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CAVALL DE BASTOS / OPINIÓN

Hic sunt leones

La crisis de los refugiados nos muestra la xenofobia como una constante en la historia europea que va más allá de lo episódico: hemos de reparar el pasado para afrontar con éxito el presente

13/03/2016 - 

VALENCIA. Si un hipotético observador alienígena hubiese de explicar en estos días a sus congéneres qué representa Europa, seguramente elegiría la imagen del campo de refugiados de Idomeni durante estos días: un lodazal en la frontera entre un país en quiebra e intervenido y otro al que se le niega hasta el topónimo, obligado a seguir el destino del cantante Prince de ser conocido por una perífrasis referente a su nombre artístico anterior. Un escenario donde la única soberanía que queda a ambas repúblicas es cumplir las instrucciones de sus mayores y cerrar a cal y canto las fronteras. La palabrería del proyecto europeo reducida a su expresión más franca y brutal. 

La realidad es que después de décadas de discursos humanistas y de integración continental en el campo de la derecha y de la izquierda -fundamentalmente esta última, contra toda evidencia empírica- la Unión Europea se ha demostrado como un espacio eficaz de libre circulación para bienes y capitales. Y poco más. El Parlamento no pasa de caro decorado -con dos sedes, eso sí-; todas las decisiones relevantes sobre el futuro de la institución se toman en cumbres bilaterales y multilaterales entre gobiernos estatales -como en el siglo XIX. La zona euro ha sido un desastre sin paliativos en su diseño y consecuencias -otra cosa es la facilidad de su reversibilidad- y ni la libre circulación de personas en cuanto a ciudadanos comunitarios es ya un consenso o principio intocable, como demuestra el debate sobre el Brexit y las concesiones hechas a David Cameron.  

El control de fronteras y de la inmigración se ha convertido en uno de los principales ejes de discusión y resquebrajamiento en el seno de la Unión. La agencia FRONTEX de control de fronteras exteriores de la Unión Europea ha cobrado un protagonismo inesperado ante el aluvión de refugiados provenientes de Siria y la larga guerra civil que desangra el país… pero también de Irak, Somalia, Libia, Afganistán, Mali o Nigeria donde se vive en guerras civiles más o menos permanentes entre grupos insurgentes que los países occidentales se niegan a reconocer como tales y por tanto a sus víctimas como refugiados de guerra, sino sólo emigrantes económicos. Es significativo, por todo ello, que hayan dado a esta situación dramática en el Mediterráneo un cariz securitario y no humanitario. 

"El control de fronteras y de la inmigración se ha convertido en uno de los principales ejes de discusión y resquebrajamiento en el seno de la Unión"

En cierta manera, los países europeos se parecen a su antecedente más remoto, el Imperio Romano y su política fronteriza en los “limes”: su vasto sistema de torres defensivas y muros desde Inglaterra al límite de los desiertos que protegió la prosperidad romana del bárbaro exterior durante cinco siglos. También a su propensión de usar a estados-tapón -o socios preferentes- para mantener el orden en sus fronteras sin implicarse directamente -léase Marruecos o Turquía- a quién directamente se soborna para que se hagan cargo del trabajo sucio que no puede aparecer en las portadas de la prensa occidental. La clase dirigente europea no se olvida de lo que cree que es la lección romana cuanto a las invasiones bárbaras: un gobierno en decadencia demasiado permisivo; o en otras palabras, los peligros de la diversidad y la política de fronteras abiertas. Y fuera de eso, como decía en los mapas romanos, hic sunt leones. Sólo hay bestias.

En términos contemporáneos, el ejemplo más palmario es Alemania. Como el discurso humanitario de la Alemania post-reunificación cifrado en la actuación de Angela Merkel de antes del verano ha hecho aflorar fuerzas reaccionarias más profundas que amenazan el futuro ya no de Merkel sino de la propia CDU, como las elecciones regionales alemanas están a punto de demostrar de manos de AfD y el poderoso movimiento PEGIDA. Mientras tanto, y como fichas de dominó, los distintos estados europeos han optado por políticas crecientemente más duras contra los refugiados, jaleados por su opinión pública. Otros, como Francia, Gran Bretaña o la propia España han optado por mirar a otro lado para evitar seguir la suerte de la CDU o en el caso francés evitar acelerar el camino del matadero a manos del FN. Más que una política xenófoba sistemática -excepto quizá en el caso húngaro-, dicha política parece un ejercicio de pragmatismo -seguramente de cinismo- ante fuerzas que los gobiernos se sienten incapaces de controlar.

Más allá del Holocausto

Durante décadas Europa creyó que los horrores del Holocausto la habían vacunado contra el racismo, la xenofobia y sus peligros. Siglos de intolerancia y pogromos -no sólo hacia los judíos- quedaron enmascarados detrás del horror absoluto, el mal sin matices de Auschwitz y Dachau. Los discursos de la siguientes décadas enmarcaron el nazismo en un plano moral, casi filosófico, como los que planteó Hannah Arendt acerca de la banalidad del mal. Cuestiones como la obediencia debida, la resiliencia ante el totalitarismo, etcétera. 

Más allá de esto, no hubo una política de memoria sistemática sobre todas las circunstancias que condujeron en pendiente a este resultado. Sin ir más lejos, el genocidio armenio, el segundo mayor de la Historia, que tuvo lugar ya hace un siglo, sigue sin ser reconocido por Turquía, la fiel aliada de Europa y los Estados Unidos, aunque costara la vida a más de un millón de personas. Es más, el primer ministro Erdogan acusó recientemente a los armenios de 1915 de colaboracionismo con el enemigo, afirmación que equivale a acusar a los judíos de provocar la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Y nadie se lo reprocha. El holocausto judío está conceptuado como un hecho episódico y puntual, sin más consecuencias para el presente que la legitimación de Israel -que, claro, es otra historia. 

En éste sentido, una de las últimas obras del recientemente fallecido Umberto Eco, la controvertida El cementerio de Praga abundaba en el papel que jugó el antisemitismo de más o menos baja intensidad durante todo el siglo XIX y principios del XX a través de la historia de textos falsos como los Protocolos de los Sabios de Sión donde los judíos planeaban el dominio mundial a través del comunismo y la masonería. El famoso 'Caso Dreyfus', de corte antisemita que denunciara Émile Zola en su j’accuse forma parte de una historia de siglos en los que la intolerancia no era un accidente o anomalía sino parte central de las sociedades europeas. Unas circunstancias que la Europa posterior a la II Guerra Mundial tuvo interés en olvidar y subsumir en la barbarie nazi pero que la trascienden en mucho. 

En el caso español y valenciano tampoco ha habido ningún esfuerzo en cuanto a memoria histórica. Si bien es discutible y se ha hablado mucho de la gestión del franquismo y la Transición -basta pasear por el Cementeri General de València y preguntarse cuantas ciudades europeas de alrededor de un millón de habitantes tienen a decenas de miles de personas en fosas comunes en el perímetro urbano sin más consecuencias- pudiera parecer más fácil ajustar cuentas con el pasado más lejano. Pero ni así. De la mentalidad de cruzada del franquismo se ha pasado a un discurso naïf de la convivencia entre culturas y una cierta denuncia de la “Leyenda Negra” española que sirve igual para justificar las masacres en Sudamérica en siglos pasados que para el dopaje de los deportistas españoles en el reciente. “Nos tienen manía”. Y punto. 

Hijos de la Inquisición

No hace falta ir a las lejanas excolonias. El último reo y ejecutado por herejía fue precisamente un maestro valenciano, Gaetà Ripoll, en fecha tan tardía como 1826. Durante siglos la persecución sistemática de la Inquisición y la Corona no sólo “limpió” la Península de diversidad étnica, religiosa e ideológica sino que persiguió sin misericordia a los supervivientes. Alguien tan poco sospechoso de bolivariano como Miguel Delibes recogió y reivindicó en “El Hereje” la vida intelectual de los protestantes castellanos con los que acabó la Inquisición; en "Dins el darrer blau" Carme Riera habló de los xuetas, los criptojudíos mallorquines perseguidos y ejecutados por la Inquisición ya a finales del siglo XVII. Nuestra geografía, además, cuenta otra historia: la de los mudéjares, después moriscos, expulsados por la fuerza en 1609, acusados de mancillar la uniformidad religiosa hispánica así como de ayudar a los piratas turcos en sus incursiones. El Reino de Valencia perdió a un tercio de su población en pocas semanas.

No es posible combatir la xenofobia en nuestras sociedades desde un relato naïf humanitario que no evalúe sus problemáticas y las responsabilidades que tenemos como sociedades europeas. Y para empezar hay que empezar a re-evaluar nuestro pasado y construir un relato histórico que no rehuya los problemas, que afronte la diversidad. Se ha intentando hacer a grandes rasgos con el pueblo judío: ahora por ejemplo los sefardíes pueden optar a la nacionalidad española y se trabaja en un reconocimiento del ladino. No ha pasado lo mismo con los gitanos o nuestros moriscos. Puede que el hecho que sus descendientes sean ahora humildes argelinos o tunecinos -al otro lado del limes neorromano de FRONTEX- no ayuda nada. Siempre hubo clases.

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