Rod Serling creó la mejor serie de ciencia ficción de la historia de la televisión en la que aprovechaba para hablar de la sociedad y de temas como el racismo o la censura
VALÈNCIA.-Historias increíbles, efectos especiales cutres y un presentador que sudaba la gota gorda. En 1959, la ficción televisiva cambió gracias a un tipo testarudo llamado Rod Serling.
Hasta que Serling tomó cartas en el asunto, lo fantástico y lo sobrenatural no eran temas bien aprovechados por la televisión. Guionista, director y productor, Serling tenía otra visión al respecto. Después de pasar por la radio, dio el salto a la televisión y trabajó en exitosos magazines en directo, formato que marcó la apoteosis del medio a finales de la década de los cincuenta. Cuando llegó el declive, Serling ya buscaba nuevos caminos, harto de las imposiciones de los anunciantes, que tenían tanto poder de decisión como los productores de los programas. Pensó que la fantasía era un buen vehículo para poder hablar de temas que, de otro modo, resultarían intocables en la pequeña pantalla.
Escribió un piloto de la serie de ficción que tenía en la cabeza y que el mundo terminaría conociendo como The Twilight Zone, estrenada en España durante los años sesenta con el título de En los límites de la realidad y emitida veinte años después por TV3 como Dimensió desconeguda. Desilu Productions, la compañía de Desi Arnaz y Lucille Ball, apostó por su idea, produciendo y emitiendo un primer piloto en 1957. Posteriormente la CBS pediría dos episodios más, aunque solamente el segundo logró convencer a la cadena. En octubre de 1959 se estrenó el primer capítulo de la serie, que estaría en antena hasta 1964. ¿Dónde está todo el mundo? contaba la historia de un fugitivo que se cobija en un pequeño pueblo. Allí se descubre completamente solo en lo que finalmente es un experimento para medir la resistencia a la soledad del sujeto en cuestión.
Los capítulos de las primeras temporadas tenían una duración perfecta, treinta minutos, más que suficientes para presentar y desarrollar una trama que siempre concluía de manera inesperada. Serling se ocupaba de la mayoría de los guiones, a pesar de que contaba con autores de la talla de Richard Matheson y Charles Beaumont en su equipo, pero las mejores historias siempre llevaban su firma. La más famosa de toda la serie —que también fue recreada en la película que sobre ella produjo Spielberg en 1983— es la del viajero que ve cómo una criatura está destrozando el ala del avión en el que viaja. Nadie más puede verlo y el pasajero acaba cuestionándose su propia cordura en lo que termina siendo una interesante reflexión sobre la locura.
La serie se rodaba en los estudios de la MGM, por el único motivo de que eran los mejor provistos de la industria. En sus almacenes había decorados y atrezo de todo tipo. Bosques, animales, naves espaciales, paisajes desérticos y hasta Robbie el Robot, estrella de la película Planeta prohibido, que fue recuperado para uno de los episodios. Los efectos especiales nunca fueron el fuerte de la serie —eran más bien cutres— pero ningún seguidor le dio nunca importancia a ese detalle. Lo poderoso eran las historias, que transportaban al espectador a los límites de esa realidad cuestionada episodio tras episodio. En uno de ellos, Roddy McDowell encarna a un astronauta que llega a Marte y es recibido con hospitalidad por los habitantes del planeta, que incluso le construyen un hogar como el que tenía en la Tierra. Cuando entra en él, y se asoma a la ventana, descubre la aterradora verdad: la casa es la jaula de un zoo en el que ahora se muestra a un terrícola viviendo, tal como reza un cartel, en su hábitat natural.
Cada capítulo era presentado por el propio Serling que, vestido de negro, recitaba con parsimonia la introducción que él mismo había escrito, antes de que entrara la inconfundible sintonía de la serie, compuesta por Bernard Hermann, y nos condujera a una nueva dimensión «donde hay más que imágenes y sonido, donde también está el poder de la mente. Un viaje a una tierra maravillosa cuyos límites son los de la imaginación». En un principio, Serling se refería en sus discursos a la quinta dimensión, hasta que alguien le hizo ver que el máximo de dimensiones conocidas hasta ahora eran cuatro. Serling también estaba convencido de que el término twilight zone (zona crepuscular) era un invento suyo, hasta que descubrió que era un término usado por la aviación militar estadounidense.
Burgess Meredith, William Shatner, Agnes Moorhead, Cliff Robertson, Lee Marvin y hasta el mismísimo Robert Redford protagonizaron capítulos de En los límites de la realidad. El inagotable Serling, capaz de escribir un guión en poco más de 24 horas, firmó el 80% de las historias de la primera temporada y, cuando se emitió la quinta (la última), la mitad de los episodios eran suyos. Todo lo que tenía de prolífico lo tenía de insoportable cuando se trataba de ponerse ante la cámara para grabar sus presentaciones. Los cinco años que se pasó haciéndolo no sirvieron para que se relajara. Los productores habían presionado para que dicho papel lo hiciera Orson Welles, pero él se negó en redondo. Durante las grabaciones sudaba tanto que llegó a decir que los únicos que sabían hasta qué punto lo pasaba mal en aquellos momentos eran los encargados de hacer su colada.
En los límites de la realidad nunca obtuvo buenos datos de audiencia, pero se convirtió en una serie de prestigio durante toda su vida televisiva, incluso cuando, al alargar los capítulos a sesenta minutos, su calidad se resintió. De lo que no se libró Serling fue de la insistencia de los anunciantes. Hubo uno que llamaba a los estudios de la CBS cada viernes por la noche, después de la emisión de cada capítulo, pidiendo que le explicaran lo que había visto. No servía de nada porque después, el anunciante exigía que le explicaran la explicación que le acababan de dar. Tras la cancelación de la serie, en 1964, hubo varios intentos de revivirla por una u otra vía. Ninguno estuvo a la altura del original. Como si hubiese quedado atrapado en uno de sus propios guiones, Serling falleció en 1975, durante una operación a corazón abierto. Hoy, series como Black Mirror se han convertido en dignas herederas de su legado.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 63 (marzo 2020) de la revista Plaza