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Isla de Carabán, el tesoro mejor guardado de Senegal

En este rincón de Senegal todo fluye a su ritmo para disfrutar de la esencia de África

13/04/2022 - 

VALÈNCIA.- Llevo días recorriendo la región de Casamanza, penetrada por ríos y meandros que dejan una frescura tropical que nada tiene que ver con el Senegal que he dejado atrás. Incluso las carreteras son mejores y el amarillo solo lo veo cuando paso por los campos de arroz, siempre trabajados por mujeres que llevan prendas de vivos colores. Y es así, en parte, porque Casamanza se encuentra casi completamente separada del resto del país por Gambia. Pero de todo eso ya te contaré más otro día, porque hoy quiero que conozcas la isla de Carabán, hacia la que me dirijo subida en una pequeña piragua a motor que avanza sin prisa por el exótico manglar. 

El viento refresca mi cara mientras observo los manglares repletos de ostras —qué lástima que no me gusten porque hay un porrón— y viendo cómo poco a poco esa isla diminuta se va haciendo algo más grande. Lo hago disfrutando de la simpatía de los delfines, que saltan en las inmediaciones del diminuto puerto. Este último tramo se me hace muy largo pero finalmente llegamos. Me quito el chaleco salvavidas y, casi después de amarrar los cabos al puerto, salto deprisa para no perder ni un instante y explorar la isla. Bueno, antes llevo mi maleta al alojamiento. Allí mismo miro mi móvil y compruebo que no tengo ni wifi ni cobertura. Sonrío y lo dejo allí mismo. También porque, por fin, tengo una ducha normal y no un cubo lleno de agua fría. 

Ya abajo miro a mi alrededor: una larga playa de arena blanca de aguas azules custodiada por una hilera de palmeras en la que descansan barcas de colores. Me quito las sandalias y hundo mis pies sobre esa arena para sentirla y me adentro para notar el agua fría. Ahora sí, mochila al hombro y que comience la aventura. Paseo sin rumbo, siguiendo las huellas que otras personas han dejado antes que yo y me dejo llevar por la tranquilidad del lugar. Soy la única viajera y a mi alrededor corretean cerditos, gallinas y cabras.

Los habitantes se muestran indiferentes y siguen con sus cosas: unos niños juegan con una botella de plástico que han encontrado muy cerca de otros que, con sus camisetas del Barça, juegan al fútbol. Al otro lado, una mujer lleva el cesto de la ropa para lavarla y unos pequeños se duchan con el agua fría de palanganas y botijos de plástico. Como la tradición manda, llevan el gris-gris, el amuleto que les protege de los demonios y la mala suerte que se les da cuando son bautizados. Algunos llevan conchas, que en Senegal son muy importantes porque fueron la primera moneda del país. Al verme ríen y me preguntan «Kassoumay?». Y alegremente les contesto «Koe kassoumay!». Vamos, que me preguntan «¿qué tal?» y yo les contesto: «¡muy bien!». 

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Portugueses y franceses habitaron la isla

En esa sencillez me doy cuenta de que Carabán es un oasis de paz y el tiempo lo marcas tú. Es precisamente lo que buscaba, aunque descubro también que es una isla repleta de historia, a pesar de no tener grandes monumentos y sí destartaladas casas construidas de variopintos materiales. Y es que, aunque parezca una leyenda, esta coqueta isla tiene un pasado interesante, pues albergó los primeros asentamientos comerciales franceses a comienzos del siglo XIX. Y fue así porque a pesar de que los primeros colonos fueron los portugueses, hacia 1830 les sustituyeron los franceses porque el líder de la aldea de Kagnout decidió ceder la isla de Carabán a Francia a cambio de un pago anual de 196 francos.

* Lea el artículo íntegramente en el número 90 (abril 2022) de la revista Plaza

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