Inmersos en plena fiesta fallera, Valencia huele a pólvora y las calles son una algarabía. Se respira felicidad y “germanor”. Eso, en los tiempos que corren en lo que la confrontación es la protagonista, es de agradecer y de aprovechar. Así que salgan a la calle y disfruten porque hay fiesta y fallas para todos los gustos.
Les invito a que visiten en la Diputación la exposición “Ninots: l’artesania de les Falles”. Un recorrido por la historia de la artesanía fallera a través de una muestra con ninots de 14 comarcas, entre los que podrán ver el ‘iaio’ de Xàtiva, el ninot indultado a principio de los años 40.
Es una pequeña muestra de la historia de las Fallas porque hay mucha. De la más reciente destaca la declaración de la fiesta como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, un distintivo que, por encima del resto de beneficios, las protege. Además, sin duda, este sello las ha afamado todavía más. Lo que conlleva más visitas y mayor negocio.
Precisamente, hace pocos días conocimos que las fiestas de San José de 2023 generaron un impacto económico de 910 millones de euros y 6.500 empleos en Valencia. Así se desprende de un estudio desarrollado por la Cátedra de Modelo Económico Sostenible de la Universitat de València en el que también se concluye que representan el 0,29% del PIB de la provincia y el 0,53% de su empleo.
Más allá de estas cifras, que nos alegran porque son positivas para la provincia de Valencia, las Fallas son identidad y sentimiento. No solo hacia la fiesta y la tierra, también hacia las personas. Hoy, más que nunca, me quedo con esta parte, la solidaria. Las comisiones falleras de toda la provincia conforman un enorme tejido asociativo, que se moviliza ante diferentes problemas sociales. Las fallas trabajan en su día a día para apoyar a los más vulnerables o para favorecer otras causas como la protección del medio ambiente. Y se reactivan con rapidez y efectividad ante un suceso sobrevenido. Lo demostraron en pandemia y ha vuelto a quedar patente tras el incendio de Campanar, que conmocionó a todo el país.
Lamentablemente, estas Fallas se han visto empañadas por esta desgracia. Seguimos teniendo presente la pérdida de 10 personas y la adversidad que están viviendo los vecinos afectados, 15 de ellos resultaron además heridos. Por el contrario, qué desafortunados estuvieron los de la chirigota de Cádiz. Las bromas y el humor tienen un límite. Hacer chanza de una tragedia no tiene gracia.
Frente a esta falta de empatía, Valencia se movilizó para apoyar a los damnificados. Y las fallas, de nuevo, estuvieron a la altura. Las de Campanar recaudaron 100.000 euros en solo tres días para ayudar a las personas que se han quedado sin casa. Del mismo modo, La Nova de Campanar hizo una paella gigante, 500 comensales, con la que recaudó fondos para los afectados.
Por eso, por encima de su reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad, por encima de su calado histórico y cultural, y muy por encima de la fiesta y la diversión, nuestras Fallas son solidarias, como lo es el pueblo valenciano. En este sentido, también pongo en valor la movilización de la ciudadanía valenciana, especialmente del vecindario del barrio de Campanar.
Una vez más los valencianos han estado a la altura de las circunstancias porque si hay algo que nos define es la “germanor”, esa palabra con la que empezaba y que me encanta. Esa hermandad que nos ayuda a levantarnos. Siempre lo hacemos. Como cada año ponemos en pie miles de monumentos. Ese es el resultado final, lo vistoso, lo que embelesa a los visitantes, pero detrás hay mucho más. Hay compañerismo, trabajo en equipo, coordinación y, sobre todo, hay falleras y falleros solidarios.