Si ya es difícil conseguir una Medalla de Oro de Bellas Artes del Ministerio de Cultura, más lo es cuando el tema es la divulgación del derecho. Pero la editorial Tirant Lo Blanch lo ha conseguido gracias a un proyecto, nacido en 2002, que ya ha cumplido cincuenta números
VALÈNCIA. Contadas son las iniciativas culturales locales que llegan a tener un reconocimiento de alcance nacional. Y menos todavía si se trata de colecciones discretas de sellos editoriales. En los albores de un año convulso como 2020, el Consejo de Ministros aprobó conceder una de sus treinta y dos Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes, otorgadas a personas o entidades destacadas por su contribución a la cultura en muchas de sus manifestaciones, para Cine y derecho, una apuesta cultural de la firma valenciana Tirant Lo Blanch que da nombre a una serie de títulos, única en el ámbito editorial español, que no solo aúna tribunales y celuloide.
Pero en tiempos de pandemia, un galardón de tal calibre a un proyecto inusual ha pasado casi desapercibido en los medios de comunicación. «Antes le daban más bola a los premios. Los de Bellas Artes tenían un cierto eco en el ámbito cultural. Pensé que sería una buena noticia para la cultura valenciana, pero me he columpiado», confiesa entre risas Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universitat de València, ideólogo y alma mater de esta iniciativa que evoca uno de los sueños sin cumplir de este referente en el ámbito de los derechos humanos y la inmigración, siempre inquieto por la cultura y luchador incansable por hacer un mundo más justo.
Este reconocido jurista, hoy senador socialista, de origen murciano y valenciano de adopción, recuerda que antes del derecho, fue el cine, la física o la filosofía lo que le apasionaba en su juventud. «Tengo una frustración enorme por no haber hecho cine. En la Universidad de Murcia no había nada de cine, tampoco de Física. La Filosofía no era muy buena por entonces…», recuerda De Lucas, quien siguió la tradición familiar, y lo que hacían la mayoría de los estudiantes en la España de finales del régimen franquista, estudiar leyes. Sin embargo, «siempre aprovechaba todo lo que podía para ver y leer sobre cine».
Antes de comenzar la era 2000, junto a su entonces mujer, la profesora Consuelo Ramón, también cinéfila, se les ocurrió, cuando todavía Bolonia no había aterrizado en el sistema educativo, proponer una asignatura de libre opción sobre cine y Derecho. La apuesta, vista con los años, salió regular porque tanto a estudiantes como a profesores les parecía una especie de cinefórum en el que los alumnos ganaban tres créditos sin apenas hacer nada y algunos profesores se limitaban a soltar su rollo después de la película. Algunos, pero no todos. Entre los que se lo tomaban en serio se encontraban jóvenes profesores como Mario Ruiz o José Manuel Rodríguez Uribes, actual ministro de Cultura.
Aquella idea se replicó en algunos focos universitarios: en Oviedo, con nombres como el de Benjamín Rivaya, autor muy activo en la futura colección; en la Universidad Carlos III, la Pompeu Fabra y en la de Zaragoza. La iniciativa también llegaría a ser parte de la oferta de cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, toda una experiencia que llevaría al filósofo del Derecho a reunir a toda aquella gente comprometida con la justicia y la cultura para lanzarse a escribir libritos donde aportar materiales del Derecho a través del cine.
Entre jueces y abogados suele emanar mucha afición al celuloide. Un ejemplo siempre destacado es el fiscal Eduardo Torres-Dulce (críticio, guionista e invitado habitual del programa de José Luis Garci ¡Qué grande es el cine!), pero hay muchos otros juristas que son a la vez grandes cinéfilos. Y De Lucas pensó en crearles un espacio donde darlos a conocer: «Redacté unos papeles y se los llevé a Cande. El proyecto que le presenté era muy esquemático e iluso, porque estaba convencido de que sería la bomba editorial. No lo fue, aunque tampoco ha ido tan rematadamente mal. Estamos muy contentos después de veinte años, y los editores han sido enormemente generosos», reconoce el jurista. Cande es Candelaria López, fundadora de la editorial valenciana Tirant Lo Blanch, un referente del ecosistema jurídico de habla hispana, mujer del reconocido fiscal ilicitano Tomás Vives, y personaje decisivo en hacer realidad Cine y Derecho como colección editorial.
Por aquel entonces era la directora de la editorial que hoy dirige su hijo Salva (Vives). Salva recuerda cómo le dijo a su madre que «era una cosa bonita, pero desde el punto de vista editorial aquello no iba a salir ni a tiros» y que fue Cande quien dijo que el proyecto le ilusionaba. De Lucas comenta que Cande «tenía la visión más amplia de que no solo fuera Derecho, el signo fundamental como primera editorial jurídica de referencia en España en cuanto a los datos que se miden para los investigadores, y muy asentada en países como México, donde ha desbancado a editoriales como Porrúa».
«el proyecto que le presenté era muy esquemático e iluso, porque estaba convencido de que sería la bomba editorial. no lo fue»
Otro nombre que reconocer corresponde al de Mario Ruiz, antiguo discípulo de De Lucas, profesor y secretario general en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, donde impulsó l’Aula de Cinema, bautizada por el cineasta Luis García Berlanga. Ruiz también se haría cargo de la colección durante los siete años en los que el filósofo del Derecho ocupara la plaza de director del Colegio de España en París. Fallecido en 2018, Ruiz, como buen berlanguiano, fue el escogido al que confiaron el primer número de la colección, El verdugo.
El día que su padre, Tomás Vives, aprobó las oposiciones a fiscal lo celebró con su mujer Cande yendo al cine. Aquel día proyectaban El verdugo. Eran los años sesenta, y pensó que dejaría la carrera si le tocaba una pena de muerte. Pero nunca pasó. En estos veinte años y sesenta títulos de recorrido, al editor Salvador Vives le ha dado tiempo de pasar de incrédulo a convencido. Heredero de una editorial progresista nacida en la Transición, primero como librería y luego como sello exclusivo de manuales universitarios, Vives ha asistido a su evolución hasta consolidarse como editorial global de derecho, siempre en la cúspide de las Ciencias Sociales en prestigio y difusión, a la que se han añadido la formación, la internacionalización y la tecnología. Pero su core sigue siendo jurídico. Aunque no lo dice, el ecosistema académico lo sabe: no publicar en Tirant Lo Blanch es casi como no existir.
«Las editoriales, por mucho que se las lleve a un negocio muy estandarizado, siempre son un negocio informal. Recuerdo que le dije que no a Javier, pero mi madre sostuvo que lo teníamos que hacer. Empezamos a andar y hasta hoy. Aunque hay iniciativas concretas muy interesantes, no existe una colección de esta potencia similar en el sector», señala Vives. Eso sí, le llama la atención que el Derecho esté cerca de los problemas de la gente, aunque siempre quede lejos de su realidad: «Así como en Biología, en Historia o en Física hay esfuerzos por divulgar, en Derecho no. Una de las funciones de la colección es el esfuerzo divulgativo a través del cine. A veces hay películas en las que no somos capaces de ver el problema jurídico que esconden. Nos dirigimos a un público culto, pero no jurista, además de ofrecer una herramienta para la enseñanza del derecho. Es muy distinto comprender la obediencia debida a través de Vencedores o vencidos, de Francisco Muñoz Conde, que en el manual clásico de penal. Queremos que la gente tenga pasión por el Derecho; la colección quiere ilusionar a estudiantes y a legos a comprenderlo mejor a través del cine», apunta el editor sin citar los libros más vendidos de la colección.
El cine es un lenguaje que puede explicar el derecho, eso que reclaman todos cuando creen que les corresponde defender sus intereses legítimos. «Aunque haya gente que diga que no le interesa el Derecho, la verdad es que sí que le interesa, pero no lo sabe: es una herramienta de ordenación social, una construcción artificial, y el cine hace entender mejor el derecho, y de paso los libros también hacen comprender el cine», explica Fernando Flores, profesor de Derecho Constitucional de la Universitat de València y codirector de la colección.
El actual director del Instituto de Derechos Humanos de la UV explica que «hay películas que se entienden mejor si se tiene noción del Derecho, por ejemplo, La balada del Narayama, una historia tremenda sobre una costumbre en los pueblos interiores de Japón que llegó hasta bien entrado el siglo XX en el que las personas mayores, cuando dejaban de tener dentadura, y se entendía que no podían comer ni valerse por sí mismas, los hijos tenían la obligación de abandonarlos en el monte para que murieran», Aunque pueda aparentarlo, el cine de la colección no solo va de tribunales, como lo puedan ser las famosas Testigo de cargo o Doce hombres sin piedad. La cuestión antropológica también deviene clave para comprender los momentos históricos, como reflejan títulos como El hombre tranquilo, de Emilio Soler, un análisis sobre esta obra extraordinaria de John Ford, donde se ejerce la violencia de género de manera en absoluto enmascarada.
«El protagonista, John Wayne, lleva a rastras durante varios kilómetros, jaleado por un montón de gente, a Maureen O’Hara para devolvérsela a su hermano, y en el momento que la estira del pelo y la arrastra, una señora le da una vara para que la pegue. Es cierto que se pegan entre ellos por costumbre. Pero esa historia, con la naturalidad que se plantea, está muy bien explicada por Emilio para entender las relaciones en la Irlanda de la época, donde hasta hace nada, el divorcio o el aborto eran absolutamente ilegales. Una cuestión interesante es que ella exige su dote, aunque está sometida, pero su derecho es su dote, y no va a renunciar a su derecho, que es lo que la hace persona en esta sociedad. Es una divulgación, una culturización, divertida que nos hace entender las cosas», recalca Flores.
Coincidiendo con los primeros veinte años de la colección y su rediseño, una de las primeras apuestas de Flores como codirector ha sido fraguar un buen número 50, Nosotros, que quisimos tanto a Atticus Finch. De las raíces del supremacismo, al Black Lives Matter, sobre la cinta Matar a un ruiseñor, de Javier de Lucas, que ya había publicado un título anterior dedicado a Blade Runner. «Aunque es de ciencia ficción, para mí esa película supuso una llamada de atención muy poderosa sobre algo que tenía en mi entorno familiar, pero que veía como un asunto profesional, de hacer dinero. En mi familia hay muchos notarios, sobre todo, y cuando la vi por primera vez con trece o catorce años, fue un gran impacto sobre la idea de la justicia, una idea que todos tenemos de forma intuitiva, el sentimiento de que no hay derecho, la rebelión ante una injusticia pequeña cotidiana. No me decidió a ser abogado, pero era una vuelta sobre lo que pensaba que era alguien dedicado al Derecho», rememora De Lucas.
«cuando lo propones todo el mundo de entrada te dice que no, porque tienen miedo; no se ven expertos en cine»
La segunda época, más cinematográfica que jurídica a diferencia de los inicios, empieza con otro libro potente, escrito por el conocido laboralista Juan López Gandía con el título La fábrica y la oficina, que también mira al cine alternativo que pone el acento en las clases trabajadoras. «Es una de las personas del mundo que más sabe de cine. Es catedrático del Derecho del Trabajo, y es un muy buen laboralista. Cuando estaba en la carrera, asistía a un cinefórum que él montaba cuando la facultad estaba en Blasco Ibáñez, que es cuando empieza mi afición al cine», recuerda Flores, autor de títulos como Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, que le marcó antes de ser objetor de conciencia.
«La idea no es explicar leyes, sino cómo son los diálogos, los tipos de personajes, los planos… En Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg, explicado por el penalista Gonzalo Quintero, cada vez que hablan Nixon o uno de sus asesores nunca es desde dentro de la Casa Blanca, siempre es de noche; es un recurso para explicar la opacidad, la falta de transparencia. Eso tiene mucho más impacto pedagógico en relación con el Derecho de la Información que una norma jurídica», señala el codirector de la colección. «Buscamos referencias para temas como el capitalismo, por ejemplo, desde una película como Las manos sobre la ciudad, de Francesco Rossi, que yo mismo escribí. Trata de la especulación en Nápoles de la posguerra mundial y el desarrollismo descarnado que se introdujo en todas las instituciones democráticas. Cuarenta años después ha pasado prácticamente lo mismo en València con el último Partido Popular», destaca este jurista.
Iniciada la segunda etapa de la colección, el codirector Flores reconoce dos autocríticas a modo de dos retos a mejorar en el futuro: traspasar el cine anglosajón y aglutinar a autoras. «Es cierto que miramos más a lo anglosajón, porque lo tenemos más en la mente, nos hemos formado con ese cine, y debemos abrirnos a otros géneros como el documental. Tampoco hemos sido capaces de convencer a compañeras cuando se lo hemos propuesto. Todo el mundo de entrada te dice que no, porque tienen miedo, porque no se ven expertos en cine… Pero hemos sido más convincentes con los hombres que con las mujeres». Seguro que no faltará mucho para estos objetivos se hagan realidad.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 78 (abril 2021) de la revista Plaza