'novelas de a duro'

Hasta el quiosco y más allá: la conquista valenciana del espacio

Suena increíble pero en los años sesenta, un país aislado del mundo y abonado al 'que inventen ellos' se convirtió en una referencia internacional de las novelas de ciencia ficción. Y por si fuera poco, la mayor parte de estos autores (que firmaban con pintorescos seudónimos americanizados) eran valencianos. Esta es su historia

17/02/2019 - 

VALÈNCIA.-Nunca está de más recordar en un país con tan baja autoestima como España nuestra tradición de novela popular y auparla al puesto que merece, entre las más granadas del planeta. Dicho así puede que parezca, a priori, una exageración, pero cuenta con una explicación bien lógica. Retrocedamos a las primeras décadas del pasado siglo XX. Por aquel entonces la novela popular, heredera natural del folletín, abastecía, en librerías y quioscos, a una creciente masa de lectores privados de gran cultura pero a la que los diversos programas de alfabetización había enseñado a leer. El wéstern, el misterio, la aventura eran los géneros predilectos; y Edgar Wallace, Sax Rohmer o Zane Grey algunas de las firmas que se disputaban el favor del público. La Guerra Civil no solo desgarró nuestra piel de toro en una contienda fratricida, también nos aisló, finalizada esta con una dictadura afín a las fuerzas del Eje, de los países que proverbialmente habían nutrido nuestras estanterías.

Encerrada en sí misma, presa de la autarquía, España no podía dejar de atender, entre privaciones de todo tipo, una demanda de evasión, a precios módicos y por tanto de difusión masiva. La solución fue sencilla: se continuaría editando, si bien para sustituir a los autores foráneos, a cuyos derechos de reproducción era imposible acceder, se recurriría a una nómina de plumas autóctonas (periodistas, literatos en general, personas vinculadas con las letras...) que demostrasen pericia suficiente para urdir una novela tras otra. Entre los pioneros destacó el editor Pablo Molino, de la Editorial Molino, que confió a uno de sus traductores, José Mallorquí, la continuidad de la colección Hombres Audaces, para la que alumbraría la emblemática serie Tres hombres buenos. Mallorquí venía de dirigir una revista de la editorial Molino, Narraciones Terroríficas, versión hispana de Weird Tales en la que ejerció como traductor y para la que dejó varios relatos. Con todo, la más célebre creación de Mallorquí, El Coyote, iniciada en 1944 sobre un personaje que ya había esbozado en una novela el año anterior y sospechosamente parecido a El Zorro, supondría el gran hito de la literatura popular española. 

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Hubo también otros nombres como el de la afamada Corín Tellado, dama de la novela rosa, que no se embozaron bajo el seudónimo extranjero pero, en términos generales, formaba parte de la política editorial del momento. Así, no había manera de discernir entre, pongamos, Jackson Gregory y Robert Delaney, cuando el primero era natural de California y el segundo el sobrenombre de Juan Almirall. La elección del seudónimo tenía su aquel; un apellido francés era más indicado para la novela romántica; uno italiano para la de aventuras —por influencia del gran Emilio Salgari—de ahí que Pedro Víctor Debrigode se acreditase como Arnaldo Visconti para El Pirata Negro, serie de novelas muy apreciadas en nuestro país pero igualmente en Alemania. Para otras temáticas, desde el bélico al policiaco, se decantaban por sonoridades anglosajonas. Cabe recordar que la llegada tardía de la televisión a España, en 1956, prolongó la hegemonía de la novela popular como forma de ocio, con la radio y el cine como principales competidores. Se llegó incluso a ensayar incipientes fórmulas de amortización transmedia, con El Coyote a la cabeza, a la sazón protagonista de varias películas, una revista de historietas y un serial radiofónico. 

Llamada novela popular por estar dirigida principalmente a las clases populares, se ha denominado indistintamente tanto por el precio que rigió durante un tiempo (novelas de a duro) como por su reducido formato (bolsilibros). Sobre el centenar de páginas en reducido formato y letra apretada, servía para pasar la tarde, matar el rato. Con el tiempo, hacia mediados de los años ochenta, la novela popular languideció; cambiaron los hábitos de consumo. Televisión Española ya no interrumpía con la carta de ajuste su programación vespertina, llegaron nuevos canales y otras formas de ocio. La novela popular trató de adaptarse a los nuevos tiempos, los géneros habituales ganaron en crudeza y la novela romántica mudó en erótica.

En la operación, todo sea dicho, se perdió parte de la esencia y de la calidad literaria de sus inicios. Pues, ante todo, y para sorpresa del recién llegado, en los años cuarenta y cincuenta encontramos una prosa más que aceptable, cuidada en muchos casos, ya que el dominio del castellano era condición sine qua non para desenvolverse en aquellos tiempos sin procesador de textos, con una máquina de escribir y el auxilio de una hoja de calco. Desdeñada por la crítica institucional, el hecho de que en los Estados Unidos y Reino Unido su equivalente, el pulp o las dime novels británicas, mereciese estudios académicos, acabó por mermar ese prejuicio y fructificar en una vindicación de nuestro propio legado con el cambio de siglo, gracias a libros como los dos volúmenes de La novela popular en España (Robel, 2000), Memoria de la novela popular (Universitat de València-Fòrum de Debats, 2004) o Del folletín al bolsilibro: 50 años de novela popular española 1900-1950 (Silente, 2008), entre otros.

La aventura valenciana

Desde otoño de 1936, San Sebastián se configura como centro de producción editorial en el bando sublevado. Al término de la guerra, España entera sufre los rigores del racionamiento, también de papel. Para aprovechar las resmas sobrantes de los diarios se imprimen los llamados cuadernos de aventuras, apaisados al modo italiano. De esta forma, durante los años cuarenta, a lomos de dos grandes éxitos, Roberto Alcázar y Pedrín y más tarde El Guerrero del Antifaz, la capitalidad del tebeo español se desplaza del norte a València. Paralelamente la casa editora, Editorial Valenciana, mantiene su división de novelas populares. Se cultivan los géneros clásicos de inicios de siglo, claro está, pero pronto asomarán nuevas temáticas. Los años cincuenta, con la división de bloques, traerían consigo las novelas de espías, mientras en el terreno político una serie de guiños a los Estados Unidos de América culminarían con el Pacto de Madrid de 1953. El levantamiento del racionamiento para productos alimentarios en 1952 y los ecos llegados de Hollywood, que había lanzado un cohete Con destino a la Luna (Irving Pitchell, 1950) y mostrado un platillo volante cuyo tripulante traía un Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951), indicaban un cambio de época; estábamos en la era atómica.

La editorial Clíper había cancelado la edición de El Coyote en el número 120, en marzo de 1951. Mallorquí, ávido de probar nuevos aires, ambicionaba introducir la literatura de anticipación. Así en 1953 Clíper, un poco a regañadientes, sin exponer su logo y bajo el nombre supuesto de ediciones Futuro, arropó a su escritor estrella en la breve pero notable colección Futuro, donde Mallorquí alumbró al Capitán Rido, pionero de la ciencia ficción española. En València, concretamente en la sede de Editorial Valenciana (calle Calixto III), el escritor bregado en bélico Pascual Enguídanos propuso al director artístico Soriano Izquierdo una operación similar, pero ligeramente diferente. Daría lugar a la colección Luchadores del Espacio, cuyo título, al contrario que Futuro o la posterior Nebulae, llevaba implícito un tono aventurero. Nacía un mito del género en España.  Fueron nada menos que 234 títulos de periodicidad quincenal, editados entre 1953 y 1963, escritos por veintisiete autores en su mayoría valencianos. Cada novela constaba de 124 páginas, en formato de 10,5 x 15,5 cm, con portadas ilustradas por José Luis Macías y en el último tramo por Vicente Ibáñez y José Lanzón

en la práctica, se llevaban las batallas de la colección 'comandos' a la estratosfera. en vez de enemigos japoneses o alemanes eran marcianos

El escritor de Llíria Pascual Enguídanos, bajo el seudónimo de George H. White, se ocupó de las primeras entregas. Otros escritores fueron José Negri (J. Negri O’Hara), Jacobo Sánchez Artigao (A.S.Jacob), Fernando Ferraz (Profesor Hasley), José Luis Benet Sanchís (Joe Bennett), Florencio Cabrerizo Miguel (C. Aubrey Rice), Julio Pérez Blasco (Karel Sterling), el dibujante Arturo Rojas de la Cámara (Red Arthur), que firmó un título, varios autores más que no se prodigaron y dos jóvenes valores que luego serían puntales de la ciencia ficción española, el barcelonés Domingo Santos (P. Danger) y el gaditano Ángel Torres Quesada (Alex Towers).

Las tiradas llegaron a ser elevadas, en torno a los cincuenta mil ejemplares, y cabe destacar las grandes diferencias entre autores. El prolífico Alfonso Arizmendi Regaldie (Alf Regaldie) representaba un caso paradigmático de republicano represaliado por su pasado político —suerte corrida por otro compañero de colección, Fernando Ferraz (Profesor Hasley)—, que así encontraba un sustento, bajo el anonimato que proporcionaba el seudónimo. Firmó obras como Pánico en la Tierra, Piratas del espacio, Errantes en el infinito o Apocalipsis atómica. Ramón Brotons Espí, nacido en 1932 en Xàtiva y ya fallecido, escribió La saga del Kipsedón, cuatro novelas trepidantes que transcurren entre hielos polares y gulags siberianos, alternadas por las batallas interestelares de dos civilizaciones extraterrestres, lo cual le otorga un marcado aire bélico influido por los vaivenes de la Guerra Fría. Como recordó en una de sus comparecencias públicas: «La censura no se cebaba demasiado al tratar temas del espacio, pero no conseguiré olvidar cuando me prohibieron la palabra pantorrillas por indecorosa». 

Más interesado por las posibilidades divulgativas que proporcionaba el género, José Caballer (Larry Winters), nacido en València (1925) y ya fallecido, descolla por la calidad de su prosa en novelas como Expedición al éter, Misterio en la Antártida o Fugitivos en el cosmos. No obstante, el acceso a la documentación era limitado: «En principio, pensé que esta colección iba a ser de divulgación más o menos científica, pero en la práctica consistía en llevar las batallas de la colección Comandos a la estratosfera. En vez de tener por enemigos a los japoneses, a los alemanes o a los rusos, teníamos a los marcianos, con la circunstancia de que a pesar de tantas estrellas y tantos soles, estábamos a oscuras, porque quitando el saber que la Tierra tiene un satélite y que Marte tiene dos, íbamos a ciegas en temas del espacio», recordaba Caballer.

La lista de autores a recordar incluye al recién fallecido Vicente Adam Cardona (1917-2018), cuya principal característica fue que, en lugar de beber de la influencia de autores como H. G. Wells o Julio Verne prefería nutrirse en la pujante ciencia ficción estadounidense, encabezada por plumas como las de Robert A. Heinlein o Isaac Asimov

'La saga de los Aznar'

El autor más reconocido de la colección fue sin duda Enguídanos, en cuyo seno fraguó la denominada Saga de los Aznar, título con el que Editorial Valenciana relanzaría las novelas en 1974, probablemente para aprovechar el tirón del éxito televisivo La saga de los Forsythe. En realidad no se limitó a una simple reedición del material de veinte años atrás; Enguídanos reescribió treinta de las novelas que podían adscribirse en la saga y añadió veinticuatro entregas más. El protagonista de esta aventura sideral es Miguel Ángel Aznar de Soto, de origen español y nacionalizado norteamericano, piloto de la USAF, y padre de una dinastía que se prolongaría con su hijo Fidel, hasta llegar a su bisnieto, Marek Aznar.

El tono de la historia es el de la epopeya al imaginar una nave generacional, el autoplaneta Valera, que porta en su interior a los descendientes de la humanidad. La obra fue galardonada con el Premio a la Mejor Serie de Ciencia Ficción Europea en Bruselas en 1978, desbancando a la alemana Perry Rhodan, sin menoscabo de otra alabada saga española, El orden estelar, de Ángel Torres Quesada (A. Thorkent) publicada en Bruguera. Con dibujo de Antonio Guerrero, llegó a contar con su propia adaptación en tebeo, hacia 1978, cuando George Lucas había puesto el género de moda.

la censura no se cebaba demasiado al tratar temas del espacio, pero a ramón brotons le prohibieron la palabra 'pantorrillas' por indecorosa

Era en cualquier caso difícil olvidar la colección en sus inicios, por las novelas en sí, pero también por unas portadas que se han convertido en justamente legendarias. Las portadas originalmente estaban ilustradas por José Luis Macías. Bien es cierto que, sin desmerecer a los últimos ilustradores, Macías selló en el imaginario colectivo la imagen de la colección y fraguó algunas de las más afortunadas portadas de la época, incluso a nivel internacional. Dibujante que consagró buena parte de su carrera a trabajar para el mercado europeo, mejor remunerado, recuerda: «Pedía un resumen y que me indicasen los momentos álgidos de la acción, y sobre eso ya podía trabajar. La Codorniz criticó varias veces las portadas de Luchadores del espacio, y el editor Puerto quedó un tanto escamado. Sobre la técnica de trabajo de las portadas, el color estaba pintado al guasch, témpera, que es procedimiento que mejor resiste el paso del tiempo y el más difícil de dominar».

Más recientemente, y a tenor del interés renovado por la ciencia ficción popular, hay que referir iniciativas tales como la reedición completa de La Saga de los Aznar que lleva a cabo Silente, la cual se complementa con la publicación de novelas originales de nuevos autores ambientadas en su atractivo universo, o la reedición por Río Henares de las series Más allá del Sol (Pascual Enguídanos), y La odisea del Kipsedón (Ramón Brotons), así como varias novelas independientes que fueron reeditadas en la revista Pulp Magazine. Por su parte, Pulpture Ediciones publicó V. A. Carter: Toda su obra de ciencia ficción (I), que recoge sus seis primeras novelas, mientras el segundo recopilatorio se lanzará en breve, ya como homenaje póstumo. 

Como en el caso de la germana Perry Rhodan, La Saga de los Aznar ha generado un culto, una serie de seguidores que se reúnen en congresos periódicos, las AznarCon, y en la ciudad natal de Enguídanos ha merecido diversos homenajes y un premio literario que lleva su nombre. Un galardón, por cierto, promovido entre otros por Juan Miguel Aguilera, uno de los mejores escritores de la ciencia ficción española, en cierto modo continuador de una tradición valenciana que hace décadas puso a nuestro alcance todas las estrellas del firmamento. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 53 de la revista Plaza

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