Mientras todo tiende a la uniformidad y la mejor forma de aparentar ir a contracorriente es seguir los dictados de modas cada vez más absurdas, algunos siguen reivindicando una cultura que nace en la calle y que se rige por sus propias normas
VALÈNCIA.- La información discurre por el ciberespacio a más velocidad de la que alcanzaremos jamás nosotros. Nos llega sin tregua, a todas horas. Nos obliga a que la consumamos deprisa desde dispositivos móviles y ordenadores, mezclada con otra mucha información procedente de otros puntos del universo virtual. Así pues, cuando dicen que las publicaciones en papel están predestinadas a desaparecer quizá lo que en realidad quieren decir es que jamás se irán del todo. Se convertirán, como le ha pasado a los discos, en productos para minorías; cuesta trabajo creer que terminarán desapareciendo. Principalmente las publicaciones especializadas. Sobre todo, aquellas que se centran en temas culturales y artísticos.
Desde que València vive una nueva etapa política, y gracias al cambio de parámetros generales que eso significa, la ciudad se ha convertido en un hervidero de propuestas culturales privadas. O quizá ya lo era antes y ahora simplemente esos pequeños acontecimientos brillan con más fuerza en una ciudad que ha dejado de ser nombrada por la corrupción y la desfachatez de sus gobernantes. Lo que antes parecía una extravagancia ahora es parte del pulso normalizado de una cultura local que aspira a serlo también universal. Y al margen de que ese sueño dure más o menos, ahí están todas esas iniciativas. Salas de exposiciones y de teatro, conciertos, editoriales, librerías y cafés que también son librerías. Y formando parte de esa efervescencia, una serie de revistas que existen como objetos y que le hablan a sus lectores de arte y cultura.
Algunas como Bostezo ya existían antes incluso de que llegara la famosa crisis económica de 2008. Que nueve años más tarde siga publicándose es, como mínimo, un hecho digno de aplauso. «Cuando la creamos veíamos el reto de manera más ingenua», explica Paco Inclán, periodista y escritor, que recientemente ha publicado el libro Incertidumbre. «Carecíamos de la experiencia que te da el trayecto recorrido, sin ser conscientes de las dificultades que irían surgiendo. Todo era ilusión y entusiasmo». Nueve años más tarde, el equipo formado por David Barberá, Kike Ferrando, Héctor Arnau, Andrés García, Sonia Vives e Inclán ya va por su undécimo Bostezo, aunque se contabilice como el número cero de su segunda época. «Internet se ha convertido en un territorio que le ha ido ganando espacio a la calle, y Bostezo es una publicación que se mueve y se consigue en la calle y en los buzones de los suscriptores. Frente al totum revolutum digital seguimos encontrándole sentido a una revista impresa con un marcado criterio editorial y una red de lectores y lectoras que sostienen el proyecto».
Dadas las circunstancias, se podría hablar de cultura de resistencia cuando halamos de revistas culturales en papel. O no. Para Felip Bens, uno de los responsables de Lletraferit no es así. «Asocio el término resistencia a la resignación, la heroicidad y el sufrimiento. Y de eso nada. Hacemos Lletraferit porque nos gusta y porque hay unos lectores que le confieren un valor a lo que hacemos». La revista, todo un referente editorial en la historia de València, había sobrevivido al tiempo pero no a la erosión que este puede producir en el impulso inicial de una idea. Un grupo de amigos —Bens pone énfasis en la palabra amistad cuando habla de la reactivación de la revista— tomó la decisión de darle un nuevo empuje a Lletraferit. Josep Vicent Miralles, Toni Sabater, Vicent Baydal, Vicent Molins y Bens inauguran en mayo de 2012 la que será su segunda etapa. «Compartíamos inquietudes culturales y valencianistas y creímos que podríamos ser capaces de darle un nuevo periodo de esplendor». Desde el pasado marzo, cuando suscribió un acuerdo por el que pasa a ser su editor el Grupo Plaza -editor también de Plaza-, puede hablar ya de haber iniciado una tercera etapa.
Revivir una revista escrita en valenciano forma parte del infinito abanico de posibilidades que supone una publicación que pueda sujetarse entre las manos y que exija pasar páginas de papel en lugar de hacer scrollings y clics. La especialización es la clave. Cada revista cultural publicada en papel es incomparable al resto. Cada una de ellas tiene sus propias señas de identidad. Rara vez coinciden en sus temas y jamás lo harán en los enfoques. Son mundos en sí mismos que pertenecen a una galaxia que suponíamos en extinción. Y sí, en València existe Lletraferit de la misma manera que existe también Los Ojos de Hipatia. Arantxa Carceller la creó en 2011; Isabel Genovés se unió a la aventura tan solo unas semanas después. Es una publicación gratuita y trimestral. Trata temas socioculturales habitualmente expuestos a través de una mirada comprometida.
Lucía Romero: «Para mí, las revistas culturales son un bien común que debemos preservar y conservar»
«Fue una respuesta a la crisis, a un momento en el que encontrar trabajo no era fácil», explica Carceller sobre la génesis de la publicación que en su cabecera se define como revista sociocultural. «Nos gusta definirla así porque en la vida todo está interrelacionado. A lo largo de la historia observamos cómo el arte, la literatura o la música son el reflejo o el producto del contexto socioeconómico en el que nacen». Los Ojos de Hipatia es también una publicación feminista, que lucha por la igualdad. Su nombre ya es un homenaje a una de las mujeres más singulares de la historia, «a ella y a todas las mujeres pasadas, presentes y futuras. Me gustó la idea de mostrar el mundo que nos rodea a través de la mirada de una mujer muy especial. Y esa mirada, gracias a los excelentes colaboradores con los que contamos, está dotada de más personalidad». Así pues, la curiosidad de Hipatia es el punto de partida para que Carceller y Genovés elijan temas, algunos de ellos poco tratados según su consideración, por las grandes cabeceras y, por supuesto, «rescatar a mujeres olvidadas por la historia con mayúscula y por la sociedad en general».
Una herencia de un tío que amaba los libros permitió a Ximo Rochera poner en marcha una publicación especializada en el verano de 2013. Fue un homenaje al difunto y también la liberación de una necesidad vital que Rochera llevó a cabo inicialmente con el poeta Aldo Alcota y el escritor Fran Amador. Hoy ambos viven lejos de València, pero Rochera cuenta con otros cómplices para poder seguir haciendo la revista de arte y literatura conocida como Canibaal. Desde 2015 le acompañan en la aventura Jesús García Cívico y Pablo Miravet; y desde el pasado año, Cristina Llamedo, Adriana Calvo y Sara Trujillo. «El punto de vista para plantear cada número son binomios con dos temas que aparentemente no tienen nada que ver pero que luego se unen de una forma imaginativa», explica Ximo acerca de la concepción de cada número de la publicación. «Intentamos escoger artistas y escritores que tienen repercusión al hablar de dichos temas. El número Arquitectura y terror, por ejemplo, contó con aportaciones de filósofos, fotógrafos, poetas, narradores, ensayistas, artistas muy prestigiosos, y a la vez con nuevos talentos no necesariamente jóvenes. Al final se produce un hermoso equilibrio».
«Para mí, las revistas culturales son un bien común que debemos preservar y conservar», afirma Lucía Romero. Es la impulsora, junto con David Brieva, de Bartleby, uno de los establecimientos de la ciudad que funciona como librería y también como punto para localizar revistas y fanzines culturales. Bartleby pertenece también a esa red de tiendas en las que el comercio está supeditado siempre a una idea o a un concepto cultural. Lugares en los que se debate precisamente sobre el papel de las revistas culturales, como la Librería Dadá, o espacios en los que se expone el trabajo de ilustradoras e ilustradores y se venden libros y publicaciones acerca del tema, como Pepita Lumier. Propuestas unidas de una u otra manera al papel como vehículo cultural. «La información que encuentras en estas publicaciones —prosigue Lucía— cuenta con una elaboración profunda y minuciosa. Su formato permite el deleite en lecturas largas y aportan algo que para mí es básico cuando decides leer una publicación de este tipo, un contenido temático amplio».
A pesar de todo, hay quien cree que la convivencia entre lo virtual y lo físico no tiene por qué resultar imposible. «El papel y el mundo digital no tienen por qué estar reñidos», argumenta Ximo. «El papel, a nuestro modo de ver, está en auge y es un formato necesario. Huiría de las razones románticas para definir la necesidad de las revistas». Romero opina que las revistas culturales no son simples fetiches en el caso de que cuenten con una versión homónima. «Creo que a cada una de sus variantes se le exige un grado de compromiso distinto», afirma. Felip Bens opina que las revistas culturales siempre han sido un altavoz para aquellos que son capaces de obligarnos a pensar. «Son publicaciones que han representado una visión coral y poliédrica, como lo es la propia cultura. De hecho, las buenas revistas digitales se hacen así también». Carceller cree que «la cultura necesita de todas las plataformas posibles, ya sea en digital o en papel, y el compromiso de una ciudadanía que no se conforme con lo primero que le pongan delante».
Ximo Rochera: «El papel es un formato necesario. Huiría de las razones románticas para definir la necesidad de las revistas»
El nexo geográfico que une a todas estas publicaciones, su lugar de origen, no supone ningún hándicap. Cualquiera que lea en valenciano podrá disfrutar de Lletraferit porque, al fin y al cabo, sus temas son universales. Canibaal, según razona Rochera, refleja en cierta medida el espectro creativo de la ciudad pero también demuestra que no solo se pueden crear publicaciones así en Madrid o en Barcelona. «Nosotros solemos bromear —dice Paco Inclán— diciendo que en Nueva York, Londres o Madrid nos iría mucho mejor, pero creo que no es cierto. Nos iría igual de bien o de mal. Las ventajas y los inconvenientes de hacer esto son independientes de la localización, al menos en el caso de Bostezo». Los Ojos de Hipatia nunca ha querido circunscribir su línea editorial o sus contenidos a una sola área. «El saber no entiende fronteras», mantiene Carceller.
Por muy adversos que parezcan estos tiempos para las publicaciones en papel, parece un hecho probado que las revistas culturales son algo más que un ejercicio de rebeldía y resistencia. En València al menos parecen tener su lugar asegurado y cumplir una función más que necesaria. Porque en la mayoría de los casos no se limitan únicamente a ser revistas, sino que forman parte de un concepto vivo que se amplía a través de la edición de libros, como es el caso de Canibaal, Lletraferit o Bostezo. O se materializan con actividades, exposiciones o debates que pueden tener lugar en espacios como Bartleby. No se trata de un mundo en desaparición sino de un mundo en sí mismo, palpitante y necesario para mantener el equilibrio, aunque solo sea un poco, con el mundo digital que nos domina. ¿Cultura de resistencia? En estos casos sería mejor hablar de cultura resistente.
Editar revistas de arte, cultura y pensamiento no es necesariamente una idea suicida. Felip Bens lo sintetiza muy bien: «Hemos comprobado que hay un público que aguardaba un producto como el que hemos ido consolidando con Lletraferit. Y si hay público entonces claro que es una iniciativa viable». Pero una cosa es la viabilidad y otra, la rentabilidad. Para Paco Inclán, sacar adelante Bostezo a veces es un poco como un milagro. «Hay que ser conscientes de lo que supone editar una revista impresa de arte y pensamiento en los tiempos que corren. Igual hacerlo siempre fue un proyecto complicado y eso es lo que hace que sea un proyecto estimulante. Rentable no es. Viable, a veces».
Bostezo pasó por dificultades para poder seguir saliendo y su público respondió. «Cuando dimos la señal de alarma de que necesitábamos apoyo económico para seguir editando, encontramos un nutrido grupo de lectores y lectoras que decidieron que el proyecto tenía que seguir adelante. Y aquí seguimos, bostezando». Para Ximo Rochera, sacar cada nuevo número de Canibaal es un reto más que un milagro. «Algunas instituciones culturales y museos españoles nos han llamado para interesarse por el proyecto. La rentabilidad de todo este proceso quizá sea una utopía así que nos conformamos con la viabilidad».
* Este artículo se publicó originalmente en el artículo completo en el número 32 (VI/17) de junio de la revista Plaza