La Cabaña es un refugio a medio camino entre València y Madrid donde el morteruelo y el ajo cocido se disputan a duelo el título a mejor plato de La Mancha
A Alarcón hay que desviarse siempre que se vuelve de Madrid, aunque el pueblo merece más que una parada rápida. Merece quedarse un fin de semana de los de invierno, pasear por sus calles empedradas, tumbarse en los bancos de la iglesia desacralizada y dejar que las pinturas murales de Jesús Mateo declaradas de Interés Artístico Mundial y protegidas por la UNESCO desde 1997 te golpeen. Y antes y después de todo eso recalar en La Cabaña a comer y a cenar. Es imposible no repetir una vez te has cobijado en el restaurante de Raúl Poveda.
He cumplido mi palabra. Ya dije aquí, que algún día les hablaría de La Cabaña, de Raúl y de su morteruelo. Llevo visitando el restaurante desde hace casi dos décadas y nunca he salido de allí decepcionada. Raúl nació en Valencia, pero su padre fue uno de los ingenieros que construyeron la presa del pantano de Alarcón y él y su hermanos pasaron allí su infancia. Raúl se fu a estudiar a Valencia, tuvo varios negocios relacionados con el ocio nocturno (todos exquisitos según me cuentan) y un día volvió para quedarse en esta población de 148 habitantes. Fue alcalde por el PIA, partido Independiente de Alarcón y compró una de las preciosas casas del pueblo para trasladar el restaurante que ya había montado unos años antes.
Raúl es el mejor anfitrión que he conocido nunca. Llegar a su casa es siempre una fiesta. Entrar en el salón rojo salpicado de obras de arte y referencias que han acompañado su vida es siempre estimulante. Mirar a través del ventanal el paisaje manchego es todo un bálsamo, al que hay que añadirle los platos de la cocina típica de Cuenca que bordan: el asadillo, el morteruelo o el ajo cocido (disputa habitual entre los que frecuentamos La Cabaña es debatir para ver cuál es mejor, si el morteruelo o el ajo cocido).
Pero también su lomo de orza, su cordero, su pollo a la Alcarria o cualquiera de sus platos de cuchara. Hay que abandonarse a la cocina recia de estas tierras y olvidarse de gilipolleces en La Cabaña. Aquí se viene a celebrar la vida.