ROBAR ES PECADO

Hurtos: ¿hay que ponerle puertas al campo?

Un tomate de aquí, una coliflor de allá o 54 toneladas de plantones de algarrobos como los que robaron en Bétera el pasado noviembre. El huerto, en mayor o menor escala, es otra de las problemáticas del agro.

| 01/03/2024 | 4 min, 33 seg

Necessitas non habet legem (la necesidad no tiene ley), acuñó Publilio Sirio en los estertores de la República Romana. Siglos después, en el XVI, este proverbio fue rescatado con fines maquiavelistas: la frase expresaba la justificación del amoral proceder del príncipe con el objetivo de proteger su reino y sus intereses. Legislativamente, se entronca con la figura de furtum famelicus existente en el derecho romano, es decir, la sustracción de productos de primera necesidad por un individuo sin emplear los medios de violencia física o moral, para satisfacer sus necesidades personales o familiares del momento. El catedrático de Derecho Romano Alfonso Murillo Villar define el hurto famélico como «aquel delito que se comete para resolver una situación de hambre irresistible y que no puede ser satisfecha de otro modo por falta de medios económicos».

En nuestra jurisprudencia encontramos casos calificados como hurtos famélicos: hurtos en supermercados realizados por indigentes, en viñedos, en campos y otros escenarios en los que la es «imposible poner remedio a la situación angustiosa e inminente por vías lícitas». ¿Pero cuándo es necesidad y cuándo un perrería para el agricultor? ¿Hay que poner vallas al huerto para evitar los hurtos? Hace unos días, en De mar i bancal, el programa de À Punt protagonizado por jóvenes agricultores, ganaderos y pescadores de tierras valencianas,  Héctor Hernández y Elena Nieto, llaures de Guardamar del Segura, enseñaban a la cámara lo que quedaba de unas coliflores mal cortadas. Alguien les había robado parte de la cosecha. «Pasa más de lo que nos gustaría. Alguno se lleva para casa y alguno corta un buen trozo para vender. Una persona que sabe no la corta por en medio, la corta por arriba y no parte el tallo. Si tuviéramos vallas evitaríamos un poco los robos, pero poner vallas en campos de alquiler es un gasto de dinero que al final no es para ti».

En 2022 los robos en el campo valenciano provocaron unas pérdidas de 25 millones de euros a sus explotadores, según la Associació Valenciana d'Agricultors (AVA-ASAJA), un dato que no es exclusivo del pasado. La hemeroteca reciente nos da numerosos titulares y cifras: “Algemesí recupera 12.000 kilos de naranja robada”; “Picassent incorpora un dron a la vigilancia contra robos en el campo”; “Delegación de Gobierno y agricultores coordinan medidas para combatir los robos en los campos en cada provincia”… y hasta noticias sensacionalistas, como la de un agricultor que abofeteó a un ladrón que estaba robando naranjas en su huerto y difundió los vídeos por redes sociales.


«Podemos diferenciar dos tipos de robos; los profesionales y los pequeños hurtos, de ostras, que buena pinta esto, me lo llevo. A veces ves a gente que entra, te cogen cuatro naranjas y no pasa nada, pero otras veces me he encontrado a gente con el carrito de la compra, gente que se lleva un 15 % o 20 % de la cosecha, gente que no tiene escrúpulos», explica Asier, de Arat Gourmet Foods. «Hay una parte de huerta no vallada, minifundios de toda la vida. Pequeños huertos, muchos de ellos no vallados, que es lo habitual. En ellos hay facilidad de hurto porque están a pie de camino».

Los cítricos, los aguacates, el caqui y las algarrobas son los productos más susceptibles de pillaje. Para AVA ASAJA hay un progresivo aumento de los delitos de robo. Desde la asociación demandan que se endurezca el Código Penal para perseguir y castigar a los ladrones y sobre todo, aumente la percepción de seguridad y de que su trabajo está protegido.

«Tenemos tan poca importancia las personas que nos dedicamos a la agricultura que damos igual»

Desde Mastika L’Horta también denuncian que han sufrido robos: «Cada año nos roban. El año pasado fueron doscientos kilos. El otro, unos ciento cincuenta. Pillé la matrícula del chico que nos robó, cogimos los datos, todo. Pero hace dos años de esto y la policía aún no ha hecho nada».

«Haces una faena artesana —explica Asier—. Un plantel cuesta dos duros, sí. Pero lo que cuesta es cuidarlos, regarlos. Hasta que tú no cosechas, no obtienes nada a cambio, por lo que vallar supone una inversión que no siempre vale la pena. Y si la cosecha es buena, te entran aunque esté vallado». Por lo general, los seguros no suelen cubrir este tipo de plantas de ciclos cortos, como las tomateras. «Las inversiones que se hacen es mínima, porque los beneficios son mínimos. Vas a perder dinero por el mero hecho de asegurarla. Al final das parte a la policía. Hay policía rural, pero es muy pequeña su acción. Tenemos tan poca importancia las personas que nos dedicamos a la agricultura que damos igual». ¿Alternativas al vallado y a la dependencia de la acción policial? «Al final es educación, que la gente sepa que no hay que robar. Es educación, es política».

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