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'En éxtasis' para escapar de la vida, una crónica de los años del bacalao por Joan M . Oleaque

Hubo un tiempo, allá por las décadas de los ochenta y de los noventa, en que Valencia fue el origen de un fenómeno que cambiaría la forma de entender el ocio de gran parte de la juventud española y europea

30/10/2017 - 

VALÈNCIA. “Oye amigo estás soñando, y la fiesta está empezando, y el cielo se destapa, y las luces nos atrapan, suenan himnos de buen rollo, malos diablos van al hoyo, yo te quiero en la montaña, donde no hay telas de araña, y que acudan al encuentro, el sonido, mi elemento, que nos monte en su grupa, que nos indique la ruta, el camino de la vida, de la vida divertida de la vida en dimensión, dimensión, divertida, dimensión, divertida, dimensión, divertida... ¡Es la fiesta!”. Si reconoces esta letra y mientras la leías tu cerebro se volvía efervescente y tu cuerpo empezaba a moverse rítmicamente esperando las tres últimas palabras, que gritadas por Paco Pil allá por el noventa y cuatro servían de santo y seña para dar paso a una experiencia memorable, entonces, presta atención porque este libro te interesa. Si con independencia de tu lugar de residencia sientes la misma excitación en la nuca que la persona que ha compartido el primer comentario que uno encuentra en el vídeo a continuación, te interesa también: “joder, que pena no a ver pillao la epoca de la ruta del bakalao, ahora si quieres este royo tienes que irte a las grandes, como central, masia, piramide, mansion, y yo vivo en murciaa! jejeje". Si nada de lo anterior, pero te gusta hacer observaciones puntillosas con cara de suficiencia siempre que sale a colación el fenómeno del bacalao valenciano y la Ruta, también, porque En éxtasis. El bacalao como contracultura en España, de Joan M. Oleaque (Catarroja, 1968), la edición traducida, revisada y ampliada del En èxtasi de dos mil cuatro que ahora publica Barlin Libros, es una auténtica biblia de aquellos maravillosos años. Puro periodismo emocional, que dice su prologuista Kiko Amat.


Ahora rendimos culto a lo que en sus orígenes hizo a sentir a sus participantes parte de un culto secreto, de una logia, de una sociedad al margen y en posesión de la verdad. La fuerza divina o mística era la energía positiva a la que se refería Pil en el nombre del álbum que contenía la canción con la que hemos arrancado, cuyo título, Dimensión divertida, hace alusión al paraíso o al nirvana al que los acólitos de la fiesta accedían cada fin de semana a base de música y farmacopea. Una dimensión oculta que no supo ver ningún físico pero sí varios, después muchos, químicos de principios de la década de los ochenta. Resulta que en Valencia había un portal dimensional, un vórtice, que te permitía escapar del macarrismo tardofranquista, del inmovilismo de codo en barra, de la depredación machista, de la violencia testosterónica sin motivo, de la homofobia, del aburrimiento musical, del tedio propio del habitante de la tercera ciudad de España en importancia, que era lo mismo entonces, a efectos de ocio, que la quinta, sexta o décima. Si no lo mismo, muy parecido. La oferta era escasa, de un modo eufemísticamente optimista. Siendo precisos, el portal no se abrió en Valencia capital sino en Les Palmeres, Sueca: el misterio requería de un poco de intimidad huertana, como los aparecidos, los ovnis y la luminarias que siempre eligen carreteras secundarias como escenario de sus prodigios.

 

Las coordenadas concretas en que se obró el milagro, por terminar de afinar, nos llevan a una barraca, quintaesencia de la arquitectura tradicional valenciana; una construcción modesta a la que se le añadió un techado conocido como “el circo” y que desde entonces se erigió en templo de la buena nueva musical: hasta allí acudían, cual primeros cristianos, jóvenes a quienes no llenaba la vida que promocionaba el rancio y anticuado establishment, jóvenes que a falta de contar con las oportunidades para conocer las corrientes del mundo que solo soplaban en Barcelona o Madrid, decidieron crear las suyas. Imaginación, sincretismo, y el buen hacer de algunos profetas del movimiento como Juan Santamaría o Carlos Simó llevaron a que la montaña a la que haría referencia posteriormente Paco Pil -justo en la antesala de la debacle-, esa en la que no había telas de araña, emergiese del suelo pantanoso de la capital del Turia, de los campos inundados de los pueblos. La carretera del Saler se convirtió en el camino de la vida, de la vida, divertida. Y así empezó todo. La palabra se hizo beat y el mensaje místico corrió como la pólvora gracias a las primeras iglesias -Barraca y Chocolate- y a las que se añadieron, como la legendaria Spook Factory, la factoría de espectros que con una acertada estrategia inclusiva, se encargó de bautizar a unos y a otros a golpe de fin de semana loco. La evangelización bacaladera de las masas. El agua purificadora atrajo a fieles sedientos de experiencias que ansiaban convertirse a la religión festiva que había hecho de Valencia su particular tierra santa.

En lugar de un hisopo, los obispos como Fran Lenaers -a quien ha dedicado un programa de su nuevo, documentado y flamante podcast sobre la ruta el compañero de esta casa Eugenio Viñas- tenían una cabina desde la que bendecir a los asistentes a la liturgia, que necesitaba espacio, pero sobre todo tiempo: así, el fin de semana se quedó corto y hubo que hacer algunas modificaciones en la rutina para poder disfrutar al máximo de la gloria y del insomnio químico de las numerosas sustancias que propiciaban la catarsis, el bienestar extático, y el hermanamiento. Así, los días de no fiesta pasaron a ser un mero trámite con el que había que cumplir con desgana para llegar de nuevo a la fiesta: como asegura Oleaque, las prioridades cambiaron, la vida normal pasó a ser secundaria y la evasión de la Ruta, eso a lo que él se refiere como “escapar de la vida”, lo primero. Las sensaciones que procuraban aquellos templos eran tan poderosas, su magnetismo divertido tan potente, que cuando uno se aproximaba más de la cuenta, caía en sus garras, y ya no es que no pudiese, es que no quería salir de allí. ¿Para qué invertir tiempo y dinero en otros menesteres si en Valencia estaba pasando todo lo que no pasaba ni siquiera en Europa o en Ibiza?

Chocolate, finales de los 90

El bacalao -musical-, el éter, el campo cuántico a partir del cual surgió todo, es un producto tan valenciano como la paella. Su nombre, “bacalao” -obra de la ocurrencia de un héroe local anónimo-, es un concepto con denominación de origen que debemos proteger, como hizo Joan M. Oleaque componiendo este testimonio valiente -porque cuando se publicó, el consenso general era todavía que la Ruta era obra del maligno y una garrulada-. Mal que le pese a la prensa y a las instituciones que trataron de destruirlo y relegarlo al olvido, su espíritu sigue iluminando a las generaciones que siguieron. Ni bakalao, ni ruta del bakalao -un apelativo fabricado por los medios, no por los festeros-. Ni en Europa, ni en otros puntos de España. Como casi ninguna otra cosa, dice Oleaque, esto, el bacalao, empezó en Valencia. 

Y en Valencia sigue: el viernes tres de noviembre -es decir, esta semana si estás leyendo el artículo en el momento de su publicación o en los tres días siguientes-, se presenta en la FNAC por todo lo alto En éxtasis. El bacalao como contracultura en España, evento que contará con la participación del autor del libro -Joan M. Oleaque- y del periodista Eugenio Viñas, del consultor de comunicación Víctor Pizcueta, y de los DJs Chimo Bayo, Luis Bonías, Charo Campillo, Juan Santamaría y Carlos Simó.  Como buen homenaje al bacalao, la cosa no acabará ahí, sino que a la presentación le seguirá una post-party en la sala Play de Ruzafa (calle Cuba, 8) con Fran Lenaers (Spook Factory) y Nacho Marco (Loudeast Records, Freerange) en el papel de maestros de ceremonias. Cómo acabe el asunto después de esto, ya es cosa de cada uno. Porque la dimensión divertida, sigue ahí. La energía positiva ni se crea ni se destruye. Solo se transforma.

 

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