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José Luis Castillo: «Al público le digo: ustedes escuchen y sientan»

Todos tenemos dos patrias, la de nacimiento y la de adopción, pero él tiene otra: la música. Nacido en València, es una de las referencias de la música clásica a nivel internacional desde ese México que adora

| 19/09/2021 | 18 min, 5 seg

VALÈNCIA.- José Luis Castillo lo tenía claro desde que era niño. Quería ser músico. No sabía desde qué trinchera, pero lo consiguió luego de estudiar en el Conservatorio Profesional de Música de València, cuando la institución tenía su única sede en la plaza de San Esteban. Se convirtió en director de orquesta y compositor. Un día tomó la batuta y dirigió por primera vez, y de manera profesional, la Banda Unión Musical de Ribarroja del Túria, no sin antes haber marcado el compás dirigiendo a los músicos de la Orquesta de València en un concierto en el Palau de la Música, sin saber que un día cruzaría el océano Atlántico para conquistar México a través de su música y su trabajo como catedrático. 

Casi veinticinco años viviendo en México —su patria por elección— le han permitido ser director titular de la Orquesta Sinfónica del Estado de Guanajuato y de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, el recinto cultural más importante de México y una de las casas de ópera con más renombre del mundo. Pero la trayectoria de Castillo ha ido más allá de la interpretación al incursionar en la educación musical, en proyectos como Instrumenta (una plataforma que ya no existe) y como director actual del Ensamble Cepromusic, del que es fundador. Además, es catedrático de composición de la Escuela Superior de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Desde México ha proyectado su carrera a nivel internacional, de tal manera que se le considera uno de los especialistas más reconocidos en el repertorio moderno y contemporáneo, desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, gracias a su faceta como director de orquesta y compositor. Sus composiciones se han grabado en discos y han sido interpretadas por orquestas como la Filarmónica de Luxemburgo, la Orquesta de la Radiodifusión de Saarbrücken, la Orquesta de Cámara de Württemberg y el Cuarteto de Cuerdas de Salzburgo, por citar algunos. Y los premios a tan larga trayectoria, por supuesto que han estado presentes. 

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Castillo viene de vacaciones a Valencia cada vez que puede y lo hace acompañado por su esposa Rosa Soliveres, originaria de Xàbia, quien es doctora en Educación, profesora de la Facultad de Música de la UNAM y directora de primaria del Instituto Luis Vives, colegio español instalado en México. Visita a su familia, y se reencuentra con los amigos y con su ciudad natal, en la cual no duda en afirmar que volvería a vivir porque «lo importante no es tanto el lugar, sino las personas con las que compartes los lugares». Este verano no ha sido la excepción; el músico ha estado unas semanas, tiempo en el que hemos tenido la oportunidad de charlar con él sobre su carrera musical.

— ¿De niño ya quería ser músico?  

— Absolutamente. Tenía muy claro que iba a habitar el arte. No sabía desde qué trinchera, pero sí sabía que el campo de batalla iba a ser el artístico.

—¿Hay antecedentes musicales en su familia?

—Mi abuelito José Miguel Peñarrocha era un gran músico. Director de bandas durante muchos años y sabemos que aquí en València las bandas son un fenómeno, una expresión artística cultural muy fuerte. 

—¿Cómo tuvo claro que quería estudiar composición, análisis y dirección de orquesta? 

—Me formé como instrumentista, pero desde temprano tuve claro que iba a estar cerca de la creación musical. Desde pequeño me gustaba imaginar sonidos, no melodía o ritmo. Sonidos que moldeaba, jugaba con ellos, los matizaba, los movía. Me inicié a los once años —ya tarde— estudiando violín. Me di cuenta de que en la música, más allá de un lenguaje, de un sistema de comunicación con códigos escritos a través de la partitura, merecía la pena indagar qué más había en esa primera lectura de un texto musical. Fue así como, junto a la composición, me dediqué a analizar, a tratar de investigar qué hay detrás de cada partitura, hasta que se convirtió en una herramienta de trabajo y en una pasión.

—¿A qué edad crea su primera composición?

—Sería como a los diecinueve años, como estudiante de composición. Mi primer festival de música contemporánea en el que dirijo una obra fue en Ámsterdam. La primera pieza que hice fue para flauta y piano, llamada La luz en la sal, pero ya no está en mi catálogo. Fue una pieza de estudiante. 

—Usted estudió en el Conservatorio de San Esteban, ¿qué recuerdos guarda?

—Fue una época complicada en Valencia, porque hubo mucha modalidad de conservatorios, incluso de alumnado. Había sobrepoblación en ese conservatorio. Recuerdo en mis inicios haber tenido una maestra maravillosa: Matilde Salvador, una muy buena compositora y artista que me hizo amar la frescura de la música. Fue una de esas personas que te marcan.

— Cuando egresa del Conservatorio, tuvo como maestros a dos grandes de la música, el liriano Manuel Galduf y el compositor originario de Luxemburgo Alexander Mullenbach. ¿Qué aprendió de ambos? 

—De Manuel aprendí el oficio de dirección; la práctica cotidiana de dirigir. Por aquel entonces él era director de la Orquesta de València, eso me permitió trabajar muy cerca de él, ir a muchos ensayos de orquesta, y es que uno de los territorios donde se aprende la dirección de orquesta es indiscutiblemente en la misma orquesta, sobre todo viendo ensayos. Estar con él me dejó una experiencia invaluable. Alexander es un maravilloso compositor y grandísimo pedagogo. Es una de esas personas para las que el hecho musical realmente es vital. Con él no es tan sencillo descubrir dónde acaba la persona y dónde se inicia el músico. Alex fue mi maestro de composición. Con él trabajé análisis y aprendí ese habitar la música, en mayúsculas.

«en el palau de la música he dirigido dos veces. una a la orquesta y la otra a una banda. fueron momentos muy gratos»

—¿Cuál ha sido su trayectoria en València? 

—En el Palau de la Música he dirigido dos veces. Una a la Orquesta de València y la otra a una banda. Fueron momentos muy gratos que me hicieron descubrir que aquello era lo que quería hacer. Tengo muy claro que fue el lugar y la actividad cultural musical que había en aquel entonces lo que me permitiría adquirir un bagaje mínimo como para poder continuar más allá.

—¿Cuál fue su primer trabajo como director?

—Fue con la Banda Unión Musical de Ribarroja del Túria. Un tiempo muy lindo. Fue Manuel Galdulf quien un día me preguntó «¿qué hace el viernes de esta semana?». Le contesté que nada y me dijo que tenía que ir a ensayar a la banda de Ribarroja del Túria

para ser director titular. Era todavía un estudiante; tendría como dieciocho o diecinueve años. Ese fue mi primer trabajo como director, además fui maestro del conservatorio profesional. Fui muy feliz. Estuve como tres años.

—Se ha presentado en veinticinco países dirigiendo más de sesenta orquestas, ¿cómo se orquesta tanto trabajo?

—Se lleva de una manera relativamente sencilla. Parte uno de la propia música, de las partituras, del programa que vamos a hacer esa semana con esa orquesta. El juego de la música es suficiente como para entenderse director y músicos, aunque sean de diferentes países y culturas. 

—¿En qué se inspira cuando compone música contemporánea?

—Los detonantes pueden ser diversos, desde la misma observación o la misma reflexión. Otras disciplinas artísticas, un cuadro, la contemplación… Y las emociones y los sentimientos quiero creer que se producen exactamente con el disfrute y la percepción musical del público. 

Cruzando el charco

Castillo es un músico reconocido y respetado en México y fuera de este. Su estancia en ese país le ha dado nombre, porque ha dejado huella tanto en su público como en los músicos que ha dirigido gracias, entre tanta actividad, a su interés en la educación musical y al trabajo de rescate que ha hecho con obra inédita del gran compositor mexicano Silvestre Revueltas. Además es director musical de la Camerata de las Américas, sin dejar a un lado su cátedra en la Escuela Superior de Música de Bellas Artes y la gran amistad que le une a la Orquesta Sinfónica de Xalapa (Veracruz), con la cual cada año tiene una doble cita puntual para dirigirla.

—¿Cómo aparece México en su vida?

—Conocí a unos muy buenos compositores a lo largo de festivales de música contemporánea en Europa, entre ellos el mexicano Ricardo Zohn-Muldoon. Como más o menos coincidíamos todos en edad, se organizó un festival de música contemporánea en la ciudad de Guanajuato. Fui en 1994 y 1995, año en el que también hice mi primer Festival Cervantino [el evento cultural y artístico más importante de México y Latinoamérica, que se realiza desde 1972 en esa localidad]. Y ya en 1996 dirigí la Orquesta Sinfónica de Guanajuato. Estuve tres meses con ella, a la vez que impartía clases en la Universidad de esa ciudad. Ahí surgió la invitación para dirigirla desde 1997 y durante siete años. Esto me permitió conocer algunas otras orquestas del país, pero fundamentalmente me vinculé y trabajé mucho con esta. Creo que entre todos, músicos y equipo, conseguimos su renovación, a la cual me tocó dar un poco de certidumbre, no solo estructural y administrativa sino también artística. Fue una orquesta que empezó a girar por el país, que comenzó a grabar, a presentarse en festivales nacionales, cosas que no hacía antes.

—En 2011 lo invitan a dirigir la Orquesta de Cámara de Bellas Artes. ¿Cuál fue su sentir?

—Para mí fue motivo de orgullo y satisfacción encontrarme con un repertorio que no es tan normal, tan usual. Démonos cuenta de que orquestas hay, aunque nunca suficientes, pero orquestas de cámara no hay tantas. Mi casa fue el Palacio de Bellas Artes, un lugar de una belleza extraordinaria. Es un polo de producción musical y artística muy importante en Latinoamérica. Sentí una gran responsabilidad, un gran compromiso, incluso con los músicos, como ese mismo compromiso que siento ahora con Cepromusic, cuya sede también es el Palacio de Bellas Artes. Así que cada vez que cruzo la puerta de ese lugar, sea como director o como público, me impone. El compromiso con el arte, con letras mayúsculas, es algo que se siente cada vez que se atraviesan las puertas de ese recinto.

«HAY DOS PATRIAS, UNA DE NACIMIENTO Y UNA DE ELECCIÓN Y TODO EL MUNDO TIENE COMO MÍNIMO DOS PATRIAS»

—¿Qué es el Ensamble Cepromusic y a raíz de qué surge?

—Es una iniciativa que nace en 2012 pero el centro nació pocos meses antes. Lo fundo y dirijo desde el principio. Es un Centro de Experimentación y Producción de Música Contemporánea que, entre otras actividades, se dedica a la música de vanguardia, a la experimentación y producción de música contemporánea. Nace por el interés genuino de tres instancias culturales de México para crear esta plataforma que ha dado frutos artísticos muy rápido. En pocos años se convierte en un referente para el país pero también para Latinoamérica; y creo que en la escena internacional tiene algo que decir. En el caso de España se ha presentado tres veces, en Palencia, Mallorca y Madrid, en 2017. Somos músicos que nos dedicamos a hacer repertorio escrito desde más o menos el final de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días: música contemporánea.

—Ha grabado la obra orquestal inédita del mexicano Silvestre Revueltas, uno de los compositores más influyentes del país por su música de cámara y orquesta. ¿Cómo fue la experiencia?

—Fundamentalmente lo hice porque Revueltas no solo debe ser para los mexicanos. Es mi opinión y espero no estar equivocado. Él fue un compositor cuyo reconocimiento es muy inferior a su calidad. Se toca poco a Revueltas. Creo que merecería la pena que se conociera mucho más. Indiscutiblemente, es el mejor compositor de la historia de las artes musicales mexicanas. Su música está dividida en algunos lugares de publicación y hay música inédita de él, además de la que se ha publicado en circunstancias particulares. Junto al musicólogo y gran amigo Roberto Kolb, en los últimos años hemos puesto nuestro granito de arena en la edición crítica para tratar de recuperar la obra de este maravilloso compositor. Hemos recuperado la música a través del rescate de sus manuscritos. Por una parte la depuración de alguna de sus partituras y, por otra, la interpretación. En mi caso, como director, interpreto mucho a Revueltas en mis conciertos, no solo en México, también en el extranjero. Y además del trabajo de rescate, hemos grabado su música en discos.

—¿México en música es algo más que rancheras?

—Por supuesto que sí. La actividad musical en México es realmente febril. Solo en la capital la cantidad de orquestas que hay, los teatros que hay, las polarizaciones que existen son muchísimas y, a decir verdad, solo en la escena de la música contemporánea la actividad es febril. Lógicamente el resto de la República no es comparable con la ciudad de México, pero aun así las salas se llenan. 

—¿Y qué piensa de la música ranchera?

—Me gusta porque es una expresión genuina de la cultura. Es un tipo de música que, como tanta otra, se conforma en sí misma, ahí se queda y no hay grandes variaciones. Cuando has escuchado una pieza, te das cuenta de que guarda similitudes muy fuertes con otras y sientes que las has escuchado todas. Y si escuchas una música ranchera de hoy o una de hace veinte años, las diferencias no son tan marcadas. Es un estilo genuino que queda ahí, muere ahí. Tampoco tiene mayor movimiento.

—Con tanto género musical que se produce en México, ¿el público mexicano sabe apreciar el tipo de música que usted dirige?

—México es un país muy grande y los espectadores son muchos y hay para todo. Lo que sí puedo decir es que en la música contemporánea nosotros difícilmente tenemos una butaca vacía. Es una de las citas que me llena de orgullo cada dos semanas que hago conciertos. La gente se queda afuera. Es un público que más allá de la formación, está ávido de información musical en general y en particular: ávido de información de música contemporánea.

—¿Y cuál es el caso del público español? 

—No conozco tanto el público español. Realmente con España me unen más lazos afectivos que profesionales, pero indiscutiblemente puedo decir que se está convirtiendo ya en una potencia creadora de músicos, sobre todo intérpretes. No dudo que eso responderá a una genuina actividad formativa y educativa que cada vez da más y mejores músicos y, por supuesto, tendrá su correlato en las salas.

—¿Qué significa México en su vida?

­—Lawrence Durrell en su obra maestra, la tetralogía llamada El cuarteto de Alejandría, decía que hay dos patrias, una de nacimiento y una de elección y todo el mundo tiene como mínimo dos patrias. En mi caso México es mi patria de elección. 

Gozo y castigo

—¿Es usted crítico con la música comercial popular que se produce hoy en día?

—Sí. Más allá de la música popular, sobre todo por el no decidir, el no tener la capacidad de poder escucharla o no. La contaminación acústica de ese tipo de música es brutal. Por defecto suena en cualquier lugar, en un espacio público. ¿Por qué en los espacios públicos tiene que sonar música que tú no has decidido que suene? El oído se va embruteciendo y no puedes dejar de oír. En ese sentido sí es un castigo.

—Es decir, que la música puede ser gozo y también castigo, ¿no?

—Somos seres auditores en cualquier momento. Escuchas incluso desde antes de nacer y presumiblemente es el último sentido que se pierde cuando uno muere. Si tenemos un sentido privilegiado, como es el oído, creo que reivindicar qué escuchas, cómo lo escuchas, es tarea de todos nosotros. Por lo menos hay que ser crítico con aquello que escuchamos y tener la capacidad o el derecho de dejar de escuchar algo que no quieres y no has decidido escuchar.

—Para entender o sentir la música contemporánea hecha para sinfónicas, ¿el público debe conocer o identificar a autores? 

—No. Me gusta pensar que lo que debemos hacer todos es sentarnos y escuchar. Nada más. Disfrutar del sonido. Siempre digo «por favor no hagan mi trabajo, ya lo hago yo», sin la prosodia cómo decir, qué decir, cuándo decir, que me corresponde a mí. «Ustedes escuchen y sientan».

«¿por qué en los espacios públicos tiene que sonar música que tú no has decidido que suene?», se pregunta

—¿Escucha radio? 

—Curiosamente no escucho tanta música. No soy un gran auditor, un gran espectador de música en frecuencia. Si mi profesión me hace vivir entre partituras, entonces sí leo mucha música, pero no escucho tanta música. Y siempre que escucho pongo música que quiero conocer, de otras culturas, de otros países, de otros momentos. Últimamente me ha interesado la música de África central, tradicional. Y sí, soy muy selectivo. Hay que curar muy bien, si se me permite el verbo, qué quieres o qué necesitas escuchar.

—Frecuentemente es requerido para dirigir ópera, espectáculos multimedia, danza y musicalización de películas silentes. ¿Cómo compagina tanta actividad?

—Me gusta ver la música hacia dónde camina y cuál es el estado, el hecho musical en el hoy, el aquí y el ahora. En ese sentido hay veces que la música coquetea y habla, dialoga con otras disciplinas artísticas. Por supuesto el cine, la ópera, la danza contemporánea, la biodanza son lugares en los que la música se define a sí misma en tanto su capacidad de diálogo con otras disciplinas. Creo que merece también la pena trabajar en estas disciplinas, ver cuáles son esos puentes, esos vasos comunicantes; cómo traspasan una frontera de un lenguaje a otro y si hay que dirigir, pues se hace.

—¿Ha dirigido a grandes de la ópera?

—Sí, a Dimitri Hvorostovsky, barítono siberiano; a la estadounidense June Anderson; la soprano chilena Verónica Villarroel; el tenor mexicano Ramón Vargas y la cantante de ópera María Katsarava.

—¿Qué instrumentos toca?

—Flauta y violín. Piano lo conozco, pero no soy pianista. Hace años que no toco.

—Con un largo recorrido en la música, ¿qué le falta por hacer en esta? 

—Seguir haciendo música. Esta no es una profesión de grandes metas sino de metas a muy corto plazo. Me gusta pensar que el reloj se regresa a cero —o se resetea, como se dice ahora— cada vez que inicias con el primer ensayo. Es una profesión que se regenera cada semana.

—¿En qué momento un director de orquesta se retira?

—Supongo que cuando tus músicos empiezan a no tocar bien, por no decir mal, será el momento de decir adiós, sobre todo cuando abres una partitura y sabes que no tienes nada qué decir. Debe ser horrible. El momento en el que tienes que retirarte es cuando te das cuenta que lo que estás oyendo no lo puedes transmitir con los gestos.

—¿Qué es para usted la música?

—Todo. Es un modelo de vida, una manera de afrontar la realidad.

* Lea el artículo íntegramente en el número 83 (septiembre 2021) de la revista Plaza

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