Mientras en Cataluña cuentan los días que faltan para el referéndum, los catalanistas valencianos —tan activos en otras épocas— se han puesto de perfil. Los históricos reconocen que el sentimiento no ha cuajado mientras los más jóvenes han dejado de incluir a los Països Catalans en sus discursos. Un cambio generacional, pero también un distanciamiento entre el catalanismo político (ya amortizado) y el cultural (más vivo que nunca)
VALÈNCIA.- En la Comunitat Valenciana «no ha habido nunca un sentimiento independentista». La frase la pronuncia el escritor y periodista Toni Mollà en el Federal Café, situado en pleno centro de València. La cita es con él y María Deltell, socióloga y coordinadora de Joves de Acció Cultural del País Valencià. Deltell le escucha y prácticamente de seguido interviene. «Pues yo creo que sí», dice. «Ya tenemos un punto de partida para esta conversación», bromea Mollà. Y Deltell ríe. Con 33 años de diferencia, ambos representan a dos generaciones diferentes: una, la que vivió la Transición y la Batalla de València, y otra nueva, la de los millennials, con cuentas en Twitter y Facebook y una gran actividad en el mundo digital.
Todas las encuestas sobre identidades culturales dan la razón de entrada a Mollà. Un estudio de la Generalitat valenciana de junio de este año sobre identidades nacionales refleja que las personas que se sienten solo españolas (16,1%) o más españolas que valencianas (9,5%) suponen el 25,6% de la población. A ellas hay que unir un 55,9% que se siente tan valenciana como española. Solo un 10,8% de la población se siente valenciano antes que español y un 1,5% solo valenciano. Los resultados son muy parecidos al barómetro de la ciudad de València donde también la opción intermedia, la que aglutina las dos identidades, suponía el 53,5% de los encuestados. Mayoría absoluta holgada.
Pero la encuesta también incluye un dato sorprendente, al menos desde un punto de vista cultural. A la pregunta «¿con qué se siente identificado?» el entrevistado ofrece resultados que hablan de un profundo divorcio entre parte de la población con Cataluña. Del 1 al 10, siendo 1 nada identificado y 10 completamente identificado, «el conjunto de territorios de lengua catalana» recibe la nota más baja (3,1), mientras que «España» recibe un 8,6 (la segunda más alta); «Europa», un 7,3; «la comunidad de países de habla hispana», un 6,5; y «la humanidad en su conjunto», un 8,7. De hecho un 42% de la población asegura no sentirse «nada identificado» con Cataluña. Los muy identificados suponen el 6,4%. Los valencianos se ven a sí mismos como ciudadanos del mundo. Unos datos, por cierto, muy similares a los que arrojan los cuatro estudios similares realizados por el CIS desde 1998.
«No hay conciencia nacional», sentencia Pere Mayor. «Que compartamos lengua y cultura no significa que haya una nación. Los catalanes y valencianos somos primos hermanos, pero diferentes». Sentado en la terraza de una cafetería, está esperando a un cliente de su despacho, un amigo que solo habla castellano. «Hace unos días se me acercó una persona y me dijo: ‘Usted es Pere Mayor. Tengo una cosa que decirle’. ‘Pues dígamela que igual yo le respondo’, bromeé. ‘Yo le he votado’, me explicó. Y me dijo: ‘Mire, el otro día oí lo de la manifestación por la financiación y me acuerdo que usted ya lo dijo hace años, en un mitin del Bloc’. Y es verdad; las cosas que dijimos entonces siguen vigentes», comenta con una sonrisa.
El veterano líder del Bloc, referente en la sombra de Compromís, contempla ahora con la satisfacción de Casandra como buena parte de sus premisas en pro de un mayor autogobierno cuentan con un refrendo casi unánime por parte de los partidos políticos valencianos. Los agravios económicos están alimentando este sentimiento. Como una lasaña, se suman la infrafinanciación, la defensa del derecho foral valenciano, la reclamación de unas mejores infraestructuras ferroviarias... «Los Cercanías son una máquina de crear independentistas», bromea a este respecto el periodista Salva Almenar, director del periódico digital en valenciano La Veu. «El problema de los valencianos es que no son un problema», indica Mayor. Y añade: «La reforma del Estado hay que plantearla porque la España actual no es la del 78».
Las nuevas generaciones lo que han reaccionado es al no comulgar con un patrón que te imponían
De nuevo en el Federal Café, Deltell habla del sentimiento nacionalista. «Dentro del País Valencià hay sectores donde sí existe un sentimiento independentista. En la actualidad lo que sucede es que se está transformando. Las consignas de hace veinte años a ahora han cambiado. El sentimiento nacionalista ya no es una bandera, un eslogan, sino que se ha transformado en una normalización identitaria; y es que la gente se siente parte de un pueblo y antes era un poco difuso». Una tesis, la de Deltell, que comparte el periodista Salva Almenar.
«Las nuevas generaciones de valencianos no se plantean su identidad en confrontación contra España ni los españoles. Las nuevas generaciones lo que han reaccionado es al no comulgar con un patrón que te imponían. Somos generaciones que hemos crecido y vivido en valenciano. Por fin la lengua abre puertas. Ni en el PP la identidad única triunfa. Mi lucha es por la normalización del uso del valenciano porque incluso ahora para casarte en valenciano tienes que buscar a un cura predispuesto porque no hay un misal en valenciano», dice.
Almenar representa a esa nueva generación que ha nacido digital—que se informa por La Veu, Ara, Vila Web— a diferencia de sus mayores que aún se identifican con El Temps, una revista ‘de papel’. De hecho, la veterana publicación presentó a su nuevo director, Borja Villalonga, el pasado marzo y en junio se anunció su despido. Según el periodista, el intento de quitarle «30 años a la revista» para acercarlo a los millennials no gustó al editor Eliseu Climent.
Sin embargo, pese a esa normalización, son muchos los que prefieren que no se les identifique públicamente con el valencianismo, o mejor dicho, con el catalanismo, y varias personas entrevistadas para este reportaje (escritores, cantantes...) han solicitado que no se les mencione o incluso han renunciado a aparecer, pese a que sus puntos de vista son de sobra conocidos. Algo que los más veteranos, como el catedrático de matemáticas e histórico del PSAN (Partit Socialista d’Alliberament Nacional dels Països Catalans) Josep Guia, atribuyen a la mala imagen que se tiene del catalanismo en la sociedad valenciana.
Sin embargo, ahora que el pulso independentista está en su momento álgido, apenas se han visto gestos de solidaridad
«En València se dio un fenómeno de masas en el que influyeron el miedo y los intereses. Aquí todo el mundo era catalanista en mayor o menor grado hasta el 77. Eran por un lado los catalanistas y por el otro los blaveros búnker. Pero en los pactos de la reforma, en los que participaron Pujol y el PSOE, uno de los acuerdos consistía en abandonar absolutamente el proyecto de Països Catalans. Esa línea se incrementó cuando el PSOE entra en la Generalitat y después en Madrid. Los independentistas sufrieron mucha represión y la gente vio que era algo que no tocaba. No estaba de moda y comenzaron unas deserciones en masa hacia posiciones de catalanismo escondido o no catalanismo», sostiene.
En todo caso, eso no explica el llamativo silencio sobre el referéndum del 1 de octubre en Cataluña. En abril de 2016 el catalanismo volvió a abarrotar una Plaza de Toros de València a la que el PP le había cerrado las puertas hace años. Antes, llenaron las calles de esteladas con el eslogan «Fem País Valencià»; después, un concierto para conmemorar la Batalla de Almansa en el que Lluís Llach fue el plato fuerte. A la cita no faltaron destacados miembros de la CUP como David Fernández o Anna Gabriel. Sin embargo, ahora que el pulso independentista está en su momento álgido, apenas se han visto gestos de solidaridad. Los jóvenes de Arran, independentistas irredentos, fletaron autobuses para la Diada del pasado 11 de septiembre que se sumaron a los cinco que aportó Acció Cultural.
Otro gesto de apoyo importante al procés podría ser el de los más de ¡500 firmantes! del manifiesto Va de democracia, en el que escritores, periodistas, activistas, profesores… explicitaban su apoyo a al «dret del poble de Catalunya a decidir el seu futur en les urnes» (lo que tampoco puede entenderse como un apoyo a la independencia). El documento concluía afirmando: «No renunciem al fet que, quan la majoria de les Corts Valencianes així ho decidisca, el País Valencià també puga votar quin és el seu estatus polític entre la resta d’Estats i nacions del món».
Mollà asocia simbólicamente este giro con el artículo La paella dels Països Catalans publicado en julio de 1978 en Las Provincias y firmado por el abogado Manuel Broseta, asesinado por la banda terrorista ETA en 1992. En él, a partir de la anécdota de la exhibición de una paella en la Semana Cultural Catalana de Berlín, Broseta comenzaba a enumerar diferentes agravios y señales de cómo desde Cataluña se promovía «una verdadera expoliación cultural y nacional». Es de aquí de donde viene una de las más famosas expresiones socarronas contra el anticatalanismo: el famoso ‘mos volen furtar la paella’. Antes de ese artículo Broseta ya había publicado en septiembre de 1977 Catalanismo y anticatalanismo, en el que daba un giro a sus posiciones iniciales. Incluso había abandonado el Consell per al Foment de la Llengua Valenciana que con tanto ahínco impulsó.
Tal y como se relata en el libro Joaquín Maldonado Almenar. Conversaciones, de Alfonso Maldonado, fue durante una reunión en el despacho en Poeta Querol de Maldonado donde Broseta anunció intempestivamente que dejaba la entidad sin dejarles tiempo a reaccionar. Hasta entonces el abogado y político valenciano, como otros prohombres de la derecha valenciana, el mentado Maldonado o el abogado monárquico Joaquín Muñoz Peirats, no veían con desagrado el concepto de Països, empleaba el término País Valenciano y no se planteaba que catalán y valenciano fueran idiomas diferentes.
Pese a la imagen que ha quedado de él como adalid del anticatalanismo, en 1977 Broseta quería evitar la confrontación y advertía: «El valenciano sensato y sereno que quiere progreso social y político está ya harto de tanta exagerada polémica divisoria entre Reyno-Región o País; entre si azul o sin azul; entre si es catalán o valenciano; y entre si el himno o la cultura... Y si alguien quiere continuar afirmando y discutiendo que si somos o no catalanes, pues muy bien, adelante; y mientras tanto ¡la casa sin barrer! Y que las derechas se dediquen a combatirles como agentes del imperialismo catalán es también una excelente manera de perder el tiempo». Y añadía: «Lo que es excesivo es que una derecha instalada ataque de catalanista a la izquierda y que ésta tache a toda la derecha de bunker-barraqueta. Eso además de falso es miopía». El exceso y la miopía, empero, fue lo que triunfó. Por las dos partes. Recuerden ‘mos volen furtar la paella’ como emblema y como parodia.
La presión contra las tesis catalanista fue acompañada de una constatación: la ausencia de refrendo social a las propuestas fusterianas, que se fue haciendo más evidente conforme se instalaba la democracia. «Fuster era un teórico, un intelectual, no una persona que bajaba a la calle como Castelao», explica Mayor. Ninguno de los partidos que apoyaban la identidad catalana, y muy especialmente Esquerra Republicana del País Valencià, pasaban de tener un apoyo simbólico y no conseguían consolidarse en el parlamento valenciano o en el nacional. El Bloc, con su discurso más pegado a la realidad, lograba alcaldías pero se quedaba a las puertas del Parlament. Mientras, las tesis que hablaban de lenguas diferentes y negaban una identidad cultural común, enarboladas por Unió Valenciana y el empresario Vicente González Lizondo, alcanzaban incluso dos diputados en el Congreso y con el tiempo serían clave en el Ayuntamiento de València y en les Corts.
Lejos de ganarse a la ciudadanía, las tesis catalanistas sufrieron la indiferencia social, el desprecio por su elitismo y la agresividad de los más radicales. Fuster padeció dos atentados terroristas en su casa de Sueca; el más grave en 1981. También fue atacado Manuel Sanchis Guarner. El catalanismo fue orillado. Por si fuera poco, dice Guia, desde Cataluña nunca se apoyaron iniciativas políticas, solo culturales. Una de estas iniciativas fue el emporio Acció Cultural del País Valencià (ACPV), que promovió Eliseu Climent y que incluye revista (El Temps), editorial (3i4) y un centro cultural, el Octubre Centre de Cultura Contemporània, en pleno corazón de València. ACPV tiene entre sus acciones más célebres la puesta en marcha de repetidores para que se pudiera ver TV3 en toda la Comunitat Valenciana.
El apoyo de las instituciones catalanas a Acció Cultural ha sido pródigo y fundamental para su supervivencia. Entre 2002 y 2009 la Generalitat de Cataluña subvencionó con más de 15 millones de euros a entidades vinculadas a Climent, mientras que las cuatro diputaciones catalanas le concedieron otros dos millones. En ese periodo las ayudas recibidas por otras administraciones, como el Gobierno de España (50.800 euros) o la Generalitat valenciana (20.421 euros) fueron bastante menores.
La línea de apoyo catalán aún hoy se mantiene. En 2016 Acció Cultural recibió de Presidència de la Generalitat de Cataluña 659.602 euros para pagar la hipoteca del Octubre CCC y una cantidad similar para sufragar los gastos de la entidad. Son casi cuatro veces más que los 351.000 euros que recibirá en 2017 entre el Ayuntamiento de València, la Diputación de València y Generalitat. Minoritarios, apartados, dependientes de Cataluña, los catalanistas descubrieron la agudeza de las palabras de Konrad Adenauer: «En política lo importante no es tener razón, sino que te la den».
Pero les quedó un consuelo: «La Batalla de València la perdimos en la calle pero la ganamos en las universidades», dice Guia sonriendo. Y como ejemplo de ello cita que la carrera se llama Filología Catalana. Y mientras el catalanismo se veía obligado a encerrarse en su burbuja intelectual, con una serie de referencias constantes para las que aparentemente no parecía haber relevo, el valencianismo que renegaba de cualquier vínculo con Cataluña se hacía cada vez más presente en las calles, en Fallas, en fiestas populares como els bous al carrer, al tiempo que tomaba como símbolos innegociables iconos diferenciados.
«La Batalla de València la perdimos en la calle pero la ganamos en las universidades», asegura Guia
Del mismo modo que se atribuye a la derecha valenciana la activación de la Batalla de València, un nombre propio de esta derecha, el de Eduardo Zaplana, es el que se toma como referente a la hora de hablar de su relativa desactivación. La creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua en 1998 se cita como aparente punto final a un conflicto que solapaba cuestiones como la financiación o el autogobierno. Han sido veinte años de relativa paz cultural en los que han florecido grupos musicales en valenciano de éxito como Obrint Pas o ahora Gener, veinte años en los que, curiosamente, los momentos de más tensión, vinieron provocados por el presidente Camps, con sus imposiciones y amenazas a la Acadèmia Valenciana de la Llengua. La absorción de Unió Valenciana por parte del PP, con la asimilación de concejales y diputados, minimizó la tensión. Algo que Guia interpreta en clave económica: «Cuando la patronal se ha dado cuenta de que el anticatalanismo no es negocio, ha dejado de pagarlo», explica.
La pax Zaplana dejó entrever que las tesis de Broseta quizás no iban tan desencaminadas. Sin saberlo, Mollà lo refrenda cuando comenta que para él en la Comunitat no ha habido un sentimiento nacional «de ningún tipo»; solo el valenciano ‘sensato y sereno’ de Broseta, que está aburrido de ‘tanta polémica exagerada’. «Hay una conciencia más o menos tradicionalista de lo que puede ser el país, una conciencia muy difusa de lo que puede ser el territorio», explica Mollà, «pero todo eso, que son elementos sueltos que están en la conciencia valencianista, todo eso no se ha elaborado en una conciencia nacionalista ni mucho menos independentista. De hecho, eso no creo que está presente ni en el pensamiento de Joan Fuster. Fuster es un contraideólogo que elabora un pensamiento contra una ideología, que no significa que sea una respuesta ideológica. Que a partir de ahí determinadas minorías hayan querido formular opciones políticas, desde mi punto de vista, no significa que exista ni mayoritaria ni minoritariamente un sentimiento de identidad colectiva». Un Fuster que aún sigue siendo referente, pero cada vez menos, más domesticado, y del que el relato común establece que era un intelectual, un teórico. «En este contexto, Fuster tiene vigencia sí, pero el valencianismo no puede beber de las mismas fuentes», añade el director de La Veu.
Cada vez son más los autores de inspiración valencianista que se sienten cómodos bajo el mismo paraguas que otros autores nacionalistas. La tercera vía, la que intentaba unir blaverismo y catalanismo, se ha impuesto de manera discreta. Sin cuestionar la unidad de la lengua e influencia cultural, se han remarcado las diferencias. Una valencianía que no aspira a la suma cero con la identidad española, que no suple una por otra, sino que intenta que convivan. Así, la vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, líder de Compromís, pidió públicamente que escriban su nombre con el acento en castellano.
A esto se puede añadir un ejemplo más reciente, como es la rueda de prensa tras el pleno del Consell del pasado 8 de septiembre, en la que hablando de la infrafinanciación aseguró que «todo en España no es Cataluña» y que «España, por donde se rompe, es por la desigualdad de los ciudadanos dependiendo del territorio en el que vivan». El Procés, está claro, no va con ella. No hay que olvidar que cuando, en enero de 2010, se constituyó Compromís (una coalición formada por el Bloc, Iniciativa y Els Verds), su manifiesto fundacional apostaba por el «valencianismo progresista» como una de las claves para poder ser una verdadera alternativa electoral en el «País Valencià».
Lo mismo podría decirse del alcalde de València, Joan Ribó, apareció en Televisión Española asegurando que no es partidario de la independencia de Cataluña. Por si fuera poco, el setabense Raimon, figura clave en la cultura catalana, referente musical y emocional de generaciones, sorprendió hace tres años reconociendo sus dudas respecto a la independencia de Cataluña. «No lo tengo claro», dijo. Unas declaraciones que, por cierto, le costaron una lluvia de insultos.
El valencianismo político de izquierdas ahora, ocupando cuotas de poder en la Generalitat y el Ayuntamiento, menciona la identidad común pero no la enarbola. Una cuestión que tiene su explicación práctica. «Cuando estás en el poder te tienes que dedicar a gestionar», comenta Mayor. Como recomendaba el presidente Eisenhower, primero lo urgente y después lo importante. Estos partidos, lejos de tender puentes con Cataluña se marcan cada vez más diferencias y, sobre todo, con la idea de la gran nación catalana. No es que no se crea en ella; es que se piensa que no aporta nada.
Pero gritar ‘¡qué vienen los catalanistas!’ sí parece ser caladero de votos en la derecha. La presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig, ha llegado a decir del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, que con él llegaba «el ala más catalanista» de «los dinosarurios» del PSPV y, a cuenta del decreto del plurilingüismo, su partido ha vuelto a agitar la señera en Les Corts; algo que ha coincidido con su abandono del frente en pro de una mejor financiación. Tanto Bonig como el presidente de la Diputación de Alicante y alcalde de Calpe, César Sánchez, usan las menciones a Cataluña habitualmente en sus críticas al Consell y a Puig. En València, el PP tiene un aliado en el portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de València, Fernando Giner, quien ha hecho de la crítica a las subvenciones a Acció Cultural parte de su discurso. Aún así, el anticatalanismo se ha diluido al mismo tiempo que su némesis.
«Cataluña hará su camino, y los valencianos, tots a una veu, pagaremos la fiesta española», bromea Toni Mollà
La inminencia del procés del 1-O, el imprevisible referéndum sobre la independencia que se quiere realizar en Cataluña, está siendo seguido con atención por sectores de la intelectualidad valenciana. Algunos, como Núria Cadenes, dicen que viven la situación con «un nudo en la garganta», convencidos de que «nada será igual» a partir de ahora. Otros, como Guia, admiten que habrá que ver «si hay una mayoría suficiente» para que se produzca esa independencia, pero está convencido de que más tarde o temprano ocurrirá, de que es una «dinámica inexorable». Y cita una Nota d’un desficiós de Fuster publicada el 11 de julio de 1983. «¿Qué Guia, o jo, o mil més, estén ‘equivocats’? Potser sí. En política, qui de moment ‘perd’ s’equivoca, així mateix ‘de moment’» Y sonríe recalcando: «De moment».
En Cataluña, insiste, el sentimiento independentista abarca a todos los sectores de la población, desde la izquierda antisistema a la derecha más tradicional. Una idea que comparten todos los entrevistados. «Cuando vi en Barcelona a un tipo en un Ferrari con dos chicas que llevaban esteladas me di cuenta de que allí sí el movimiento es transversal», asegura un joven escritor valenciano que no quiere ser identificado. Lo sorprendente es que en ningún momento desde Cataluña se ha mirado a la Comunitat Valenciana, o se le ha hecho mención expresa, excepción de organizaciones minoritarias y un cartel de la CUP de inspiración leninista que no ha sido precisamente muy celebrado. No está en el principio del discurso.
Para Guia es un error que se haya dejado de lado a los valencianos. Otros como Almenar o Deltell hablan de ritmos. Y algunos como Toni Mollà lo agradecen y lo consideran «lógico». «La dinámica social y política de Cataluña no tiene nada que ver con la del País Valenciano. Ni en la estructura civil ni en la mediática ni en la configuración de las nuevas hegemonías. Cataluña hará su camino, y los valencianos, tots a una veu, pagaremos una parte de la fiesta española posterior. Económicamente, los vascos se fueron de España en 1977. Si los catalanes se van ahora, de la manera que sea, alguien tiene que pagar las facturas. Hemos venido per a ofrenar, ¿no ?», ironiza.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 35 de la revista Plaza