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 NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

Elogio de la burocracia

11/04/2019 - 

La burocracia, la estructura de gestión de las administraciones, no es hoy en día demasiado popular. Probablemente no lo ha sido nunca. Funcionarios y demás trabajadores público se encuentran entre la envidia y la sorna: se dice que trabajan poco, que tienen empleos seguros y se desenvuelven en entornos poco estimulantes. No han proliferado los análisis en profundidad de la burocracia desde que Max Weber describió su importancia y racionalidad en su ensayo publicado en 1922.

La burocracia ha sido una fuente inagotable de caricaturas en la cultura popular que nos ha traído momentos desternillantes, de reír por no llorar. Recordemos, o divirtámonos por su cercanía a la realidad desde el absurdo, la aventura de Astérix y Obelix tratando de conseguir el formulario A-38 en una de las doce pruebas o el ministerio de andares extraños de los Monty Python.

La burocracia también ha sido atacada por voces interesadas que han pretendido reducir la fuerza y la capacidad de lo público. La administración es una organización relativamente asimilable a otras del sector privado, ya que funciona con personas y estructuras. No obstante, no se puede hacer un copia y pega directo entre las maneras de gestionar una empresa y, por ejemplo, una ciudad.

Cuestiones como la comunicación interna, la implicación de los trabajadores, la generación de confianza, la calidad del trabajo, la conciliación o la capacidad directiva son igualmente importantes para empresas y burocracia. Pero, como decía en mí último artículo, no se pueden tratar los problemas de la ciudad (ni del estado) como si una startup se enfrentase a una necesidad a resolver. Un necesidad de mercado se puede acotar y, con suerte, se podrá generar un producto que la satisfaga. La manera de solventar un problema urbano y/o político siempre tendrá efectos desiguales y muchas veces contradictorios. Inaugurar un parque o una televisión pública hace que unos se beneficien más que otros y los recursos destinados a ello no se podrán usar para otras alternativas.

Ya os he hablado aquí de la burocracia creativa, un término acuñado por el urbanista Charles Landry. Una contradicción solo aparente que señala el potencial creativo de las administraciones públicas, la capacidad de las mismas para generar innovaciones, y la necesidad de un marco de seguridad y regulación para que la creatividad en general florezca.

Landry plantea que la burocracia puede llegar a ser inventiva, flexible o dinámica, atributos que normalmente se asocian con las empresas privadas más innovadoras, aunque tenga unos objetivos, los públicos, totalmente distinto. Aboga, por tanto, por un cambio en la cultura de las organizaciones burocráticas.

Foto: EVA MÁÑEZ

La burocracia creativa sería a la burocracia tradicional lo mismo que el placemaking el nuevo arte de hacer lugares como expliqué en otro artículo— es a la planificación urbana ortodoxa: un nuevo punto de vista transversal que rompe los silos técnicos, pone a las personas en el centro, y no asume que tiene todas las respuestas a todos los problemas sino que crea de manera colaborativa y contextualizada las soluciones. La burocracia creativa supondría un cambio a una cultura facilitadora, del paradigma del “no porqué…” (siempre existe una regulación para prohibir algo) a la del “sí, si…” (hacer las cosas posibles siempre que se cumplan ciertas condiciones).

Pero incluso más allá de eso, la burocracia tiene otras características que son negativas solamente a primera vista. Características que de una manera totalmente opuesta a las dinámicas del sector privado, son esenciales para la creatividad y, en general, para mejorar la sociedad.

Mientras que una gran proporción de personas piensan que su trabajo no tiene ningún sentido, que no contribuye en absoluto a hacer que el mundo sea un lugar mejor (un 37% de los británicos según una encuesta de 2015) no hay ninguna duda que en la burocracia los objetivos públicos son claros. La administración está llena de personas que están convencidas que ayudan a mejorar la vida de las personas y eso supone un inmenso potencial. En general, en la burocracia, el trabajo tiene un sentido.

La previsibilidad del sector público evita el trato discriminatorio y permite que las personas tomen decisiones con seguridad y sepan que esperar de cada situación en la que se relacionan con él. La lentitud puede servir para tomar mejores decisiones para la sociedad no sujetas a la coyuntura. La ineficiencia es una cualidad indispensable para la innovación, especialmente la innovación social, que necesita de tiempo y dedicación sin el contador puesto.

Además, contradiciendo la opinión popular, la burocracia tiene una notable tolerancia al error. Por sus seguridad laboral, penaliza menos los fallos de las personas pudiendo permitir así la necesaria experimentación. La burocracia tiene un efecto señalizador importantísimo que ha sido fundamental a la hora de construir sociedades más inclusivas: el sistema despersonalizado de la oposición ha permitido, por ejemplo, reducir brechas de género. Las personas dependían de sus capacidades y no de sus contactos a la hora de conseguir un empleo.

Está visto que la burocracia no está tan mal y estoy convencido de que la hemos estado desprestigiando por las razones equivocadas.

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