Director del Instituto Cervantes de Nápoles, el castellonense Ferran Ferrando reconoce que no ejerce de valenciano y que su trabajo le convierte en un privilegiado que hace lo que le gusta
VALÈNCIA.-Habla cinco idiomas. Se licenció en filologías románicas y antropología en Gotinga (Alemania) y Montpellier (Francia), y se doctoró en la Universidad de Bremen (Summa cum laude), con una investigación sobre Horacianes, del poeta Vicent Andrés Estellés.
Ferran Ferrando (Albocàsser, Castellón, 1960) es hijo de emigrantes que en la década de los sesenta se fueron a Alemania a trabajar. Apenas tenía cinco años cuando sus padres decidieron instalarse de forma permanente en el país germano a pesar de que su abuela paterna, Ángeles Sales, falleció víctima de los bombardeos que la Legión Cóndor nazi, siguiendo órdenes del Teniente Coronel Dávila, realizó sobre Albocàsser en mayo de 1938, en plena Guerra Civil.
Apasionado del séptimo arte, fundó la filmoteca Lumière en Göttingen (Alemania), dirigió durante más de cinco años la Escuela de Lenguas de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), ha sido responsable de la Oficina Cultural Catalana de Fráncfort, y ha dirigido el Cervantes de Estocolmo y Múnich, este último en dos ocasiones, la segunda hasta mayo de este año, en que se incorporó a su nuevo destino en Nápoles. El director del Instituto Cervantes recibe a Plaza en la sede del centro, ubicado en el hermoso barrio de Santa Lucía, uno de los más antiguos de la ciudad italiana, frente al imponente Vesubio. Un puerto marinero que ha sido interpretado por los más grandes, desde Enrico Caruso hasta José Carreras, pasando por Elvis Presley, Dean Martin o Pavarotti. Santa Lucía es una famosa canción napolitana que su propio compositor, Teodoro Cottrau, tradujo al italiano.
—¿Qué impulsó a sus padres a quedarse en Alemania?
—Se dieron cuenta de que, además de trabajar y ganar dinero con la intención de volver, el país ofrecía para sus hijos una vida diferente a la que había en España en esos momentos. Los cinco hermanos recibimos una formación excelente y gratuita, una oportunidad que nuestros padres supieron identificar y valorar. Como es normal, estoy agradecido a mis padres, pero también a todos los profesores y amigos que facilitaron el desarrollo de nuestros talentos.
—¿En la decisión de marchar no influyó la trágica muerte de su abuela?
—No, para nada. No les traumatizó. La guerra había quedado atrás. Los alemanes estaban para apoyar a Franco en aquellas fechas. Aunque, en cierta forma, es como una línea roja que marcó la vida de mi padre y la de mi familia. La verdad es que he vivido más en Alemania que en España.
«sin duda, la erudición es muy importante, pero sin creatividad, disidencia y pensamiento crítico no avanzaremos»
—¿De dónde se siente usted?
—Me considero valenciano, español y europeo. Un poco alemán. Y ahora un poco italiano, napolitano (sonríe mirando el Vesubio). Lo cierto es que en Albocàsser está mi familia, nos vemos los hermanos, tenemos muchos amigos, vamos a las fiestas; es un pueblo pequeño en el que todos nos conocemos. Te sientes acogido. Como escribió Estellés en un poema, me siento como el nieto de Nadalet, el hornero. El pueblo nos da esa continuidad. Y por mucho que hagas en tu vida, en Albocàsser siempre somos los hijos, los nietos de Nadalet.
—¿Cómo ven aquí a los valencianos?
—Hay un vínculo muy fuerte. Los napolitanos que van a València descubren esos lazos y el intercambio histórico que se produjo. Alfonso el Magnánimo fue el primer español que dominó Nápoles, que vivió y murió aquí. El intercambio es indudable. Todos los regentes se traían a su gente, pero se adaptaban e integraban en la vida social, cultural y política.
—Actitud que gustó a los napolitanos.
—Sí, porque son muy orgullosos, a pesar de la dominación extranjera que han soportado. Pero como dicen ellos, y con razón, los de fuera se convertían en napolitanos y por eso funcionaron bien. Aquí hay muchos testimonios de la Corona de Aragón y por supuesto de València, que era una parte muy importante. Por Nápoles han pasado Aragoneses, Austrias y Borbones. Más de cinco siglos de mucha presencia española.
—¿Qué destacaría ahora? Sea nuestro Cicerone.
—Lo que más persiste en la actualidad son los Borbones. Carlos III estuvo treinta años reinando y construyó grandes infraestructuras que son muy apreciadas. En estos momentos, el Museo Arqueológico Nacional expone la importante exposición de la colección Farnesio.
En Castel Nuovo [Castillo Nuevo], uno de los tres grandes castillos de la ciudad [donde Alfonso V de Aragón estableció la corte tras remodelar la fortaleza que encargó al mallorquín Guillem Sagrera], se puede contemplar hoy un alto relieve sobre su entrada triunfal en Nápoles. Una obra de envergadura que sigue en el portal de entrada al castillo. Fue un gran mecenas cultural, un importante promotor de las artes y las letras. Sin duda, eso se sigue recordando. Forma parte de la historia de esta ciudad. València y Nápoles eran dos de las principales capitales de Europa y hubo mucho intercambio. Alfonso trajo a Nápoles a pintores como Jaume Baçó (Jacomart) y reunió en su Capilla Real a músicos provenientes de numerosos países. Desde entonces, las relaciones entre valencianos y napolitanos siempre han sido intensas. Los azulejos de Manises se ven con admiración en Nápoles. Otro ejemplo es la veneración que los napolitanos sienten por San Vicente Ferrer, que, según los creyentes, intervino para acabar con una epidemia de cólera. Por eso la Basílica de Santa Maria della Sanità también es llamada San Vincenzo alla Sanità o del Monacone (el gran monje).
—Una compañía aérea ha estrenado un vuelo directo.
—Que nosotros vamos a utilizar. Hay un importante intercambio comercial, laboral y turístico. Los italianos viajan mucho a España y los que estudian español lo hacen para poder relacionarse y comunicarse. València es una de las ciudades más atractivas, menos masificada que Barcelona y Madrid. Es una ciudad que está por descubrir.
—¿Qué papel representa el Cervantes en Nápoles?
—Hay mucha proximidad. Tenemos muchas actividades culturales y una gran biblioteca [lleva el nombre de Rafael Alberti]. Pero, sobre todo, lo que más hacemos es certificar con garantías los conocimientos del español en el sur de Italia, porque, por suerte, en las escuelas italianas se enseña muchísimo español. El Cervantes, además, tiene una larga historia aquí, más de treinta años. Formamos parte del tejido cultural y estamos muy integrados en el mundo universitario. Hay tres, dos de ellas muy grandes con departamentos de español importantes. Hemos organizado congresos sobre la presencia española a nivel literario, artístico, político e histórico. Recientemente participamos en un congreso de los hispanistas italianos sobre el imaginario latinoamericano, y a finales de mes acogemos otro, muy interesante, sobre el exilio republicano en Italia.
—¿Es positiva la respuesta?
—Por supuesto. Existe un gran interés por la cultura hispánica, no solo la española. El Cervantes trabaja con ambas. Por ejemplo, la semana que viene ofrecemos un festival iberoamericano de cine con catorce películas de trece países diferentes. Una muestra que ha supuesto un esfuerzo intenso del que estamos muy orgullosos porque dará a conocer producciones bastante desconocidas para el público italiano por su difícil acceso. También colaboramos con instituciones como la Fundación Foqus, que tiene su sede en un antiguo monasterio del quartieri [barrio] español, uno de los más conflictivos de la ciudad, donde se rodó, junto al de Sanità, La paranza dei bambini [Pirañas: los niños de la camorra. Claudio Giovannesi, 2019], basada en la novela de Roberto Saviano.
Esta organización coordina con diferentes instituciones de Nápoles muchos proyectos interesantes. Con ellos queremos inaugurar el próximo año una biblioteca hispano-italiana y una serie de talleres para la comunidad hispánica e italiana con la idea de ofrecer algo que les pueda ser útil.
—Habla con entusiasmo de ese programa.
—Sí, porque nos conecta con la sociedad civil de la ciudad y proyecta la cultura desde un punto de vista social, no solo desde la erudición. Es una cultura eminentemente práctica y contemporánea, algo que nos interesa mucho.
«necesitamos una televisión pública cultural, pedagógica y de información imparcial, que no sea del gobierno de turno»
—¿Cuántos idiomas habla?
—Me interesa la literatura y la lingüística pero sobre todo me importa la cultura viva. Me gusta relacionarme con las personas. Por eso hablo francés, alemán, portugués, inglés, italiano, catalán y, por supuesto, castellano.
—Dirigió la Escuela de Lenguas de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) durante cinco años. ¿Cómo vive el histórico conflicto que todavía persiste en la Comunitat Valenciana?
—Conviven dos lenguas y las dos son importantes. Para mí, la base de todo progreso la componen la sociedad civil y una cultura democrática. Esto afecta a los valores, la convivencia y la construcción del futuro desde el conocimiento del pasado. Para crecer como individuos y como sociedad es primordial que fomentemos el pensamiento crítico, y no la práctica habitual de repetir verdades. En la enseñanza primaria se están implementando ideas pedagógicas muy buenas, pero no llegan hasta las universidades, donde con frecuencia todo se agota en hacer apuntes y memorizar. Sin pensamiento crítico no sabremos hacer frente a los populismos, ni sabremos digitalizar nuestras vidas sin perder el control, ni sabremos oponernos a que se nos reduzca a meros consumidores. Sin duda, la erudición es muy importante, pero sin creatividad, disidencia y pensamiento crítico no avanzaremos.
—¿Qué parte de culpa tienen los medios públicos?
—Los medios públicos tienen mucha responsabilidad, pues deben hacer una programación pedagógica y a la vez atractiva. En la Comunitat Valenciana se añade el reto de crear un modelo y usar el valenciano como una lengua histórica y viva, completa y variable, popular y culta a la vez.
—¿Cómo ve la televisión autonómica actual?
—Antes no la veía. Era como la televisión de Berlusconi. Basura. Creo que necesitamos una televisión pública cultural, pedagógica y de información imparcial, que no sea del gobierno de turno, que sea de los ciudadanos, y en la que el idioma se use con naturalidad, que la gente se exprese como quiera. No tenemos que tener ningún complejo en utilizar el valenciano. Antes estaba minusvalorado, ahora no. Nunca nos podremos comparar con el castellano, pero el valenciano y el catalán tienen una importancia histórica innegable en la franja mediterránea. En València está evolucionando muy bien. Aunque no se debe evaluar la cantidad sino la naturalidad. Y que no esté por encima ni por debajo del castellano. En el Cervantes se están promoviendo todas las lenguas cooficiales. En Múnich, por ejemplo, existe la enseñanza del catalán desde 1994. Y del euskera. Donde hay demanda se están impartiendo las lenguas cooficiales. Es un servicio que tenemos que dar y que damos, sin duda, porque somos muchos catalanoparlantes. Está asegurado que el instituto no está en manos de un grupo de madrileños (apunta bromeando) que no quieren saber nada.
—¿Qué le llevó a realizar su tesis sobre Vicent Andrés Estellés en alemán?
—En los ochenta me pidieron, como valenciano, un artículo para un diccionario de autores. Yo entonces era profesor de catalán. Había leído a Estellés, pero me interesé más y lo conocí. Pude charlar con él en su casa. Su obra me parece fascinante. Es muy desigual, muy grande, con unas perlas buenísimas e increíbles. Me centré en Horacianes, ochenta poemas que escribió en los sesenta donde muestra el mundo de Horacio, el de la antigüedad, el romano, y el de Estellés. Habla de la persecución de los catalanistas valencianos, del contubernio de Múnich. Me interesé sobre cómo combina la antigüedad y su autobiografía, y cómo presenta también ese aspecto de la política, de la represión franquista. Es una obra de una enorme calidad por sus calladas referencias, por su riqueza, por su sensualidad, por sus diferentes ángulos. Es fresca y muy rica. No hace falte verla solo, como ocurrió en su día, como un manifiesto político antifranquista, que lo es, porque la poesía de Estellés es más fuerte que eso.
—¿Recomienda leer a Estellés sin prejuicios?
—Claro. Lo que hay que hacer es leer bien a Estellés, no tanto como el escritor político que es. Su valor reside, claramente, en la maestría y originalidad con la que el autor se relaciona, por una parte con la literatura universal, no solo con Horacio, y por otra con la cultura popular del País Valencià.
—¿Cómo es su trabajo en Nápoles?
—Soy un privilegiado. Hago lo que más me gusta. Una de mis obligaciones es conocer sitios, programadores, y organizar actividades significativas, que suponen un reto. Por ejemplo, la colaboración con Foqus que le he mencionado. Debemos cumplir con uno de los objetivos fundacionales del Cervantes, que es promover la cultura española. Mi tarea es ver qué ofrece la ciudad, qué oportunidades tiene y sus necesidades.
—¿Tiene en cuenta a los valencianos para esa tarea? ¿Ejerce de valenciano?
—No especialmente. No distingo. Siempre busco lo que necesito, que son las mejores opciones, y si es bueno y es valenciano, por supuesto. Llevo más de treinta años en la gestión cultural y en este trabajo no te puedes limitar a lo que conoces. Aunque siempre que he podido he traído a muchos valencianos. Al final, siempre hay una elección subjetiva, claro.
—Tengo entendido que no pueden permanecer más de cinco años en el mismo lugar. ¿Es cierto?
—Sí. Así es.
—¿Eso es bueno? ¿Su familia se ha trasladado con usted?
—Desde luego, te obliga a salir de tu zona de confort. Yo soy medio alemán y mi familia [está casado y tiene dos hijos de 18 y 16 años] sigue allí. Pero la experiencia es muy interesante porque la gente en Nápoles me está facilitando mucho las cosas. Estoy muy a gusto aquí.
—¿Cómo nos ven los alemanes ahora?
—España se percibe hoy como un país que ha evolucionado muchísimo y lo ha hecho para bien. Tengo amigos extranjeros que estuvieron en España de niños, en los setenta, y no creían lo que veían veinte años después. Estamos hablando de infraestructuras, pero también de cambios sociales y derechos, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, que se aprobó mucho antes en España que en Alemania. Los alemanes también miran mucho hacia España en relación con la necesidad de promover la donación de órganos y se aprecia mucho a los españoles y las españolas que han ido a Alemania en busca de trabajo. Ha mejorado mucho la educación en España, la administración es ágil y moderna. En general, las cosas funcionan, no todas, pero en conjunto y en comparación con otros países europeos, hemos dado un gran paso.
—¿Ha pensado en volver a España?
—Claro, pero voy a cumplir sesenta años y si lo hago, creo, que será ya para jubilarme y poder dedicarme a la investigación para la que entonces tendré más tiempo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de 62 (diciembre 2019) de la revista Plaza