VALENCIA. El resultado de las Elecciones Generales ha sido insatisfactorio a partes iguales para los partidos y el electorado. Ninguna formación logra sus objetivos, ningún bloque ideológico consigue una mayoría de escaños suficiente y, al menos en principio, no es posible ninguno de los acuerdos que la ciudadanía señalaba como deseables en las encuestas previas.
El Partido Popular y el PSOE, tras sendas campañas orientadas más a la minimización de daños que al mantenimiento de sus bases electorales, revalidan sus posiciones como primera y segunda fuerzas en el Congreso pero obtienen el menor número de diputados cosechados jamás por los partidos en dichas situaciones. Podemos y Ciudadanos, con sus respectivas campañas de conquista del electorado del PSOE e Izquierda Unida y del PP y UPyD, resquebrajan pero no entierran el bipartidismo.
El PP es la formación más votada pero pierde 63 diputados y no alcanza el objetivo de seguir al frente del Gobierno con la mera abstención de Ciudadanos. Protagonista autovictimizado de la corrupción, ejecutor de recortes e incumplidor de programas, ha sido incapaz de rentabilizar una recuperación económica tan intangible como invisible a la que, sin embargo, había fiado el cuarto de su argumentario no centrado en el voto útil, la estabilidad institucional y la unidad de España.
El PSOE se mantiene como alternativa pero obtiene el peor resultado de su historia reciente tras perder 30 diputados y superar en sólo 1,32 puntos porcentuales la suma de los votos de Podemos y sus candidaturas de confluencia. Es el segundo partido en representación por 21 escaños pero con un margen de votos tan estrecho como probablemente volátil. Su estrategia de campaña, igualmente centrada en el voto útil, en la estabilidad institucional y en la unidad de España pero con la sustitución del cuarto de recuperación económica por otro de política social, no le ha permitido recuperar parte del electorado que en 2008, en época de bonanza, tras una legislatura ideologizada y con abundancia de medidas sociales, convirtió a Zapatero en el candidato con más respaldo popular de la democracia en términos absolutos. El partido queda relegado a la tercera posición en todas las autonomías con lengua propia y solo supera el 25% de los votos en Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha.
Por su parte, tras una eficaz campaña centrada en la idea de remontada y una política de pactos autonómicos tan acertada como instrumental, Podemos consigue superar las expectativas de las últimas encuestas, liderar la denominada nueva política con 69 diputados y adelantar al PSOE en las principales ciudades y en Baleares, Cataluña, la Comunitat Valenciana, Galicia, Madrid, Navarra y el País Vasco. Sin embargo, y pese a la aplicación sintetizada de los conceptos de hegemonía y significante vacío, no logra convertirse en la fuerza más votada de la izquierda tras haber rechazado una candidatura de confluencia con Izquierda Unida que, aunque sea solo como ejercicio de política ficción y desde la mera agregación de papeletas, habría hecho posible el sorpasso en número de votos.
A su vez, pese al apoyo mediático y las favorables encuestas, reveladas una vez más como intentos de formación de la opinión pública y no solo como mecanismos de representación, Ciudadanos no solo no logra ser la segunda fuerza o el partido emergente más votado, sino que su grupo de 40 diputados no será decisivo en solitario. La imposible ubicuidad de Albert Rivera ha obligado a la formación a destapar candidatos que, en el mejor de los casos, defendían el contrato único; en el peor, directamente, negaban la existencia de motivos de género en la violencia machista. Sus resultados y los del PP demuestran que la competición por el espacio liberal-conservador se ha convertido, en la práctica, en un juego de suma cero.
Por último, tras realizar la campaña más ideologizada con el objetivo de evitar la fuga de electores a un Podemos tácticamente interclasista, Izquierda Unida mantiene su representación pero no el grupo parlamentario. Cae nuevamente víctima de un sistema electoral que prima el voto rural sobre el urbano y que permite disfunciones como que el segundo diputado al Congreso por Soria cueste menos sufragios que los obtenidos por la coalición cuando en mayo quedó fuera del Ayuntamiento de Valencia, o que la isla de El Hierro envíe un representante al Senado con una décima parte de los votos nulos registrados en nuestra provincia en las elecciones a dicha cámara.
Los resultados imposibilitan, en la práctica, los acuerdos de investidura o de gobierno entre PP y Ciudadanos, entre PSOE y Podemos y entre PSOE y Ciudadanos, los tres señalados como preferidos por los españoles en diferentes encuestas previas a los comicios. Además, Ciudadanos descartó en campaña entrar en el Gobierno a menos que lo presidiera, el PSOE ha anunciado que votará no a la investidura de Rajoy, lo que dejaría sin efecto la anunciada abstención de Ciudadanos a menos que hiciera lo mismo algún partido nacionalista, y Podemos ha situado una de sus líneas rojas en una condición, la celebración de un referéndum en Cataluña, hasta la que el PSOE no está dispuesto a llegar. De hecho, barones socialistas como Susana Díaz, Guillermo Fernández Vara y Emiliano García-Page, cuyas federaciones aportan casi cuatro de cada diez diputados de la formación, ya han mostrado su oposición a posibles acuerdos con Podemos en un movimiento que sitúa a Pedro Sánchez en la encrucijada.
El enconamiento de las posiciones podría conducir a la celebración de unas nuevas elecciones en primavera, escenario en principio favorable a Podemos, que ha remontado las últimas previsiones, y al Partido Popular, cuyas apelaciones al voto útil sí han dado resultado a tenor del descenso de Ciudadanos respecto a los sondeos. Sin embargo, la convocatoria de nuevos comicios no resulta tentador para Rajoy, candidato a abatir incluso dentro de su propio partido; Sánchez, cuyo liderazgo parece estar eternamente discutido; el PSOE, amenazado por el ascenso de Podemos; o Ciudadanos, en retroceso.
Descartados una gran coalición al estilo alemán y un bloque de izquierdas a la portuguesa, improbables de acuerdo con declaraciones y líneas rojas, el escenario está abierto: una segunda vuelta al modo griego, un dedazo a la italiana o un acuerdo amplio en formato nórdico. Pese a que en las Generales se elegían diputados y no presidente, dicha solución no resulta deseable para todos los partidos que necesariamente estarían implicados ni para los electores si implica la continuidad del PP, al que han aplicado el mayor correctivo que se recuerda desde el descalabro de la UCD. Ni esto es Dinamarca, ni estamos viendo Borgen, ni Birgitte Nyborg actúa en la política española. Un pacto táctico que no reforme las deficiencias del sistema puede aumentar la desafección y un acuerdo responsable puede penalizar a quienes cedan para alcanzarlo.
El líder de Podemos rechaza "por activa o por pasiva" cualquier posibilidad de que Rajoy sea presidente y califica de "urgente" la necesidad de una ley de emergencia social