Las nuevas tecnologías pueden afectar al crecimiento potencial de las economías que vayan quedando por detrás en su adopción
La primera vez que oí hablar de “el internet de las cosas” (the internet of things) fue durante el pasado verano cuando, casualidades de la vida, me encontré asistiendo a la fase final de un programa de aceleración con dicho nombre en Plug and Play en Sunnyvale. Se trata, en pocas palabras, de nuevas formas de utilizar objetos cotidianos y máquinas al interconectarlos a través de internet. El uso de sensores aplicados al mundo físico significa que éste puede ser digitalizado, medido, supervisado y optimizado, lo que ha abierto múltiples líneas de desarrollo buscando aplicaciones útiles que puedan adoptarse de forma generalizada y que, se piensa, pueden tener un altísimo valor.
Tanto en 2014 como en 2015 Gartner situó the internet of things en la cúspide de la curva de las expectativas sobredimensionadas (denominada también hype cycle) sobre tecnologías emergentes, de la misma forma en que big data también lo estuvo hace unos años. Gartner es una empresa de prospección tecnológica que todos los años publica un gráfico donde identifica y sitúa las tecnologías emergentes. Este diagrama relaciona las expectativas suscitadas por dichas tecnologías con las fases de desarrollo de los productos que se derivarían de las mismas y su potencial de adopción generalizada (como puede verse en el gráfico 1).
Porque el problema reside en que es muy difícil conocer por anticipado no sólo los efectos que puede tener la adopción de una determinada tecnología sino también si ésta tendrá éxito o quedará abortada por el camino y nunca llegará a generalizarse su uso por parte del gran público. Esto es de especial relevancia para los inversores privados y también para el sector público, pues debe seleccionar los sectores prioritarios en parte de sus programas de I+D+. De ahí que en diversos ámbitos se mire con interés la publicación anual de Gartner, la más reciente aparecida en julio de 2015 y reproducida en el gráfico 2.
Debemos fijarnos tanto en la forma de la curva como en el color de los puntos que representan la situación de las diversas tecnologías. Por lo que se refiere a la curva, la primera parte es creciente, e incluye las innovaciones que están en su fase de lanzamiento, como la computación cuántica, o las interfaces cerebro-ordenador. En la cúspide se sitúan aquellas sobre las que existen, en el momento actual, mayores expectativas de éxito (este año los vehículos autónomos y el internet de las cosas).
A continuación se produce una fase de expectativas decrecientes, donde se producen algunos fracasos en el desarrollo de las tecnologías y algunas se abortan (abismo de la desilusión). Allí se encuentran, con diferente grado de éxito, la realidad aumentada y las monedas virtuales (como el bitcoin). Las tecnologías que sobreviven pasan por una fase de consolidación (creciente) hasta alcanzar la última etapa, adonde llegan las que proporcionan mayor valor a los procesos y contribuyen a aumentar la productividad. Allí se situaría ahora la impresión 3D aplicada a empresas y el control por gestos.
Por otro lado, un triángulo amarillo indica que faltan más de 10 años para que se consolide la tecnología, mientras que los círculos azul marino, azul claro y blanco indican, respectivamente, de 5 a 10, de 5 a 2, y menos de 2 años. De esta forma, aún se halla en esta primera fase la computación cuántica, desarrollada por el español Juan Ignacio Cirac a partir de sus investigaciones en teoría cuántica de la información, lo que quiere decir que tardará más de 10 años en alcanzar la meseta de la productividad. En el extremo opuesto estaría la antes citada impresión 3D empresarial, muy cercana a la adopción generalizada (entre 2 y 5 años).
En Project Syndicate Martin N. Baily y James Manyika comparan el impacto esperado del “internet de las cosas” con el logrado, hace 30 años, con las tecnologías de la información. Pero también llaman la atención sobre diversos aspectos que deben considerarse cuando emergen cambios tecnológicos de esa magnitud, no sólo económicos, sino también desde el punto de vista de la preservación de la privacidad y la seguridad.
La paradoja de la productividad dice que esta baja cuanto más se invierte en ordendores
Desde el punto de vista económico, cuando se generalizó el uso de ordenadores se produjo la conocida como “paradoja de la productividad”, planteada por Solow y Roach al comprobar que los datos macroeconómicos indicaban que según aumentaba la inversión en ordenadores, bajaba la productividad de los trabajadores. Afortunadamente, esta paradoja fue sólo una observación académica: los empresarios no dudaron de las ventajas de la adopción de esta tecnología y sí que apreciaron, en su día a día, mejoras en la rapidez de los procesos y la organización de sus compañías.
Años después, otros economistas explicaron la aparente paradoja. Erik Brynjolfsson y Lorin Hitt la achacaron a una incorrecta medición de la productividad de los servicios (sector donde mayor repercusión ha tenido esta tecnología) y de la existencia de importantes retardos entre el momento en que se empieza a implantar la tecnología y se refleja en la productividad, como hemos visto en la curva de Gartner. Así, Baily y Manyika calculan que el impacto del “internet de las cosas” dentro de 10 años (en 2025) podrá alcanzar un valor de 4 a 11 billones de dólares (trillones americanos), es decir, un 11% del PIB mundial.
Sin embargo, para que la adopción de esta tecnología produzca todos los efectos económicos se necesita interoperabilidad, es decir, que los diferentes sistemas, máquinas y redes se puedan conectar. Ello implica acuerdos de diverso tipo sobre especificaciones técnicas y protocolos. Sin ello no se alcanzaría más allá del 60% de las ganancias potenciales. Con todo, el mayor obstáculo no se encuentra en problemas de compatibilidad o de capacidad de organización. Cuando se trata de compartir tanta información entre diversos sistemas y cuando ésta tiene como origen las actividades de millones de ciudadanos, son las consideraciones de privacidad y seguridad las que pueden poner un límite a lo que estemos dispuestos a compartir, por mucho que nos ahorre tiempo o dinero.
La cultura popular ya ha entrado de lleno en este debate. Por poner un par de ejemplos, respecto a la ciber-seguridad, la serie Mr. Robot, mientras que la novela “El círculo”, de Dave Eggers que aborda, entre otras cosas, el tema de de las redes sociales y la invasión de la privacidad, son buena prueba de ello. En los próximos años, sin duda, la polémica va a crecer y seguramente pillará a los poderes públicos, como en la mayoría de las ocasiones, por detrás de la realidad. Esto puede tener consecuencias negativas, pues puede afectar al crecimiento potencial de las economías que vayan quedando por detrás en la adopción de nuevas tecnologías.
Para España, esto es especialmente relevante ya que, en muchos casos, si bien España no es puntera en la generación de nuevo conocimiento tecnológico, sí que tiene una población capaz de adoptar con versatilidad las innovaciones e incorporarlas a su vida corriente.
Los inversores deberían centrarse en varios aspectos que podrían hacer que estos activos fueran más invertibles como explica el experto a través de cuatro factores