En Davos se le escucha, en España parece que solo se le oye. Sin embargo, este profesor de la Universitat de Alicante es una de las voces más autorizadas para ver dónde confluirán ciencia y empresas en los próximos años
VALÈNCIA. Javier García es un conector heterogéneo de atalayas, alguien acostumbrado a pronunciar el mismo discurso en distintas lenguas: la de la comisión de tecnologías emergentes que elabora cada año el famoso decálogo del World Economic Forum; las de la Unión Química Internacional y la Academia Joven de España, que preside; la de la aceleradora de talentos Celera, que fundó con el dinero del Premio Rey Jaime I; la del emprendimiento de base tecnológica en el MIT, con la empresa Rive Technology, de la que salió en 2019, y la de la Cátedra Ciencia y Sociedad de la Fundación Rafael del Pino, que acaba de publicar en Planeta el libro España a ciencia cierta.
— España a ciencia cierta es una iniciativa inédita: un libro con un mensaje de los científicos para los directivos de empresas y los gestores públicos. Tres mundos tan distantes en nuestro país. ¿Cómo se lo explicaste a la ministra Diana Morant?
— Le dije que es la primera vez que a los mejores científicos del país se les pregunta por las tecnologías con mayor potencial para impulsar la competitividad del sector productivo español; por la economía y no por los grandes descubrimientos del año. Ahora estoy presentando el informe en los foros y a las personas que pueden trasformar esta hoja de ruta en una realidad. Hay mucho dinero sobre la mesa, a los políticos les quema en las manos porque deben demostrar que son capaces de gestionarlo y eso les imprime mucha presión. Pero hay que invertir de una forma inteligente y hacerlo en España, y eso no es fácil porque solo tenemos tres años y no se puede favorecer a las empresas españolas. Existe, por lo tanto, el riesgo de que las empresas extranjeras más avanzadas sean las más beneficiadas por los fondos europeos. Nuestra prioridad debe ser la posición económica de España cuando acaben las ayudas, no solo cuando salgamos de una pandemia que nos ha afectado más que a otros países. Es importante que se dé ese cambio cultural que supone que dejemos de subcontratar a terceros la digitalización o la sostenibilidad de nuestras empresas.
— Muchas veces no se acaba de valorar la importancia de la soberanía tecnológica, de no ser solo un país de compradores de tecnología, sino también de generadores, para no depender de terceros.
— La ciencia y la tecnología no son un lujo; son cuestión de seguridad nacional. Esta es una de las lecciones de la pandemia. Los países que no hemos sido capaces de desarrollar nuestras propias vacunas hemos tenido que comprarlas a otros al precio y en los plazos que nos fijaban. Si uno no tiene la tecnología que necesita para enfrentar un virus o la resistencia de las bacterias a los antibióticos, se coloca en una situación de enorme debilidad. Ahora bien, esto no significa que haya que reindustrializar España con empresas que producen bienes y servicios de bajo valor añadido. Esto sería volver al principio de la cadena de valor y traería una bajada de sueldos.
— En determinadas industrias no bajan los sueldos si se introducen robots y automatización inteligente.
— Lo que sabemos hoy es que los países competitivos son aquellos que tienen economías complejas, los que disponen de las personas, infraestructuras y financiación que otros no tienen. Países Bajos o Corea del Sur tienen una fuerte dependencia de materias primas y de ciertos productos de bajo valor añadido, pero se han especializado en hacer productos de enorme complejidad al final de la cadena de valor. Por eso su economía es más competitiva y resiliente, los sueldos allí son más altos y sufren menos las crisis económicas. Para que ocurran cambios lo más importante es que los objetivos y los incentivos estén bien alineados. En España, tanto la Administración pública como las grandes empresas tienen una visión del corto plazo, lo que no favorece los cambios profundos, especialmente en relación con el liderazgo tecnológico. La clave es que las personas que están al frente no solo conozcan el discurso, sino que además sepan llevarlo a la práctica, para lo cual ayuda mucho tener experiencia en la gestión de la innovación, en la transferencia de conocimiento o incluso haber creado una empresa tecnológica. Y junto a ello, las pymes son nuestro caballo de batalla. Si conseguimos que trabajen juntas en proyectos de I+D+i, que de forma individual no podrían llevar a cabo, multiplicaremos la capacidad tecnológica del país. Los centros tecnológicos pueden ser esos espacios en los que se agrupen y accedan a los fondos.
— En la sede de la Fundación Rafael del Pino hablaste de la necesidad de volver a poner a la ciencia en el centro de la política. Durante la Transición no se hizo ese ejercicio, tras el paréntesis de la dictadura. Es un tema complejísimo, no hay atajos en España para eso.
— A la ministra de Innovación le trasladé también la importancia de que las políticas públicas de ciencia e innovación cuenten con los científicos, a través de un órgano asesor que ayude a establecer las prioridades. Demasiadas veces oímos hablar de ciencia y tecnología a personas que no conocen en profundidad ni las bases ni las posibilidades que ofrecen estos avances. Y los científicos, ya sea por indiferencia o porque no somos invitados, no participamos en muchos de los foros en los que se habla del futuro en ámbitos como la digitalización o la sostenibilidad, donde tendríamos tanto que aportar. Por ejemplo, en el caso de los Fondos de Recuperación, no ha habido una conversación en la que estén los científicos. Si no aportamos, decidirán personas que se dejan llevar por informes de consultoras, pero que realmente no conocen las oportunidades y los riesgos que involucra cada tecnología.
— Los empresarios pueden replicar: «Esa queja de que no se da voz a los que realmente saben solo es una muestra de vuestra resistencia a bajar de la torre de marfil». Falta una lengua franca de la tecnología que todo el mundo hable, también la ciencia.
— Totalmente cierto. Por eso decía que, por un lado, no nos invitan, pero también que no vamos. Cuando se negocian los convenios colectivos, obviamente los empresarios y los sindicatos también hablan lenguajes muy diferentes y tienen intereses contrapuestos. Los científicos debemos acudir cuando se nos invita, aunque no nos vamos a sentir cómodos. No estamos acostumbrados a participar en este tipo de foros. Debemos empezar por reconocer que no sabemos de todo, que los recursos son limitados, que las empresas tienen sus propias dinámicas y que el resultado no va a ser el que nos gustaría, sino un consenso. Y esta reflexión va mucho más allá de la definición de las políticas públicas. Es importante también que en los consejos de administración de las empresas tecnológicas haya gente realmente experta en tecnología y no solo la propia del negocio. En demasiados casos, las personas que están dirigiendo empresas importantes no conocen las oportunidades y los riesgos de distintas tecnologías, algunas todavía emergentes.
— Que seas un gran comprador de tecnología, como la mayoría de nuestras grandes corporaciones, no significa que seas una empresa tecnológica.
— Al contrario, eso manifiesta una debilidad. En general, si tienes que comprar tecnología a otros es porque tú no estás a la cabeza de la generación de conocimiento en esa área. Nos sitúa en la parte baja de la cadena de valor y nos hace dependientes. Por ejemplo, es muy probable que buena parte de los Fondos de Recuperación asignados a España terminen en empresas europeas líderes en tecnologías que venden los productos y servicios necesarios para los planes de digitalización y sostenibilidad que han presentado las empresas y administraciones españolas.
«La ciencia y la tecnología no son un lujo, son cuestión de seguridad nacional. Esta es una de las lecciones de la pandemia»
— Hablemos de esas oportunidades de inversión que tienen una potencialidad de crecimiento muy alta y una barrera de entrada todavía asumible para España.
— Si tuviera que seleccionar solo una oportunidad, escogería el paso de los electrones verdes a las moléculas verdes. España tiene las condiciones para convertirse en la gran fábrica de energía renovable de Europa, es decir, de electrones verdes. Los planes actuales se centran, sobre todo, en almacenarla y venderla y, sin duda, esto es importante. Pero los electrones verdes están al principio de la cadena de valor. España podría ser el país líder en productos químicos de alto valor añadido fabricados con energías renovables. Tenemos la oportunidad de reinventar toda la industria química, que supone el 5,7% del PIB del país y genera 700.000 empleos, para que nos permita valorizar esos electrones en hidrógeno verde, en amónica verde, en fertilizantes más sostenibles, en un trasnsporte más eficiente y todo eso a la vez que reducimos nuestra dependencia de los combustibles fósiles y nuestras emisiones de CO2.
— Esto está relacionado con la cultura del emprendimiento. Tenemos empresas recién creadas que captan millones de euros de inversión, pero están pensando en el retorno rápido, no en crear valor sostenido y una verdadera saga empresarial.
— Hemos entrado más tarde que otros países en el tema del emprendimiento y por eso solo ahora estamos empezando a ver nuestros primeros unicornios. Pero no en empresas deep tech, a diferencia de lo que sucede en otras partes. Estas suelen nacer en las grandes fábricas del conocimiento, MIT, Harvard, Oxford, Stanford... y, sin duda, requieren más inversión y tiempo, pero redefinen nuevas industrias. Está muy bien un Cabify o un Jobandtalent, pero hablo de empresas que pueden revolucionar la sanidad, el envejecimiento, la agricultura, ese es el reto. La próxima etapa del emprendimiento aquí será de las startups deep tech basadas en avances en inteligencia artificial, CRISPR, nuevas perovskitas, catalizadores más selectivos…
— Acabas de presentar una patente.
— Llevamos mucho tiempo trabajando en una nueva familia de catalizadores preparados con un método totalmente nuevo, mucho más sostenible. La hemos probado en varias reacciones químicas muy importantes con unos resultados extraordinarios. Es más escalable, barata, representa una idea completamente nueva. Acabamos de publicar los resultados en una de las principales revistas del mundo. Es un descubrimiento de laboratorio, no es como con Rive Technology que estaba buscando la refinería que lo comprara. Necesitamos una empresa que nos ayude a ir a un TRL (technology readiness level, indicador de la madurez de una tecnología) un poco más alto.
— Estás en el comité de tecnologías emergentes del World Economic Forum y eso te da una perspectiva global. Toda la atención se ha focalizado en la pandemia y en la guerra de Ucrania, pero pueden estar sucediendo cosas importantes, con poder transformador a largo plazo, que nos estamos perdiendo. ¿Qué se nos puede estar pasando?
— Hemos estado tan ocupados con lo urgente que hemos perdido el foco en lo importante. Me preocupa mucho cómo está aumentando la desigualdad y la polarización política; incluso los países más estables están derivando hacia opciones populistas. La pérdida de la clase media y de las opciones moderadas, agravadas sin duda por crisis económicas, sanitarias y medioambientales, está generando un caldo de cultivo muy preocupante para los próximos meses e incluso años. Todo eso está afectando al tejido democrático de muchos países, que está cayendo en picado. Esa es una de las grandes tendencias que están en el telón de fondo de todo lo que estamos observando ahora: la pérdida de calidad democrática de tantísimos países.
«En España tenemos la oportunidad de reinventar toda la industria química, que supone el 5,7% del PIB del país y genera 700.000 empleos»
— Eres el único español que preside una unión científica internacional: estás al frente de la Unión Internacional de Química (IUPAC). ¿Cómo piensas dejar huella?
— La gran prioridad para mi presidencia es generar un lenguaje de la química que permita el uso de la inteligencia artificial para propiciar descubrimientos asistidos por las máquinas. La aplicación del machine learning a la química ya ha dado resultados muy notables, especialmente en nuevos medicamentos y materiales avanzados. Desde 2018, las máquinas pasaron el Test de Turing en la química y Alpha Fold fue una llamada de atención sobre ese poder inmenso. Desde la presidencia de la IUPAC voy a hacer todo lo posible también para crear un lenguaje químico que pueda ser leído y entendido por máquinas, de modo que sea más fácil minar los miles de artículos que se publican diariamente. Nos ayudarán a dar sentido, a ver tendencias, a predecir, a proponer mejores experimentos. Eso, combinado con la robótica, va a transformar el descubrimiento científico. Parece mentira, pero, actualmente, algunos de los grandes hallazgos no los están haciendo científicos, sino informáticos.
— Buscando documentación sobre el libro, una de las cosas que me llamó la atención es que, de los informes, papers y publicaciones que consulté, el porcentaje escrito en español es mínimo. Falta voluntad de crear en España contenidos con vocación de influencia global, tendemos a quedarnos en temas locales al investigar.
— Precisamente, cuando me reuní con la presidenta de La Rioja, Concha Andreu, que está trabajando mucho para fomentar el uso del castellano también en la ciencia, le felicité por Dialnet, que es el mayor repositorio en español del mundo, y que es una exitosa iniciativa de la Universidad de La Rioja. Con la ministra de Innovación y Ciencia hablé también de utilizar mi presidencia en la IUPAC para que los principales textos fundacionales de la química estén en castellano, para evitar la proliferación de terminología y nomenclatura. En el MIT o en Princeton, nadie habla del papel de su tecnología en Massachusetts o en New Jersey, ni siquiera en Estados Unidos, sino sobre cómo cambia el mundo. Es un poco la ambición a la hora de plantearse los temas. Así podremos mejorar nuestra influencia y el impacto de nuestro trabajo en todo el mundo.
* Esta entrevista se publicó originalmente en el número 92 (junio 2022) de la revista Plaza