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Hermanos de leche

Foto: EVA MÁÑEZ
14/04/2019 - 

Hermanos de leche es como se denominaba, en la época anterior a la leche en polvo y los biberones, a aquellos que, sin tener necesariamente un parentesco de sangre, habían compartido la leche de la misma mujer. Hermanos de leche es asimismo, el nombre de una sitcom española de la Antena 3 de los 90, entonces con bastante éxito y a la que el tiempo y la era digital han tratado de forma algo cruel y sin la benevolencia de la nostalgia: con tan solo un 3’8 sobre 10 en IMDB. 

En ella, dos hombres blancos heterosexuales unidos por el hecho de ser hermanos de leche compartían piso después de sendos fracasos matrimoniales; el centro de gravedad humorístico radicaba, al parecer, en que uno de ellos llevaba una vida bastante anodina mientras que el otro iba de fiesta en fiesta, resultando al final en que la vida de ambos resultaba bastante disfuncional. Un concepto en el que se parece mucho más a Dos hombres y medio -casi 10 años posterior y evidentemente de mucho más éxito- que a su coetánea Friends, en la que el hecho que dos heterosexuales inmaduros compartieran piso era motivo de fiesta y constante regocijo. 

La relación entre los actores del espacio del cambio, o, lo que es lo mismo, la de Podemos y sus confluencias, se asemeja bastante a alguna de estas sitcoms de divorciados en crisis. Tanto Podemos como En Comú en Catalunya, la(s) Marea(s) -la peculiar relación una y trina entre las candidaturas gallegas, con su secular tendencia al faccionalismo extremo, da para un tratado de teología jacobea- y Compromís se proclaman en buena manera herederas y producto del 15-M, aunque cuenten con composición, culturas políticas e historias bastante distintas; de alguna manera, y como los protagonistas de la serie de Antena 3, han sido amamantados con la misma leche, la de un movimiento transversal y amorfo que no era la de las madres biológicas del eurocomunismo, el nacionalismo progresista ni el post-operaísmo antiglobalización.

Este tipo de relato es común en la mitología clásica, con la leche como símbolo de transmisión del vigor -la loba capitolina para Rómulo y Remo, la cabra Amaltea para Zeus, entre otras-, pero lo que no es tan común es un desacuerdo básico sobre los significados del fenómeno, que explican muchas de las divergencias de hoy en este espacio. No es el mismo 15-M el vivido por los participantes de las asambleas y acampadas -focalizado en la democracia directa, los procedimientos, etcétera- que el vivido en televisión y redes sociales como símbolo del despertar político de una nueva generación, a imitación visual de las primaveras árabes pero sin su molesta violencia; nada tiene que ver el simbolismo de la Puerta del Sol y sus dinámicas madrileñas con los 15-M de Barcelona, València, Alacant y tantas capitales de comarca, donde el verbo se hizo carne recogiendo buena parte del tejido asociativo anterior. Éste es el caso del País Valenciano, en el que los entonces emergentes grupos de whatsapp y facebook del entorno del 15-M difundieron los vídeos de Mónica Oltra y ayudaron a Compromís a entrar en las instituciones superando los estrechos márgenes del 5% autonómico y local, batiendo a la mayoría de las encuestas.

Foto: KIKE TABERNER

Las confluencias de 2015 y 2016, tal y como se configuraron, y el caso de la valenciana es bastante representativo, tienen mucho que ver con las razones que impulsan a los protagonistas de la sitcom de Antena 3 a vivir juntos: el fracaso de sus respectivos proyectos personales. En el caso de Compromís, el del partido verde a nivel estatal -Compromís-Equo- que había de ocupar el espacio del cambio que el sociólogo Jaime Miquel -ahora en la órbita de Moncloa- había pronosticado que existía en España. En el caso de Podemos, el gran éxito demoscópico de su populismo catch-all 2014, el de las tertulias y los círculos, que les lleva a su máximo de estimación de voto a principios de 2015 -¡alrededor del 30%!-, para empezar a descender en picado hasta casi a la mitad una vez Ciudadanos entra en la escena estatal de la mano del grupo PRISA y compañía. Mientras que los primeros contactos entre finales de 2014 y principios de 2015, no fructifican -los madrileños son renuentes a aceptar el liderazgo de Mónica Oltra en el espacio valenciano del cambio, cosa que no harán hasta que su candidatura propia se vea superada por la de ésta en las autonómicas de 2015-, cara a las elecciones generales se llega a una especie de contrato de conveniencia, más que de convivencia, apelando a los valores del 15M, que encuentra amplias resistencias en sectores de las bases de Compromís, especialmente del Bloc, por lo que ello tenia de diluir la marca propia en una dinámica estatal que no lideraban.

El contrato fue, en términos estrictamente electorales, un éxito: superando el 25% de los votos y al PSPV-PSOE en el trance. La no concesión del grupo parlamentario propio y la integración de los 4 diputados de Compromís en el grupo mixto -con menos recursos, pero sin diluirse política y mediáticamente, como sí ha pasado con En Marea y En Comú Podem-, sería un bache, pero no obstáculo, para reeditar la coalición en 2016. Los problemas vendrían de otra parte.

Lo que pasó tiene claros precedentes en la serie de televisión. Entre la tercera y la cuarta temporada, Juan Echanove decidió abandonar la serie para centrarse en otros proyectos, y los directivos de la cadena decidieron sustituirle por el Gran Wyoming, debido a un supuesto parecido físico entre ambos, para dar continuidad al personaje. Y para justificarlo, esgrimieron que un accidente de tráfico y una operación de cirugía estética habían cambiado el rostro del personaje. La audiencia no valoró demasiado este giro narrativo, y aquella sería la última temporada de la serie, cancelada poco después. Algo parecido a lo que pasó en Dos hombres y medio tras las salidas de tono de Charlie Sheen y sus periódicos ingresos en clínicas de rehabilitación: sin él, la serie aguantó unas pocas temporadas a medio gas, pero al menos en la edición norteamericana tuvieron la decencia de dar al personaje estrella por muerto, aunque luego apareciese algún retoño sobrevenido.

Desde que Pablo Iglesias apareciese en público en enero de 2016 pidiendo cinco ministerios y el CNI, con una escenografía más propia de una escena de House of Cards o Borgen que de la política ibérica, la audiencia ha tenido problemas para reconocer a aquel Podemos ilusionante del 20% de los votos. La desaparición de la vida pública del partido del resto de caras conocidas y el creciente personalismo del Gran Líder, la centralidad de Su vida personal y Su dudosa política de inversión inmobiliaria han ido en paralelo a los bandazos estratégicos entre línea dura y blanda. En estos momentos, Podemos recupera un discurso duro contra los medios, el gran capital y los aparatos del Estado que recuerda a 2014… y al Tramabús de la primavera de 2017. Tan sólo seis meses atrás, Podemos aplicaba a rajatabla una política errejonista de llegar a acuerdos con el Partido Socialista. Aparte del impacto en la imagen pública, las purgas y bandazos tienen un efecto muy concreto en el votante: en gran parte de España, los simpatizantes de Podemos no conocen ni reconocen a sus propios candidatos. Que en muchos casos sean perfectos desconocidos del agrado del aparato, o directamente cuneros, ayuda poco o nada.

Foto: KIKE TABERNER

No es que en este período Compromís haya resuelto la mayoría de sus problemas. Sigue siendo una coalición cambiante e inestable que se renueva a veces in extremis a las puertas de la notaría en la que debe firmarse el acuerdo. No ha resuelto su organización interna ni ha sido capaz de convocar un Consell General para aprobar primarias, programas o listas en cuatro años, no ha aclarado el papel de los afiliados que no pertenecen a ninguno de los partidos, no tiene un modelo común de primarias para todos los comicios; ni siquiera un ideario común sobre muchos de los temas clave. Incluso tiene en su seno a varias organizaciones de juventudes con relaciones muy difíciles entre sí.

Puede que sea por ese permanente bloqueo interno, o porque todo depende siempre de acuerdos muy precarios, casi salomónicos, de listas y cuotas. Sin una teoría nada desarrollada de quiénes son y qué quieren, Compromís resultan reconocibles y constantes para el votante medio por su relativa estabilidad y decisiones comprensibles, como participar de los gobiernos e instituciones, aunque luego su vida interna sea un desastre y estén lejos de colmar expectativas. Les pasa como a Jon Cryer, el actor que encarna al hermano de Charlie Sheen en Dos hombres y medio: puede que su papel de quiropráctico divorciado con un hijo a cargo no sea tan gracioso y dado a los giros de guión espectaculares como el de su hermano músico televisivo, pero al menos consigue representar una evolución coherente y cobrar cuatro temporadas más de la cadena sin ser ni de lejos un actor tan célebre y de estirpe tan ilustre como Sheen.

En el actual escenario estatal, que tiende a la diversificación y ampliación de la oferta partidista -con hasta cinco referentes estatales-, Compromís tiene por delante un rol claro de partido no estatal. Dados los diputados que se reparten en el País Valenciano en las elecciones al Congreso de los Diputados y el contexto de atomización, puede llegar a conseguir 5 diputados y grupo propio con menos del 15% de los votos, o en caso contrario configurar uno con algún otro partido que la crisis de Podemos haya dejado disponible, como es el caso de En Marea, y acceder de golpe a un plus de visibilidad mediática, política y de ingentes recursos económicos.

Dadas las estrechas mayorías que se prevén y los problemas que supone para el PSOE negociar con los independentistas catalanes, Compromís y, en menor medida, en Marea pueden sacar tajada en clave territorial para consolidar su espacio desde la coherencia que supone haber defendido las mismas demandas en materia de financiación, deuda e infraestructuras con gobiernos del PP y el PSOE en la Moncloa. El factor de defensa de los intereses valencianos, que como demostró el politólogo Jordi Muñoz fue uno de los ingredientes clave en la larga hegemonía del PPCV, garantiza un cierto suelo electoral y poder pensar en el medio y largo plazo aunque no se consiga la Presidencia de la Generalitat e incluso ni entrar en Consell.

Es el espacio de Podemos e IU el que tiene un problema grave. Tras reconocer como parte de la familia a Compromís y especialmente a su candidata Mónica Oltra entre abrazos en mitines multitudinarios, en Unides Podem tienen ahora poco espacio y tiempo para explicarles a sus simpatizantes que deben votar a candidatos prácticamente desconocidos al Congreso y a las Corts. Como reconocen las empresas de demoscopia, buena parte del votante menos politizado e implicado que manifiesta querer votar a Podemos en el País Valenciano cree que su candidata es Mónica Oltra y la buscará en la papeleta, lo cual conduce a este espacio político a una altísima volatilidad. Con el espacio de Unidas Podemos no muy lejos del 5% en la parte baja de la horquilla de la mayoría de encuestas, la enésima operación interna de cirugía estética puede salirle muy cara a la izquierda valenciana. A estas alturas y en la nueva temporada de la serie todo se fía ya al remember de 2014. Y a que, en un tiempo de TDT más atomizado que el que regía las sitcoms de los 90, los dioses que guían la medición de audiencias les sean propicios.

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