Ni la calle, ni los bares, ni los vecinos, ni las plazas cercanas son las mismas que en aquel año 2000 en que se inauguró Sushi Cru. De hecho, Andrea Pérez aterrizó allí, muy joven, un año después de su apertura, y allí sigue con su pareja, Vito Giacalone, que se unió al proyecto unos años más tarde.
Lo que se ha mantenido desde el inicio es la calidad, la calidez, el cuidado por el producto fresco, el respeto por la tradición y el anhelo de ofrecer comida japonesa a un precio razonable. Aquí encontramos el recetario tradicional nipón, adaptado un poco a los gustos nacionales, cocinado con cariño y esmero, y con diferentes opciones vegetarianas.
Si te pasas por su esquinita carmelera, seguramente sea para probar nigiris, sashimi y uramakis. Ahora bien, también volverás por sus takoyakis, sus chirashis (los poke bowls de verdad) o las sopas calentitas que tanto apetecen con el frío. Es difícil mantener el nivel, la clientela y la regularidad, por eso se merecen todo nuestro respeto y reconocimiento. Pocas mesas, una barra mínima, una carta de vinos comedida… en realidad es lo más parecido a estar en Japón. Solo les falta un poco más de ceremoniosidad y unos kimonos bonitos; el resto lo clavan. Pero ellos son más de hacerte sentir parte de la familia, desprovistos de imposturas. Tal vez ese sea el secreto de su éxito: tratarte como se trata a los amigos, lo cual provoca que muchos vecinos seamos felices allí.
Menú del día súper competitivo, cervezas japonesas y temakis de unagi (anguila) que resultan adictivos… poco más se puede pedir. Si acaso, algún vino por copas más y olvidarse del queso crema (que tanto odiaba el desaparecido Tipo Que Nunca Cena en Casa). Un tipo que, seguro, ahora que es temporada de alcachofas, iría a probar la que cocinan en Sushi Cru con atún flambeado y salsa de miso, muy recomendable. Y hablando de atún, tal vez su plato estrella sea el tartar de atún picante, en dura competición con los nigiris fuera de carta como el de carabinero.
Sea como fuere, se ha quedado —afortunadamente— fuera del circuito turístico, de la moda de la cocina a la vista con espectáculo y del tsunami de la fusión sin sentido, convirtiéndose con los años en referente para vecinos, refugio para amantes del sushi auténtico y esquinita favorita para muchos clientes, que tras tantos años de Sushi Cru ya somos más que amigos. Somos testigos de una historia de resiliencia entre salmón, aguacate y amor por su oficio.