Kofu, uno de los proyectos cafeteros más sólidos que ha dado Castellón en los últimos años, aterriza en Valencia. Lo hace en una ciudad saturada de cafés de especialidad —y donde ya no se conceden nuevas licencias para locales de este tipo con consumo en sala—, pero sin renunciar a su modelo: un formato take away preciso y una carta que solo trabaja con microtostadores independientes. En el café de especialidad también hay gamas, y Kofu apuesta explícitamente por la singular.
Vas al trabajo con prisas; hoy ni has desayunado ni has podido prepararte la comida. La oficina te queda cerca —o al menos de paso— de la calle Comèdia 21, allí un cartel nuevo llama la atención con una promesa sencilla: café. Entras casi por impulso y descubres que el sitio se llama Kofu, recién llegado desde Castellón. Entras casi por intuición. Dentro, el olor a molienda fresca confirma que aquí se toma el café en serio.
En la barra te explican que, además de elegir el origen, aquí eliges también el microtostador: Madre Superiora (Castellón), Dalston (Barcelona), Flamante (Alicante), Zereiscopi (Cáceres)… incluso un origen de China y otros perfiles más fermentados. Mientras te preparan el café con sus pequeños rituales, hojeas la carta y piensas que quizá puedas volver a mediodía: la comida tiene pinta de salvarte el día sin caer en lo rutinario. El barista —amable, concentrado, preciso— te sirve un latte a la temperatura exacta que tus labios agradecen. Te recomienda probar el pumpkin spice latte porque preparan ellos mismos el puré de calabaza. Y mientras te lo cuenta, descubres que también son de los que tuestan y muelen su propia mezcla de chai: té negro fresco, anís, cardamomo, clavo, canela y jengibre. Puedes endulzarlo con miel o con sirope de ágave.

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Quizá te encuentres con Vicente Redondo, gerente de Kofu y barista formado, con casi quince años de experiencia en hostelería. Su apuesta por el café de especialidad no es casual, es pasional. Esta nueva cafetería valenciana de concepto take away tiene su origen en la ciudad castellonense donde Vicente ha crecido como barista. A los meses de abrir Kofu en Castellón (diciembre de 2023) Vicente entró como gerente y un espacio que empezó como templo del café evolucionó hacia un brunch completo, con cocina propia que además de elaborar repostería artesanal —cinamon rolls, cookies, babka— también ahúman el salmón, confitan los tomates y elaboran sus salsas como apuesta de lo sabroso y saludable. Tostas, pokés, milanesa de berenjena y ese fast good muy elaborado a partir de frescos. En Castellón comprobaron que existía un público dispuesto a este tipo de consumo: pausado, consciente, con interés por lo que se bebe y por lo que se come.

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En Valencia, Kofu aterriza en una ciudad donde el café de especialidad dejó de ser una rareza hace años. La competencia es feroz —hay locales para todos los gustos, desde los templos minimalistas a los cafés más disruptivos— y aun así el equipo llega sin complejos. Su apuesta no pasa por añadir otra mesa más al mapa, sino por reforzar la idea de cafetería como espacio de paso y de pausa, sin la presión del “quedarse”. En un contexto donde ya no se conceden licencias para tomar café dentro del local, la propuesta take away encaja casi de forma natural: mejor poca barra, pero buen grano.
La selección de microtostadores marca la diferencia. Han decidido ir un paso más allá: tostadores pequeñísimos, casi de culto, que obligan al cliente a probar sin prejuicios. Vicente reconoce que el público joven entra en ese juego con más soltura que nadie: “La gente joven tiene más cultura gastronómica y más ganas de cuidarse. Pagan 2,60 euros por un buen café sin pensarlo porque saben lo que hay detrás”. Con el público mayor la cosa cambia: “Lo pagan, pero a regañadientes. No es su código”.
Esa brecha es la que explica buena parte del cambio de paisaje: las cafeterías de especialidad suben mientras el almuerzo tradicional pierde algo de terreno, aunque sin desaparecer. Vicente lo dice con cariño, casi con una petición al futuro: “Ojalá no desaparezca el almuerzo, es un ritual muy nuestro”. Pero también reconoce lo inevitable: no se puede incluir un café de especialidad en un menú del día o en un almuerzo sin destrozar márgenes. “El espresso ya lo vendo a 1,80. Meter eso en un menú es imposible. Y además manejar estas máquinas requiere formación… y materia prima”.

Kofu llega a Valencia con ese equilibrio en mente: respetar lo nuestro sin renunciar a lo que viene. La cocina sigue siendo un sello de la casa —recetas propias, salsas hechas a diario, repostería que sale del mismo obrador—, pero adaptada a un ritmo más veloz, más de oficina y menos de sobremesa. Una carta pensada para llevar, no para ocupar espacio. Y aun así, el local respira intimidad, como si cada pedido fuese una conversación breve que merece su propio tempo.
Que Kofu abra en Valencia no habla solo de su crecimiento: retrata un momento concreto de la ciudad, una transición suave donde conviven los bocadillos de tortilla, el brunch con salmón ahumado en casa y la cultura del microtostador. Un paisaje donde la generación que se crió almorzando y la que aprendió a pedir flat white en Instagram comparten acera, pero no siempre la misma barra.

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En el fondo, el café de especialidad es solo una excusa. Lo que está cambiando es cómo comemos, cómo nos movemos y qué esperamos de una pausa. Y ahí Kofu parece haber entendido algo que muchos pasan por alto: que la ciudad no pide lugares para quedarse más tiempo, sino lugares donde valga la pena detenerse aunque sea un momento. Café en mano, movimiento en las piernas y una sensación amable de haber elegido bien.