En estos tiempos en los que el periodismo está tan fiscalizado, el ascenso del Hércules CF a la categoría de Primera Federación permite establecer algunas pautas de un oficio que no es fácil cuando se ejerce desde la ética profesional. Una información objetiva sería reflejar la alegría de la afición que el pasado domingo se enfundó la camiseta blanquiazul para tomar las calles, con el habitual centro neurálgico en Luceros, y desatar una euforia contenida durante más de una década. Igual de objetivo sería preguntarse de qué se alegran, cuando apenas han subido un peldaño que no les deja dentro del ámbito profesional del fútbol, el estadio está a un paso de convertirse en un yacimiento griego de columnas y cascotes y los miembros de su estructura, equipo deportivo aparte, caben en un taxi.
El otro presunto periodismo, el que de verdad debería ponerse en solfa, el que nace en cierto tipo de medios o en las redes sociales, es el que inventaría sin prueba alguna que el Hércules pagó comisiones al árbitro del encuentro contra el Lleida o que la mujer de Ortiz o 6, por poner a dos miembros de la directiva, ha mediado en las negociaciones con un futuro patrocinador a cambio de meterse dinero en el bolsillo. Creo que la diferencia entre ambos enfoques es evidente.
Para no ubicarme siempre en el lado en sombra de la calle, me quedaré esta vez con la parte buena del asunto. He dejado de interesarme en gran medida por el deporte, especialmente el baloncesto, que es el que me atrae de verdad, porque me incomoda verlo convertido en un exprimidor de dinero. Y nunca he sido seguidor herculano, salvo, quizá, cuando mi padre y mi tío Carlos me llevaban al Rico Pérez en la época en que jugaban Baena, Charles o Kustudic. De hecho, ahora que lo pienso, en aquellos partidos en Primera División me pasaba más tiempo pendiente del marcador que iba actualizando a mano un operario que de la evolución del partido en sí. Aunque cantaba los goles como cualquier otro. El último ascenso importante me pilló en Inglaterra y mi última visita al estadio fue en una eliminatoria de Copa contra el Barça. No obstante, me alegré el otro día cuando vi imágenes de la celebración. De corazón. Tambien me surgió la duda que les he comentado antes. Me pareció excesiva la fiesta para un equipo envuelto en tanta precariedad.
Así que he consultado con mi buen amigo Pablo Verdú, periodista deportivo y herculano, para tratar de entender la situación en la que toda una afición aplaude haber salido del barro para meterse apenas en un charco. Me dice que lo que se celebró el otro día, más allá del ascenso, es la ruptura de una dinámica de descensos, juicios, impagos y otros disgustos que se alarga trece años. Que el Hércules nunca había estado tan lejos de la élite del fútbol español. Que la afición va a poder ver de nuevo las alineaciones de equipos históricos, de los que alguna vez rozaron o, incluso, llegaron a alcanzar la gloria. Y que puede llegar a vislumbrar un cambio de tendencia. Tras charlar con Pablo, deduzco que el ascenso puede comportar mejores patrocinios, más masa social, menos informaciones del equipo en las secciones de tribunales que en las de deportes. Condimentar el arroz del domingo con la historia de un superviviente de un naufragio, un Robinson Crusoe después de tanto tiempo, es mejor, para los hinchas, que repetir el mismo menú de miserias de cada año. El Hércules seguirá en una división que no corresponde con la décima capital del país, el Rico Pérez seguirá en peligro de extinción y la gestión del equipo no cambiará, presumiblemente. Pero, al menos, se ve una luz en el horizonte. Y alimentar un sueño es una de las virtudes del deporte.
@Faroimpostor