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el interior de las cosas / OPINIÓN

La esperanza, la tristeza y las olas de calor

Foto: ALISON LUNTZ
10/07/2023 - 

Una visita fugaz a València me permitió conocer a PerlaFina, un grupo excelente que ofreció, en Marino Club de Jazz, junto al mar, dos horas de musica cubana de alto nivel. Una orquesta de salsa que ha tenido su punto de partida desde Valencia a Peñuelas y San Juan de Puerto Rico, a Bogotá y La Habana, pasando por Chicago, Rotterdam, Museros y Sedaví. Un viaje vital y musical de gran calado. Además, han reunido a músicos jóvenes de talento excepcional y residentes de la Escuela Berklee de València, fusionando con otros músicos valencianos de la docencia profesional y con una muy buena trayectoria en jazz, música clásica, salsa.

Allí vibramos todas y todos, de la mano de Mónica Jareño y Vicente Gracia que organizaron el encuentro. Mojitos, daikiris y el recuerdo de aquella luna llena que compartimos un mes de noviembre en el malecón de La Habana, cuando la ciudad celebraba su 500 aniversario, cuando nos comimos La Habana Vieja, entre la esperanza y la tristeza. Porque aquel viaje nos puso frente al espejo del pueblo cubano, compartiendo su desesperación y el dolor que les mueve para sobrevivir en medio de la escasez más absoluta. Y la más cruda realidad continúa avanzando entre la represión y los deseos mayoritarios de una isla que no quiere ser Miami.

Antes de este encuentro salsero y guajiro, pasé por mi antiguo y amado barrio, El Carmen, para gozar de todos los abrazos pendientes a mis vecinas y vecinos, pasando, asimismo, por El Negrito. La querida hermana Elo nos cocinó unas clotxinas espectaculares, langostinos, unos calamares encebollados celestiales, para homenajearlos, ensalada de tomate del bueno, queso, frutos secos, y un hojaldre de verduras que aportó mi querida Isabel, con quien me arrullé para irme a dormir a su casa, bajo un aparato de aire refrigerado. Allí compartimos y gozamos, además, con Miguel, Alfredo, Lourdes, Marta, José María… Unas horas valencianas en las que nos pusimos al día, muy serias, sensatas y reivindicativas. Porque no se puede retroceder en todos aquellos derechos conquistado y vividos. Ni se puede romper la izquierda. No es posible.

Castelló amaneció ayer, al igual que València, y hasta Morella, con una calima insoportable. La humedad próxima del mar castellonense originó una especie de neblina, irrespirable, en el Parque Ribalta a primera hora de la mañana. Junto a Pancho, mi perro, caminamos lentamente bajo los enormes árboles, estáticos, sin una brisa de aire que pudiera defenderse de la asfixia. El espacio verde más bello de Castelló recordaba la pesadez de los climas caribeños que tanto he vivido. Y la vida se vuelve lenta, cansina, fallando la energía, poco emocionante.

Mi vecina cocinó ayer una ensalada campera de matrícula, con sus patatas hervidas, enfriadas, con sus trocitos crudos de pimiento rojo y verde, con sus pequeños trazos de cebolla, las latas de atún, el huevo duro y esos tomates que, este mes, ya son la alegría de la huerta. Con su buen aliño de aceite de oliva, de vinagre de Jerez, con su pimienta recién molida y una pizca de sal.

Cuánta felicidad encierra este sencillo plato. En mi casa madrileña se llamaba Ensalada de San Jorge, porque era el plato que llevábamos a la piscina de un club militar con ese nombre de la calle Extremadura, el club de suboficiales, que era otra historia frente al de oficiales. El clasismo era el orden del día en aquellos tiempos del franquismo, de la dictadura. No podíamos bañarnos junto a las familias de militares de gran rango. Ni viajar en el mismo autobús.

Afortunadamente, en este país ganó la democracia y creímos enterrar una dictadura. Hoy, la memoria está revuelta. Hoy no se pueden entender las  primeras grandes cosas que están sucediendo. La derecha y su ultraderecha han comenzado a gobernar de la mano. Han ido adoptando las primeras medidas. Estamos sufriendo las primeras censuras en la cultura. Inadmisible. Las primeras y durísimas declaraciones de presidentas y presidentes de parlamentos autonómicos. Todo dios cruza los dedos para que la derecha mantenga unos niveles aceptables de decencia. 

Quienes han ganado las recientes elecciones autonómicas y municipales están, obviamente, en su pleno derecho de gobernar para toda la ciudadanía. Y deben hacerlo. Pero sin confundir, sin disimular. Porque, en muchos casos, no son mayorías absolutas. Y necesitarán el apoyo de Vox, un partido fascista que amenaza el futuro inmediato de demasiados colectivos sociales, del medio ambiente, de la cultura, de la educación y del mundo rural.

Precisamente, el discurso de la ultraderecha en las comarcas del interior se centra, aunque no lo parezca, en la destrucción del patrimonio natural. No conciben la tierra como el medio vital de supervivencia. Para este partido es un medio manipulable e instrumental para obtener riquezas añejas. Duele pensar en aquellas películas que sortearon la censura, como La Caza de Carlos Saura. O Los Santos Inocentes de Mario Camus. Porque retratan la realidad que Vox está sembrando en su programa electoral.

Junto a mi vecina he visto este fin de semana las dos películas. Con la cinta de Carlos Saura nos quedamos sin palabras. Es una obra dura, durísima. Estrenada en 1966. Con Los Santos Inocentes nos emocionamos una vez más. Nos recuerda un país podrido que puede volver a reproducirse.

El postre de ayer lo aporté con la maravillosa receta del sorbete de limón de mi querida Aure. Sorbimos con fervor el hielo troceado, el sabor intenso de la ralladura cítrica. Mi vecina no descansa frente a la inquietud que le provoca tanta incoherencia política. Entre uno de sus nietos y yo la hemos introducido en el arte de navegar por internet, por los medios de comunicación locales y nacionales, por las redes sociales donde se cruzan todos los caminos.

Está muy preocupada por esos municipios castellonenses donde la izquierda ha sido el partido más votado pero ha acabado gobernando la derecha y su ultraderecha. Por esos municipios en los que, siendo listas de independientes, en teoría progresistas, y sin ganar las elecciones, ha pasado lo mismo. Un enorme galimatías. Mi vecina, que se entera, absolutamente, de todo, me pregunta sobre cuántos ayuntamientos de las comarcas castellonenses han suprimido las comisiones informativas. Porque ha leído que en una ciudad de Els Ports así ha pasado. Ella, que fuera funcionaria municipal en una localidad conquense, me dice que es gravísimo porque cierra una importante puerta de transparencia, dejando fuera a la oposición. Además, me dice que estas comisiones, en la mayoría de municipios, no tienen un coste económico significativo, que pueden ser gratis perfectamente.

Ella sostiene que es un síntoma maligno, y más cuando la derecha y su ultraderecha apoyan esta medida. Y pasamos a la absenta de Xert, la de Segarra, bajo el frío del aparato del aire. Y suspiramos apretándonos las manos, en ese gesto de tremenda ternura que nos devuelve la esperanza.

(Avanzamos en julio, acojonadas por las noticias de la consiguiente ola de calor que comienza hoy y que cifra en casi 50 grados el nivel máximo de temperatura en tierras del sur y, después, en el este.)

Buena semana, buena suerte.

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