el callejero

El partisano de Kinépolis

Alexis Casañ iba para tenista, pero acabó salvando la empresa de su padre con 18 años. Ahora lleva con su mujer un restaurante italiano que cada semana envía comida a los sanitarios o a la Policía

3/05/2020 - 

VALÈNCIA. Kinépolis es un sitio tristón. Otro más. La ausencia de gente, de vida, acentúa aún más la artificialidad de los centros comerciales. Hoy no huelen a hamburguesa grasienta, a Nutella caliente ni a palomitas. Hoy no huelen a nada, pues nada hay. Un tiovivo envuelto en plástico pone a huevo la metáfora del mundo que prácticamente ha dejado de girar. Y en los cines, los carteles parece que anuncien películas que, más que de hace 50 días, parecen de hace 50 semanas. Hasta que la boda nos separe, Doctor Dolittle, Fast & Furious 9. El de Parásitos nos muestra a esa familia coreana que arrasó en los Oscar. Los Oscar. Qué lejos quedan ya los Oscar. Qué lejos quedan ya los focos, ponerse guapo, embadurnarse la cara con highlighter. Otro cartel anuncia que la exposición sobre el Titanic se ha prorrogado hasta el 20 de abril. Pero la exposición también se ha hundido.

Allá dentro, pasados los carteles, hay luz. Esto no es una metáfora. Es un restaurante donde están trabajando. Hierve la pasta en grandes cacerolas y pizzas amorfas se cuecen dentro de un horno. Robert y Lorena no paran en la cocina mientras Mónica lo supervisa todo. No hay ni un cliente. Las mesas están vacías entre paredes con dibujos de David de Limón y la Niña Guapa. Ahí está Alexis mirando la hora porque, en un rato, tienen que llevar el reparto a la comisaría de Policía de la Gran Vía Fernando el Católico, donde los brazos como cañones de un mando de la Policía se estirarán para coger las cajas con la comida mientras se intuyen las sonrisas, que no se ven en este mundo anómalo de rostros a medias.

El reparto es un obsequio, un aplauso extemporáneo, hecho de masa madre, a las dos de la tarde, de Alexis y Mónica. Es su manera de darles las gracias más allá del balcón. Como, semanas atrás, ya habían hecho con los sanitarios.

Alexis Casañ (Benetússer, 53 años) es un personaje. Uno de esos tipos habituados a subir y bajar por los valles de la vida. Porque su camino ha estado lleno de pendientes desde que, con 18 años, dejó de estudiar y jugar al tenis con miras de profesional después de que su padre enfermara gravemente. El hombre comenzó a sufrir ataques de epilepsia y amnesia. "Tenía un cuadro de estrés brutal", recuerda Alexis mientras trajina por Partiggiano, su restaurante en Kinépolis.

Casi un niño que, de la noche a la mañana, dejó de jugar para ponerse a dirigir una empresa de muebles. Un proveedor les había hecho un agujero tremendo y él, que solo vivía preocupado por mejorar su revés, tenía que solucionarlo. Una noche se despertó a las cuatro angustiado. No paraba de darle vueltas al problema. Unas pocas horas después estaba en el Colegio de Abogados. "Buenas, necesito saber quién es el mejor especialista en suspensión de pagos", soltó en cuanto le preguntaron qué quería. De allí salió con el teléfono "de un señor de Gandia que me salvó la vida". Aquel joven logró superar una bola de partido de cien millones de pesetas (600.000 euros, pero en realidad el equivalente a varios millones).

El padre, Armando Casañ, agradeció la audacia del mediano de sus tres hijos, pero uno no cede la empresa a la que ha consagrado su vida así como así. Y chocaron. "Con 24 o 25 años tuvimos una bronca descomunal. Mi padre tenía un problema: un hijo idéntico a él. Cogí, llamé a mi novia y le dije que en un mes nos casábamos. En aquella época parecía que tenías que casarte para irte de casa".

"¿Tú eres un fantasma?"

El matrimonio se fue de luna de miel a Túnez y a la vuelta Alexis se enteró de que la Feria de París iba buscando a alguien que gestionara los clientes procedentes de España. "Cogí y me planté en París sin pensar siquiera que no tenía ni idea de francés. La suerte que tuve es que había una chica que hablaba español perfectamente y me hizo la traducción. Después de dos horas hablando, el comisario de la Feria de París, me preguntó: '¿Tú eres un crack o un fantasma?'. Al año, llevaba la feria del mueble, la de iluminación, la de cocina, la de funeraria... En total, trece ferias que pasaban por sus manos.

Alexis había encontrado el sustento que le permitía dejar de depender de su padre. Pero, al año, Armando Casañ recayó y le acusó de haberle abandonado. El hijo pródigo regresó a su lado y, ya con 26 años y más experiencia, encajaron mucho mejor.


Su vida fue bien durante un tiempo. Tuvo a sus hijos Rubén y Lucía y extendió sus dominios a las ferias de Estocolmo, Pésaro y Shanghái. Pero a los 33, su mujer le dejó y le rompió el corazón. "Aunque aquello me enseñó a ser mejor padre y mejor persona", reflexiona ahora. A los seis meses, el día que cumplían años su hija y él, un amigo empezó a ponerse pesado para que fuera a verle a Xàbia. "Decía que estaba con seis tías y que necesitaba ayuda", se ríe Alexis. Un cebo así siempre se muerde y esa madrugada, Alexis acabó besando a una chica que le recordaba vagamente a alguien.

Aquella joven y él no tardaron en quedar para volver a verse y después de un segundo beso apasionado cayó en la cuenta. "Tú eres Mónica, la primera chica que besé en mi vida, con 15 años". Aquel beso en la discoteca Woody, en la zona de Blasco Ibáñez, se repitió 18 años después. Dos chavales convertidos ahora en adultos, separados y con varias cicatrices encima.

Mónica y Alexis siguen juntos y juntos han tenido un vástago. A los 40, hace ahora trece años, terminó de plantarse ante el padre. "Tú tienes 70 años, yo 40. Creo que ya va siendo hora de que me cedas las empresa". Llegaron a un acuerdo de compra-venta y Alexis acabó dejándose las ferias para centrarse en la herencia paterna. Empezaba a ganar mucho dinero y por eso acabó comprándose un casoplón en Cumbres de San Antonio con 400 metros cuadrados, patios interiores, un jardín inmenso... Pero cuando se rompió su matrimonio, lo perdió todo.

Aquello le hundió. "Un día estaba llorando y entró Alonso, amigo mío desde los cinco años, y me preguntó que qué pasaba. Le conté que había perdido mi matrimonio, a mis hijos de 4 y 5 años, mi casa... Y que estaba considerando irme a Estados Unidos y aceptar una oferta que tenía de la Feria de Arte de Miami. Nos fuimos a jugar al golf y al lado había unas grúas. Estaban construyendo una casa junto al colegio de los niños y le comenté que sería ideal para mí. A las semanas llegó y me entregó las llaves de la casa. Me la había comprado".

Su amigo, con el apoyo de su familia, que podía permitírselo, le compró aquel inmueble para evitar que se fuera de España en un momento de tanta inestabilidad emocional. "Aquello fue un anclaje para mí. Ahí empecé a luchar de nuevo".

El 1 de enero de 2007, con 40 años, empezó a dirigir la empresa de su padre. "Fue el mejor año de su historia", presume antes de recordar que meses después llegó la quiebra de Lehman Brothers y el derrumbe de la economía mundial.

Alexis cuenta esa historia llena de vaivenes mientras, dentro, en la cocina, ya han empezado a empaquetar la comida para la Policía. Pregunta la hora y retoma el hilo, dando otro salto atrás, hasta 2011, cuando la empresa ya era insostenible. Necesitaba pensar y le dijo a Mónica, su segunda mujer, su actual pareja, la que dirige todo el cotarro en la cocina, que se iba a Londres a ver qué hacían. "A los 15 días les envié los billetes para que se vinieran conmigo. Íbamos a dedicarnos a la hostelería. Ella no quería. Su madre había pasado su vida en la Tasca Jesús y conocía de sobra el sacrificio que acarrea un negocio así. Pero el modelo que yo buscaba era una franquicia".

Aquel viaje fue el germen de Restalia. Alexis abrió 100 Montaditos en Madrid y ese mismo año inauguró ocho más en Valencia con otros socios. Pero Alexis y Mónica, que llevaban veinte años consumiendo comida macrobiótica, que calzan zapatillas de Ecoalf -dice la marca que hechas con redes de pescador abandonadas- y que les gusta todo lo ecológico, querían darle una vuelta de tuerca más a su ideal de hostelería, y decidieron abrir Partiggiano, cuyo nombre les saltó a la cara una noche de 2017 en la que estaban viendo un capítulo de La casa de papel en el que los protagonistas estaban cantando el Bella Ciao, la canción que fue adoptada como himno de la resistencia antifascista por los partisanos. "Nosotros vamos a ser la resistencia de la hostelería", exclamaron desde el sofá.

No sabían hacer una pizza

El 28 de diciembre de 2018 abrieron las puertas de su flamante negocio en Kinépolis, donde han cuidado hasta el último detalle. Estético, con las paredes embellecidas por conocidos artistas y colocando un par de máquinas de juegos de Arcade, y de concepto, con mucho producto de proximidad, ecológico, sin plástico, papel biodegradable... Aún tenían tres franquicias y este nuevo restaurante. Llegaron a tener casi 170 nóminas que pagar todos los meses. Hasta que un día, un amigo, Albert Gutiérrez, le explicó que cuando llegas a los cien empleados "te vuelves loco y ya no te sabes ni sus nombres". Así que han rebajado su exigencia y ahora cuentan con 72 empleados y un segundo Partiggiano a punto de abrir en la Alameda.

ALEXIS SE MUEVE AHORA POR LA SENSIBILIDAD, ESA QUE LE EMOCIONÓ EL DÍA QUE UN CLIENTE RECLAMÓ SU ATENCIÓN PARA DECIRLE QUE ERA LA MEJOR PIZZA QUE HABÍA COMIDO EN SU VIDA

Aunque justo antes de del primero, aún les esperaba una nueva rampa. "A tres días de la inauguración, mi mujer se puso a llorar porque no teníamos ni idea de cómo se hacía una pizza (ahora representa el 70% de su facturación). A las siete de la mañana subíamos al coche y nos íbamos al norte de Girona, cerca de la frontera, para que un hombre, que quiere seguir en el anonimato, nos enseñara su secreto. Empezamos a funcionar y al segundo mes ya ganábamos dinero... Ahora tenemos cuatro mil comensales al mes".

La pandemia arruinó la apertura en la Alameda, pero azuzó su espíritu solidario después de que le enviaran un vídeo de Food 4 Heroes y, pura casualidad, al día siguiente le contactara por Instagram la responsable de este proyecto. El primer envío fue para la Quirón, donde su padre sufrió un infarto y los médicos le dieron un 5% de posibilidades de sobrevivir. Pero lo salvaron y ahora ha querido recompensarles simbólicamente con este envío. El segundo fue para el Arnau de Vilanova, donde ingresó él en 2011, en plena crisis existencial, un mes antes de irse a Londres, con una parálisis facial, fruto de la angustia vital, que solo le permitía contestar sí o no con el movimiento de los ojos.

Alexis se mueve ahora por la sensibilidad, esa que le emocionó el día que un cliente reclamó su atención para decirle que era la mejor pizza que había comido en su vida. "Decía que era militar, de la base de Bétera, que había viajado por todo el mundo y que nunca había probado una igual. Pero su mujer le instó a que me contara todo. Y entonces me señaló a dos niñas, sus hijas, que estaban en las máquinas de videojuegos y me explicó que una era autista y que nunca comía nada en los restaurantes, pero que ese día, por primera vez en mucho tiempo, se zampó una porción de pizza. Les di las gracias, volví a la cocina, cerré la puerta y me puse a llorar".

Noticias relacionadas