en caja baja

El museo del diseño cotidiano

Hacia finales de los años setenta Andrés Alfaro Hofmann empezó en Godella la que es hoy la colección privada más importante de diseño industrial enfocada al electrodoméstico

12/08/2019 - 

VALÈNCIA.-El diseño en España entró por la cocina. La frase es de Andrés Alfaro mientras nos guía en una visita a su colección particular ubicada en el Espai Alfaro de Godella, a apenas cinco kilómetros de València, y es que la popularización del diseño en los hogares españoles de mediados del siglo pasado se hizo hueco desde la cocina con los primeros electrodomésticos llegados de Alemania, Reino Unido y EEUU. Por eso hablamos del diseño cotidiano al referirnos a estos utensilios eléctricos que aparecieron para hacernos la vida más fácil. Por eso, visitar la Colección Alfaro Hofmann y contemplar todos esos cacharros que hemos visto alguna vez utilizar a nuestras abuelas en sus casas tiene un importante componente nostálgico.

Fue a partir de los años veinte y treinta del siglo pasado cuando aparecen las primeras neveras eléctricas para sustituir a los cajones de leño que almacenaban hielo. El impacto fue tal que esos primeros frigoríficos se diseñan como si fuesen muebles; con sus patas victorianas que elevaban el cajón principal para ubicar el electrodoméstico en el salón, como si se tratase de una cómoda o un armario y, así, poder lucir este gadget llegado del futuro. En la evolución de neveras, batidoras o aspiradoras vemos la importancia del diseño de la carcasa para posicionarse en el mercado, hacer más agradable su uso y optimizar el espacio, y la llegada de nuevas tecnologías y los primeros intentos del marketing para vender electrodomésticos.

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Tras una zona más arqueológica, pasamos a esa nostalgia de la casa de los abuelos a un fondo que parece salido del atrezzo de películas y series costumbristas y, de repente, nos encontramos aquel primer Walkman que en estos días celebra su 40 aniversario, el Discman o los teléfonos que nosotros mismos utilizamos hace apenas dos o tres décadas. Es entonces cuando la cercanía cariñosa de esos productos nos desata un poco de pavor por tener ya un trozo de nuestra historia más reciente en un museo.  

* Lea el artículo completo en el número de agosto de la revista Plaza

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