia real de ese principado, salvo la protocolaria derivada de temas culturales. Por eso, quizá, la tarjeta de condolencias.
Otro documento significativo es la partitura original con la música de la película Los cuatro jinetes del Apocalipsis, dirigida en 1921 por Rex Ingram, cuya portada tiene una imagen del actor principal, Rodolfo Valentino, en el que fue su primer gran papel, y en cuyo interior hay dos tangos milongas compuestos por Harry Olsen, titulados Julio en la Argentina y La serenata.
Blasco Ibáñez mantuvo con sus editores y traductores en Estados Unidos, donde cosechó un gran éxito, un intercambio continuo de cartas y telegramas, entre los cuales hay varios en los que le informaban sobre cómo iban las ventas de sus obras y la forma de pago por sus derechos de autor; o bien, los traductores le escribían para consultarle dudas sobre términos utilizados en algunas de sus obras.
En otro legajo figuran dos cartas firmadas por Morris Philipps, tanto en inglés como en español, en las que invitaba al autor a impartir conferencias en la Universidad de Pensilvania y le enviaba un ejemplar en inglés de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, «rogándole que le escriba en la hoja de enfrente del libro unas pocas palabras y debajo de ella, su nombre y la fecha».
Otros telegramas fueron remitidos por la Casa Dutton, que le informaban sobre sus derechos de traducción por la novela Los muertos mandan (1909), una frase que, además, aparecería tallada en la tapa del féretro que diseñó Mariano Benlliure. En otro, la firma Kennaday le garantizaba la exclusiva mundial de los derechos cinematográficos de Los cuatro jinetes del Apocalipsis y Sangre y arena (1908), que también protagonizaría Rodolfo Valentino.
Entre tanto material no podía faltar algo relacionado con sus ilustres amigos el pintor Joaquín Sorolla y el escultor Mariano Benlliure. Del primero solo consta una fotografía original de cuando era joven y del segundo hay una carta que le escribió a doña Elena, fechada en Villalba (Madrid) el 8 de junio de 1909, que el escultor firma con su nombre y una caricatura simpática de él mismo.
Otra fotografía que aparece en la colección es la que se hizo muy famosa en los años veinte, cuando el escritor valenciano era célebre en todo Occidente por sus ventas millonarias. En ella aparece con camisa blanca y cuello abierto. Dicha imagen fue conocida como la ‘camisa Blasco’, dado que se convirtió en un emblema para la nueva moda masculina de la época.
De la etapa cinematográfica de Blasco hay imágenes en las que tanto él como Elena Ortúzar posan durante la filmación de Los enemigos de la mujer, en 1924, y otra con los actores de dicha cinta: Antonio Moreno, Ramón Navarro y Molly Garden, con dedicatoria en francés de esta última. También forman parte de la colección de documentos una fotografía de Miguel de Unamuno en el exterior de la Universidad de Salamanca, fechada en abril de 1923, y otra del dramaturgo Jacinto Benavente.
Un documento de gran valor en este material histórico es el certificado internacional de circulación de automóviles que la policía de Niza le otorgó a Blasco, en junio de 1927, por su vehículo marca Cadillac, del cual también se encontró una carta tipo factura de la casa Paul Gerard, que le informa del coste de la reparación de su coche: 7.250 francos franceses.
Entre los documentos encontrados figura además una carta escrita a máquina, enviada a Elena Ortúzar por el Ayuntamiento de València, en septiembre de 1935
De su época como periodista hay varios ejemplares de la revista España con Honra, el órgano que fundó en París en 1924 y que dio voz a los escritores españoles exiliados en Francia opositores a la dictadura de Primo de Rivera, así como varios textos del libelo Una nación secuestrada (El terror militarista en España), en las que en extensos artículos reprobaba las acciones del dictador y de Alfonso XIII. Esta obra le valió una querella ante la justicia francesa del Gobierno español por injurias al Rey.
Pero no solo se han hallado documentos de cuando Blasco vivía. También hay algunos con fechas posteriores a su muerte, como el contrato notarial fechado en junio de 1928, meses después de su fallecimiento, en el que se habla del régimen de explotación entre los herederos del escritor, de las novelas El Papa y el mar (1925) y A los pies de Venus: los Borgia (1925), así como de la obra póstuma El fantasma de las alas (1930).
Entre los documentos encontrados figura además una carta escrita a máquina, enviada a Elena Ortúzar por el Ayuntamiento de València, en septiembre de 1935, en la que le solicitaban algún recuerdo del escritor, dado que el Consistorio estaba iniciando el proyecto del Museo Histórico de la Ciudad, en el cual se contemplaba la instalación de dos salas especiales, una dedicada a Sorolla y la otra a Blasco Ibáñez.
Por las fechas que tienen algunas cartas y telegramas enviadas a Blasco en 1919, 1920 y 1921, procedentes de Estados Unidos, es probable que las recibiera en varios sitios de la Costa Azul, donde provisionalmente vivió por temporadas, como Niza, Mónaco o Montecarlo, lo cual hace pensar que gran parte del material se recopiló finalmente en la Villa de Fontana Rosa, sin que se sepa cómo llegó a manos de Lorenzo Noguera. «Desde que tengo uso de razón sabía por mi tío y porque se había comentado en casa que tenía una colección de documentos de Blasco Ibáñez, pero yo nunca los había visto. Sabía que los tenía y nada más», comenta Pilar Madaleno Noguera.
Lorenzo Noguera Fabra nació el 16 de agosto de 1933 en Alberic. Vivió sus últimos años en una residencia para personas mayores en Sagunto, donde falleció el 30 de marzo de 2019. Curiosamente, depositó los sobres en la notaría el 30 de marzo de 2004, la misma fecha en la que falleció quince años después.
Unos meses antes de su deceso estuvo hospitalizado y le recordó a su sobrina Pilar Madaleno: «Por si me pasa algo, que sepáis que los documentos de Blasco Ibáñez están con el notario». En ese momento la familia no le dio seguimiento a la advertencia porque él estaba enfermo, pero tiempo después, la madre de Pilar, hermana de Lorenzo y quien además era su tutora, encontró en el piso de este la carta de la notaría que indicaba la existencia del material.
«Por si me pasa algo, que sepáis que los documentos de Blasco Ibáñez están con el notario»
Decidieron acudir al notario, quien les dio la opción de mantener en depósito los documentos o bien recogerlos. Optaron por esto último y el material, tal y como estaba, guardado y mezclado en once sobres dentro de tres cajas de cartón, se lo llevaron a casa de los padres de Pilar Madaleno, donde lo vieron solo por encima. Allí permanecieron por un tiempo, hasta que a finales de 2019, Pilar decidió llevarse las cajas a su casa para ordenar el material. Un trabajo que se vio favorecido por el hallazgo, cuando vaciaron el piso de su tío, de la lista con la numeración de los documentos, que al parecer nunca fueron ordenados. Cuando la sobrina empezó a examinar pieza por pieza se dio cuenta del gran valor del legado.
El documento notarial hace referencia a la entrega del material con los siguientes términos: «Don Lorenzo Noguera Fabra hizo depósito en esta Notaría de una serie de documentos manuscritos, cuya autoría, asevera, corresponde al escritor Don Vicente Blasco Ibáñez, fotografías de distintos personajes, ediciones de libros, y otros documentos, todos los cuales quedaron introducidos en distintos sobres nu-merados correlativamente del uno al once, cerrados con la firma del compareciente».
Pero esa no fue la única vez que el interesado acudió a la notaría. Lo hizo dos veces más. El 7 de junio de 2007 y el 4 de noviembre de 2008. En ambas fechas requirió el Acta de Apertura de Depósito para examinar los once sobres «a fin de poder proceder en compañía de sus acompañantes al examen de los documentos que contenían, dejándolos —una vez terminado el examen— de nuevo en depósito», según dejó por escrito el notario.
Esto significa que otras personas cercanas a Lorenzo Noguera sabían de la existencia de esa colección de documentos y los conocieron personalmente, pues incluso, según la carta notarial, los examinaron dos veces, pero se desconoce quiénes eran, pues el notario no dejó constancia de su identidad ni él la reveló a sus familiares. «No se lo preguntamos nunca. Él era una persona muy reservada —aclara Pilar—. Era muy expresivo pero hablaba de lo que él quería. No le gustaba que le preguntaran. De hecho, horas antes de fallecer me recordó ‘‘tenemos los papeles de Blasco Ibáñez’’, pero no le dije que ya los habíamos recogido».
Según recuerda la sobrina, su tío fue un hombre que viajó mucho y es probable que visitara Francia, país al que tanto cariño le tenía Blasco. Le gustaba el arte y la literatura, pero al ser tan reservado, su familia desconocía los círculos en los que se desenvolvía, de donde seguro procedieron los documentos que ahora ven la luz. Y con inquietudes culturales. Noguera Fabra escribió y publicó un libro de poemas, titulado Salmos al crepúsculo del mundo.Versos mediúmnicos. Entre estos hay uno, Divertimento modernista, dedicado ni más ni menos que a Elena Ortúzar, lo cual habla de la gran pasión que sentía por el matrimonio Blasco.
De hecho, el poeta y crítico literario nicaragüense Ricardo Llopesa —especialista en la obra de Rubén Darío—, que vivió en València desde 1967 hasta que falleció en 2018, le dedicó un artículo en un blog literario en el que lo menciona como «el último poeta vivo de la escuela modernista en España». En su crítica, Llopesa hace referencia a que Lorenzo Noguera era un seguidor de los pasos de Rubén Darío, en los ritmos modernos de sus poemas, además de poseer una imaginación torrencial.
La pasión que el coleccionista tenía por la figura del ilustre escritor valenciano fue de tal magnitud que, según Pilar, una semana antes de fallecer, la familia lo sacó un domingo de la residencia para llevarlo a comer. «Cuando terminamos le dijimos: ‘‘¿Dónde quieres que vayamos? ¿Vamos a dar un paseo?’’. Él no nos pidió ir a su casa, nos pidió ir a ver la casa de Blasco Ibáñez y aunque ya era tarde, estuvimos por fuera viéndola un rato, que seguro ya la conocía. A la semana, mi tío falleció», recuerda.
Quizá esta visita fue la manera en que el coleccionista se despidió del gran escritor valenciano que tanto admiró desde adolescente y por el que fue capaz de guardar durante muchos años documentos que le pertenecieron y que. tal vez, nunca se sabrá cómo llegaron a sus manos. Era un hecho que Blasco Ibáñez formaría parte de su vida desde temprana edad pues, por coincidencia, fue estudiante de los Escolapios, en València, donde Blasco también hizo estudios. A Noguera lo expulsaron porque varias veces lo descubrieron leyendo libros del anticlerical Blasco, proscritos en ese colegio religioso; al escritor también lo echaron de la escuela, pero por inquieto y revoltoso. Coincidencias de la vida.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 75 (enero 2021) de la revista Plaza