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Enrique Pertegás, de la 'sicalipsis' al tebeo

El pintor, ilustrador, cartelista y dibujante Enrique Pertegás Ferrer (1884-1962) fue uno de los artistas más destacados de la Valencia del primer tercio del siglo XX, el gran virtuoso de la desnudez femenina. No obstante, hoy en día apenas se conoce nada de él

| 03/01/2016 | 13 min, 58 seg

VALENCIA. Nadie en Valencia conoce hoy a Pertegás. Cuatro gatos, sobre todo los que lo vinculan con diversos cómics de culto de la década de los 40. Sin embargo, aquélla era una producción de circunstancias forzada por el régimen franquista que, con la instauración de la represiva moral nacionalcatólica, acabó con el estatus del pintor, sepultó su obra anterior y lo desterró de la memoria de los valencianos.

Su crimen, ser valencianista y de izquierdas. Su pecado, rendir culto artístico al desnudo femenino como a una religión. Su desbordante obra anterior a la Guerra Civil, todavía por descubrir.

De su padre, Enrique Pertegás Malvech (1847-1917), se decía en la Valencia finisecular —aquella que de repente se convirtió en blasquista y republicana— que era un médico «respetado por todos» y un «católico muy sincero». No en vano, la Cruz Roja le acabaría condecorando por su disposición permanente a «esparcer el bien de su ciencia entre los pobres». El respeto hacia su madre, Francisca Ferrer Lecha (1853-1931), no debía ser menor. Maestra en la Institución para la Enseñanza de la Mujer, de tendencia krausista, llegó a ser profesora de la Escuela de Magisterio entre 1899 y 1902. Su especialidad didáctica, el dibujo, fue la que evidentemente embebió la personalidad del hijo de ambos, Enrique Pertegás Ferrer.

Valencianismo incipiente

A los trece años ya era propuesto como mejor alumno de la Academia de Bellas Artes de San Carlos y a los 21 optaba a una beca para profundizar sus estudios junto a nombres como los de Antonio FillolSalvador Tuset o José Pinazo. Por entonces ya formaba parte de València Nova, la primera asociación impulsora de un valencianismo

de carácter político, que había nacido en 1904 con miembros procedentes de Lo Rat Penat, como el escritor José María Puig Torralva, el periodista Miguel Durán Tortajada o el doctor Faustino Barberà. A ella le sucederían otras, como Pàtria Nova y Joventut Valencianista, de las que Pertegás también sería parte muy activa hasta los años veinte.

De hecho, sería él quien se encargaría de realizar muchas de las portadas de sus publicaciones, como el Periódich Regionaliste Quincenal o el Semanari Valencianiste de dichas organizaciones, así como de preparar la escenografía de sus celebraciones más destacadas. En 1914, por ejemplo, engalanaba el Teatro Eslava para el notable Acte d’Afirmació Valencianista que unía a diputados, regidores y representantes de las sociedades simpatizantes con el entonces incipiente valencianismo. El local aparecía decorado con «guirnaldas y escudos de Valencia», «banderas valencianistas rodeadas de follaje» y un telón sobre el que tres figuras femeninas representaban a las tres provincias valencianas, avanzándose la de Valencia con «la Señera» en la mano.

Aquél era su mundo, repleto de poetas, escritores, actores y soñadores del valencianismo, como sus amigos íntimos Daniel y Eduardo Martínez Ferrando o Jacinto María Mustieles, con los que se reunía «per les nits en un racó del Café Munich pera parlar d’art y cambiar rialles de joventut». De hecho, acabó casándose en 1915, a los 31 años, con una mujer de dicho entorno, Elisa Senís, hija del compositor y director de orquesta del Teatro Ruzafa, lo que le valió la amistad del célebre crítico de música y arte Eduardo López Chávarri. Igualmente, sus primeros trabajos de ilustración, en libros de relatos y poemas, los realizó con escritores valencianistas, como Teodoro Llorente Falcó o Mariano Ferrandis. No en vano, en aquel núcleo también conocería a una persona fundamental en su carrera, el editor Vicente Miguel Carceller (1890-1940).

Como ha puesto de relieve el experimentado profesor de Historia de la Comunicación Antonio Laguna en su libro Vicente Miguel Carceller, el éxito trágico del editor de ‘La Traca’ (Nadir, 2015), Carceller es otra de las grandes figuras del primer tercio del siglo XX valenciano olvidadas a causa de la represión franquista.

Hedonista, festivo, transgresor, valencianista y blasquista hasta la médula, creó un emporio que le hizo millonario, revolucionando el mundo editorial con sus publicaciones multitudinarias, de bajo precio y destinadas a unas masas que precisamente entonces accedían a la alfabetización a grandes marchas.

El ilustrador sicalíptico

La revista a partir de la que gestó su éxito fue La Traca, un semanario satírico ilustrado, en lengua valenciana, con toques eróticos y de carácter populista, que se convirtió, en palabras de Laguna, en «la Biblia del entretenimiento para el republicano, para el socialista y el anarquista, para obreros y campesinos». Carceller cogió sus riendas en 1912 y pronto llegó a vender más de 6.000 ejemplares a la semana, en los que aparecían las viñetas de humor erótico de uno de sus amigos y colaboradores más estrechos, Enrique Pertegás.

No obstante, no era su nombre el que figuraba junto los dibujos, sino el de pseudónimos diversos que servían para vehicular estilos diferentes: Tramús, de trazo más grueso, «el dibuixant de les jamones tentaores y les curves diabóliques, que s’ha agensiat dos modelos de 15 y 25 añs que tomben d’espala», o Sade, con un perfil mucho más estilizado y moderno, reservado para retratar «lo més selecte, lo més galant» —también se le atribuyen, sin saberlo a ciencia cierta, los dibujos que posteriormente firmaría Fersal, a medio camino entre los dos—.

Durante más de veinte años dichos nombres quedaron asociados a las publicaciones picantes de Carceller, que no sólo se limitaban a La Traca –y sus sucesoras La Sombra y La Chala, fundadas para superar los problemas de censura–, sino que también inundaban las librerías con pequeños relatos eróticos. Su popularidad no dejó de crecer en plena efervescencia de las ediciones «sicalípticas», un neologismo burlesco creado por entonces –supuestamente tomado del griego sykon, «higo» o «vulva», y aleiptikós, «excitante»– para definir todo lo relacionado con lo erótico y pornográfico.

La modernidad y las formas de desinhibición social llegaban al sexo y Pertegás se convertía en su adalid, siendo no sólo uno de los dibujantes valencianos más populares (Tramús), sino también el de mayor calidad gráfica en sus obras (Sade). Por si fuera poco, la ola de libertades de todo tipo que significó la Segunda República y la expansión definitiva del negocio editorial de Carceller hizo que su obra llegara al resto de España. Él era el principal ilustrador de revistas y almanaques eróticos en castellano como BésameEl PiropoRojo y verde o Fi-Fi, destinados a reproducir, según decía la publicidad de la época, «desnudos artísticos y de los otros».

El pintor del desnudo femenino

De forma paralela a sus dibujos de intencionalidad erótica firmados con pseudónimo, Pertegás desarrolló durante las cuatro primeras décadas del siglo XX una ingente producción en otros ámbitos de las artes plásticas. Desde muy joven, por ejemplo, se dedicó a diseñar carteles taurinos, un mundo con el que también estuvo relacionado a través de sus ilustraciones en la revista El Clarín, el principal semanario del mundo del toreo en los años veinte, editado por el mismo Carceller. Asimismo, también decoró interiores de cafetería y se dedicó intensamente a ilustrar portadas de cuentos, folletines y novelas.

En todos ellos, eso sí, su querencia hacia la figura femenina era una constante. Ya en un cuadro de formación de 1901, cuando era adolescente, un joven miraba tras la Venus de Milo, como buscando el significado verdadero de la desnudez femenina. Incluso en los carteles de toros las mujeres eran las protagonistas, vestidas de castizas bajo trazos de estilo modernista. O en la decoración del Café Suizo de Valencia, en la actual plaza del Ayuntamiento, donde pintó diez paneles con figuras de mujer que simbolizaban el té, el café, el chocolate, la cerveza, el vermut, el jerez, el champán, el coñac, el whisky y la absenta.

También en los libros, como en la serie semanal El cuento del Dumenche, iniciada en 1914 por la propia editorial Carceller, Pertegás, que ejerció como director artístico, incluía mujeres y desnudos insinuantes siempre que la temática lo permitía. Así lo hizo también en la portada de la primera edición de Mare Nostrum, de Vicente Blasco Ibáñez (Prometeo, 1919), con la poderosa diosa Anfítrite emergiendo del agua. No se escapaban ni las imágenes que dibujaba para la revista anual El Fallero –cómo no de Carceller, que llegó a editar 100.000 ejemplares por número–, en las que los vestidos de valenciana entraban en el juego de la sugestión.

Evidentemente, todo ello también se reflejó en su obra pictórica, en los óleos y acuarelas que exponía y vendía, con los que se ganó la fama de «artista de la desnudez femenina». De hecho, según se reseñaba en la prensa local, era «el único dibujante de mujeres desnudas en Valencia y uno de los más interesantes de España», comparable al andaluz Julio Romero de Torres, con su particular personalidad propia. Al parecer, la primera gran discusión pública sobre su estilo se produjo en la exposición que la Juventud Artística realizó en la Universidad de Valencia en 1919.

Entre sus cuadros Pertegás incluyó una Égloga en que aparecía una valenciana desnuda, apoyada sobre un toro con el trasfondo de unas barracas y ante un pequeño fauno que realizaba una ofrenda. Todos los periódicos de la ciudad –Las ProvinciasEl PuebloLa Correspondencia de Valencia– dieron su opinión al respecto: en contra –«eso no es pintar», «no somos partidarios de ese modernismo»– o a favor –«si en vez de aquí, lo contemplaran en París, les encantaría»–. Sea como fuere, Pertegás se llevó el primer premio de pintura y sus siguientes exposiciones continuaron abundando en dicha temática.

En 1924, por ejemplo, daba una conferencia en el Ateneo Mercantil, atestada, en la que iba dibujando sobre la marcha para ejemplificar sus ideas sobre el desnudo artístico femenino: «Vengo a hablaros de arte y belleza, y siendo la mujer belleza y el desnudo la más bella expresión del arte, he de hablaros de la belleza desnuda». Su prototipo, por otra parte, era el de una mujer moderna y desenvuelta, ya que «ahora más que nunca se precisa en España sacarla del hogar, para que sepa y conozca todos los secretos de la vida ciudadana».

Al cabo de un año su fama era tal —una «conjunción de valencianidad y belleza de una paganía deslumbradora» decía la prensa republicana— que fue llamado por el propio Blasco Ibáñez para decorar su casa de Menton, en la Costa Azul francesa. Además, su festivo paso por Montecarlo, Niza y Cannes dio como resultado una serie de treinta y cinco acuarelas, Mujeres frívolas, de «ultramoderno temperamento pictórico», que también fueron expuestas en el Ateneo Mercantil. El evento originó una gran asistencia de «mujeres hermosas» y generó unos versos escritos ex professo por el poeta Luis Cebrián: «Son als ulls llàgrimes de fél; sols la nuesa d’esprit lliure, com gaia flor, s’ompli de mel».

Las lágrimas de hiel, sin embargo, serían las que embargarían el alma de Enrique Pertegás unos años después, tras la victoria de Franco en la Guerra Civil.

El dibujante de tebeos

El fervor republicano llevó a Vicente Miguel Carceller a recuperar la cabecera de La Traca en 1931, en este caso en castellano y para toda España, llegando al medio millón de ejemplares en el primer número de la nueva etapa. Tramús, Sade y Fersal, es decir, Pertegás, siguieron colaborando en las revistas de Carceller, ahora más descaradas que nunca. Sin embargo, las restricciones de prensa impuestas con la llegada al poder de la derecha en 1933 llevaron al editor a abandonar el mundo de las publicaciones para dedicarse en exclusiva a los espectáculos, con la construcción en Valencia del Teatro Serrano, el Nostre Teatre y el Cine Metropol.

 Con el estallido de la guerra, no obstante, La Traca volvió a resurgir, totalmente radicalizada, como arma política contra los militares sublevados, el fascismo y la Iglesia. Como consecuencia de ello, al finalizar el conflicto el nuevo régimen franquista sentenciaría implacablemente a muerte a Carceller y a uno de sus dibujantes, Carlos Gómez CarreraBluff, condenando a otro, José María Carnicero, a 30 años de prisión. Cuenta la leyenda que Pertegás se salvó porque ninguno de ellos quiso revelar quién se escondía tras el pseudónimo de Tramús y Sade, a pesar de que habrían torturado a Carceller obligándole a ingerir todas las páginas de una de sus revistas.

Con todo, según se deduce de la lectura del proceso judicial y de las propias informaciones facilitadas por su nieto, parece que no fue así. Enrique Pertegás se habría salvado del castigo, en primer lugar, porque no había participado en la última etapa de La Traca, la de 1936-1938 –o, cuando menos, no había firmado sus colaboraciones–, y, en segundo lugar, porque era amigo de un coronel franquista que intercedió por él. Así, a pesar de ser citado y reconocer que había publicado dibujos humorísticos y eróticos con Carceller antes de la guerra, pudo salir indemne.

Era, en cualquier caso, un mal menor, un consuelo amargo. Su mundo había quedado completamente asolado. Muchos de sus cuadros con desnudos, según apunta el especialista Carles Recio, fueron quemados por sus propios poseedores. El terror se impuso y las revistas «sicalípticas», incluso los ejemplares antiguos, desaparecieron por completo de la circulación. El arte moderno y desacomplejado que practicaba el artista fue totalmente proscrito. Pasados los 55 años, pues, tuvo que agarrarse a un clavo ardiendo y lo encontró en el mundo del tebeo.

La editorial de origen italiano afincada en Valencia Guerri, con la que Pertegás había trabajado profusamente con anterioridad como portadista de folletines, se centró tras la guerra en uno de los pocos campos de creación literaria que podía superar la censura con relativa facilidad: los cuadernos de historietas. Así, con ella publicó en 1943 La guerra de los Planetas y Ultus, el Rey de la Selva, precedente de su cómic más conocido, Silac, el Hombre León, que realizaría dos años después para la Editorial Valenciana, la más famosa de la época.

Allí se publicaban El guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, y allí encontró acomodo Enrique Pertegás, malviviendo hasta su vejez con colaboraciones puntuales en tebeos como Jaimito, S.O.S., Mariló, Juventud Audaz y Pumby, firmadas bajo el nombre de Henry. En aquellos pequeños relatos de aventuras vertería su extraordinaria capacidad para representar el dramatismo mediante unos trazos que había aprendido en una efervescente Valencia de voluntad republicana. Lejos, muy lejos, quedaban la «sicalipsis» y su admiración insondable por la belleza de los desnudos femeninos. Su muerte se produciría en 1962, a los 78 años, en el olvido público más absoluto

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