Seis años después de bajar del avión que le trajo de Montevideo, Narciso Ibáñez Serrador se puso tras las cámaras para dirigir uno de los programas que aún se encuentra entre los más míticos de la historia de la televisión española
VALÈNCIA.- Gracias a Chicho Ibáñez Serrador, el terror se metió en nuestras casas a través de la pequeña pantalla. Un terror universal interpretado por caras conocidas de nuestro teatro, facturado con profesionalidad y buen pulso narrativo. Como decía aquella copla de Marifé de Triana, «miedo, tengo miedo...».
En 1966, las historias para no dormir estaban a la orden del día. Más o menos como ahora, sí, aunque entonces los miedos eran absolutamente fundados. Y no es que los de hoy —Trump, Putin, Albert Rivera, Maduro, Netanyahu— no lo estén. Pero no olvidemos que en aquellos tiempos, el inquilino más feo del Valle de los Caídos todavía se tenía en pie y aún podía meter gente en la cárcel, e incluso fusilarla. Es muy posible que, cuando presentó este proyecto a la vetusta Televisión Española, Narciso ‘Chicho’ Ibáñez Serrador estuviera riéndose para sus adentros. Fiel a su amado humor negro, estrenar una serie de relatos de terror en nuestra televisión bajo el título genérico de Historias para no dormir no dejaba de tener su gracia.
Con esta serie de adaptaciones televisivas de relatos de terror, fantástico e incluso ciencia ficción, lo que hizo Chicho fue trasladar a nuestro contexto fórmulas que unos años antes habían creado Alfred Hitchcock y Ray Bradbury. Ibáñez Serrador supo crear un buen producto con unos medios precarios. La empresa ya obtuvo en 1967 un importante reconocimiento cuando uno de sus capítulos, El asfalto —un precedente a todos los niveles de la no menos gloriosa La cabina, de Antonio Mercero—, se alzó con la Ninfa de Oro al mejor guión en el Festival de Televisión de Montecarlo. Una hazaña previa a las gestas eurovisivas de Salomé y Massiel, en una época en la que España era un país acomplejado, visto desde fuera con cierto desdén.
El premio para El asfalto fue más que merecido y puso de relieve los grandes méritos de Ibáñez Serrador, una de las firmas más importantes en la historia de nuestra televisión. Aquel capítulo, más que una historia de terror clásica, era una parábola que daba bastante miedo, ya que reflejaba el egoísmo de una sociedad que ignora, e incluso desprecia, al necesitado. Narciso Ibáñez Menta, padre de Chicho, protagonizó —como en otras obras de este— esta historia, basada en un relato de Carlos Buiza y dirigida por su hijo, que se debatía entre el thriller psicológico y la comedia negra surrealista, un toque que remataban los dibujos de Mingote presentes en la escenografía. Pero por regla general, los capítulos de Historias para no dormir bebían del terror más clásico. Relatos de Poe, W.W. Jacobs, Fredric Brown o Bradbury.
La serie, a pesar de su éxito —se emitía los viernes por la noche—solo tuvo dos temporadas (y media). Comenzó a emitirse a principios de 1966 y su estreno fue El cumpleaños. No fue un comienzo muy convencional. La mitad de la duración del capítulo la ocupaba su creador presentando la serie con su habitual ironía. Hacía acto de presencia por primera vez aquella aterradora careta, producto de una sencilla animación, pero que ya predisponía al mal cuerpo, sobre todo a los niños curiosos que desoían las órdenes de los mayores y hacían lo posible por asomar el hocico por la puerta del salón para descubrir qué estaba pasando en el televisor de casa. Aquellos solemnes dos rombos tenían todo el sentido del mundo. Porque Historias para no dormir cumplía su cometido a la perfección. Posiblemente aquel primer capítulo, narrado prácticamente entero por una voz en off, no fuera el más terrorífico de todos. Pero sí que supuso una llamada de atención perfecta para los telespectadores. Ya se sabe, los seres humanos somos así. Nos gusta sufrir.
Ibáñez Serrador había debutado un par de años antes en la televisión española con un par de programas que palidecieron ante el éxito de este. Aquel tipo con gafas de pasta que se regodeaba y sobreactuaba en el prólogo de cada capítulo, echando mano de un humor negro directamente inspirado en Hitchcock, tenía un bagaje importante ya entonces. Había nacido en Montevideo (Uruguay) donde creció y se desarrolló profesionalmente lejos del tenebrismo aquí reinante, alumbrado por la bonanza cultural de un país que en aquel momento experimentaba una edad de oro. Hijo de actores —su madre fue la actriz argentina Pepita Serrador—, debutó a los ocho años doblando al personaje del conejo Tambor en la versión para los hispanoparlantes de Bambi. Con un comienzo así, el mundo tiene que ser tuyo sí o sí. En el caso de Chicho, Historias para no dormir sería un peldaño más que le llevaría a la gloria unos años más tarde con el celebérrimo Un, dos, tres... responda otra vez.
Su tirón popular es indiscutible, pero el mejor Chicho es ese creador morboso y algo perverso que tan bien supo poner los pelos de punta al personal con aquellos relatos de terror. Vampiros, resucitados, asesinos, maldiciones, aberraciones. Todas aquellas historias estaban pulcramente filmadas, aprovechando con inteligencia los pocos medios que en ese momento podían ofrecer los estudios de TVE. La iluminación era inquietante, algunos planos incrementaban sabiamente la angustia como también lo hacía la música del también uruguayo Waldo de los Ríos (marido de Isabel Pisano). Y además, gozaba de unos repartos bendecidos por los grandes actores dramáticos de la época: Gemma Cuervo, Manuel Galiana, Irene Gutiérrez Caba, Luis Morris, Luis Prendes, Paco Morán, Marisa Paredes, Lola Lemos, Mayrata O’Wisiedo, Lola Gaos, Fernando Guillén... muchos de ellos presentes también en programas como Estudio 1 y Novela, que acercaron el teatro y la literatura al gran público, en unos tiempos en los que ambos eran muy necesarios. La tercera temporada no llegaría hasta 1982. Fueron solo cuatro capítulos. El miedo ya no se sentía de la misma manera y su repercusión fue mucho menor que antaño, cuando el miedo se rodaba en blanco y negro.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 49 de la revista Plaza