La sentencia a Eduardo Zaplana y la marcha de Íñigo Errejón son ejemplos de cómo izquierda y derecha resuelven casos parecidos de manera distinta
VALÈNCIA. Antes de vomitar palabras, les invito a que acompañen esta lectura con la canción Extremismo mal, de Ojete Calor.
Vamos a ello. El tiempo que ha transcurrido desde el último número de la revista hasta que toca mandar el siguiente artículo ha dejado, entre otras cosas, una dura condena a un expresidente de la Generalitat y un líder de la izquierda acusado de machismo tóxico (si no más, ya veremos). Lo llamativo es que nuestra capacidad de sorpresa es mínima, desgraciadamente. Y llamativo es ver cómo la izquierda y la derecha afrontan episodios similares con distintas soluciones.
El caso de Íñigo Errejón es paradigmático. No tardó mucho la derecha en sacar el hacha para señalar, con saña, que el número dos o referente de Sumar era todo aquello con lo que la izquierda ha hecho bandera en ámbito del feminismo. Es más, metieron en el saco a José Luis Ábalos y a Errejón. «Los promotores del autodenominado gobierno más feminista de la historia tuvieron como 'números 2' a Ábalos y Errejón», señalaban, dejando caer que uno y otro eran… Bueno, mejor lo dejo a su imaginación.
El caso es que la izquierda, una vez se hicieron virales las denuncias, decidió zanjar el asunto con la marcha del niño pródigo. Intolerable hubiera sido mantenerlo para el electorado que, en este ámbito ideológico, no perdona ni la corrupción ni comportamientos de este tipo.
En esto la derecha es más liviana. No digo machista, sino de reacción diferente. El ejemplo lo tenemos en casa. Recuerden que Vox presentó a Carlos Flores como candidato a la Presidencia de la Generalitat, y una vez se sentaron a negociar el pacto de gobierno, el PP se sintió incómodo de hacerlo con un condenado en 2002 por un delito entonces considerado de violencia familiar, pero que hoy quedaría claramente dentro de los considerados como violencia machista. Lo que derivó en la salida de Flores, pero hacia el Congreso. Premio para el catedrático. Nada de repudiarlo. Seguramente porque la derecha que madruga pero lo justo (véase al concejal Juanma Badenas, el de Vox en València) sabe tratar a los suyos. Y sabía lo de la condena cuando le incorporaron, porque esto no era muy público pero se sabía. A lo mejor en Mas Madrid y Sumar también sabían lo de Errejón, y callaban. A lo mejor. Algo que me recuerda a lo que pasaba en el PP con el condenado Rafael Blasco. Que supuestamente todos sabían cómo volaban sobres y, presuntamente, todos, miraron hacia otro lado. Bueno, o con Zaplana, el campeón.
El campeón destronado, el animal político por excelencia, que, en primera instancia, ha caído. Condenado por cohecho, blanqueo de capitales, malversación y prevaricación. Don Eduardo, como le llamaban los cómplices, veía cómo la Audiencia Provincial de Valencia castigaba sus mordidas a cambio de concesiones. Algo que celebraba la izquierda patria con alborozo. La secretaria general del PSPV-PSOE, Diana Morant, aseguraba que «es una victoria de los valencianos sobre los años oscuros de corrupción del PP en la Comunitat». Los socialistas no paran de poner el foco en Mazón como «discípulo» y «alumno aventajado» de Zaplana, y que, como estaba de director general de Seguridad Industrial en aquella época, algo debía saber o dejan caer que poco menos que era cómplice. Y por ahí va también Compromís, que descorchó el cava tras conocerse el fallo judicial. «Se demuestra lo que Compromís denunció tantas y tantas veces»; «es una magnífica noticia que todas aquellas tropelías, toda aquella corrupción que se hizo alrededor y a costa de cinco millones de valencianos, acabe teniendo una condena», aseguraba Joan Baldoví, quien de esta forma aplaudía la decisión de la Audiencia Provincial de Valencia, cuando hace bien poco, criticaba, duramente, a la audiencia y le acusaba de lawfare por el caso de Mónica Oltra. «Hoy es un día en el que muchos demócratas perdemos un poco más de confianza en alguna justicia. Hoy algunos comenzamos a pensar seriamente que si eres militante del PP predomina la presunción de inocencia y que si eres militante de algún otro partido progresista lo que vale es la presunción de culpabilidad», decía el síndic, tras conocerse que la audiencia había decidido reabrir la causa contra Mónica Oltra. Sin duda, que las decisiones judiciales pueden discutirse, que algunas, como la de reabrir la de Oltra, te parezcan increíbles, pero los representantes políticos deben regirse por la ecuanimidad, el temple y la coherencia. Y no puedes dejar caer que la Justicia está corrompida cuando te toca a uno de los tuyos, y celebrar que se haya hecho justicia cuando condenan a uno de enfrente. Siendo, como son, asuntos muy diferentes. Pero el argumento de que la Justicia es lawfare cuando ataca a tu partido está ya arraigado, tanto que Vox, con el mencionado Badenas, ya lo ha usado para criticar una decisión de la Fiscalía. Porque la fiscal delegada de delitos de odio, denunciante, es Susana Gisbert, quien fue propuesta en su día por la izquierda para ocupar plaza en el Constitucional. Y eso… ¿le inhabilita para impartir justicia? No. Como tampoco inhabilita a la cantidad importante de jueces muy conservadores que dictan resoluciones. Y si influye su ideología a la hora de resolver, eso creo que es prevaricación. A denunciar y fuera.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 121 (noviembre 2024) de la revista Plaza