El Pou de Beca es casa. Lo es para quienes buscan entorno rural, pero también para quienes necesitan volver a un lugar donde todo sigue teniendo sentido. Vuelvo una y otra vez y es, probablemente, el restaurante donde celebraría siempre mi cumpleaños y el de mi hermano. Aquí mis padres se sienten a gusto: reconocen los sabores, los gestos, los pueblos de donde viene cada alimento. Saben —y se nota— que Nicolàs Barrera cultiva su propia huerta y conoce a quienes producen lo que llega a la mesa. Cada plato tiene un origen claro, sin relatos. El menú es de temporada porque aquí no podría ser de otra manera: manda el campo, el clima y el momento.
Este año volvimos. Soplamos las velas y compartimos mesa entre las mismas paredes rústicas de una antigua masía reconvertida en agriturismo donde el tiempo solo parece avanzar para el menú. Todo lo demás permanece: la calma, el silencio bueno y una cocina que me reconcilia con el sector. El Pou de Beca no busca sorprender: busca cuidar. Y lo consigue. Es ese tipo de restaurante al que no se va por moda ni por curiosidad, sino por afecto. Un lugar donde celebrar la vida, una y otra vez, alrededor de una mesa que entiende lo que significa comer bien.

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