El psiquiatra Drew Ramsey recetó ostras a un paciente como parte de su terapia
Tres docenas fue la dosis que se autoadministró el asesor inmobiliario, de 48 años de edad, en tratamiento por ansiedad y depresión.
El psiquiatra se confesó pletórico, era la primera vez que un paciente le hacía caso y se comía nada más y nada menos que 36 ostras, lo cual tampoco dice mucho del médico.
Esta historia apareció el otro día en el New York Times en español, que no vayamos a creer por ese tipical spanish complejo que glorifica lo anglosajón, que se trata de un diario que sólo publica alto periodismo. Es un periodicucho como otro cualquiera, con sus vaguedades, sus inexactitudes y sus idioteces veraniegas, con sus redactores que escriben sucesos como si escribieran novelitas por entregas, cayendo no sólo en el morbo canallesco de arrastrar a las víctimas sino de algo aún peor: la cursilería, imperdonable tanto en literatura como en periodismo.
Pero no era el caso. La noticia parecía sólo un poco rara y bastante literaria. ¿Quién no ha escrito alguna vez un relato en que el médico receta Bach para las migrañas o Kafka para el estreñimiento?
La idea de la psiquiatría nutricional resultaba estimulante.
El doctor Ramsey argumentaba que las ostras, ricas en vitamina B12, pueden ayudar a revertir la reducción de algunas partes del cerebro que el paciente sufre cuando está con depresión. Tienen además una buena dosis de ácidos grasos omega-3, y se ha observado que su deficiencia está relacionada con un mayor riesgo de padecer esta enfermedad.
¿Quién no ha escrito alguna vez un relato en que el médico receta Bach para las migrañas o Kafka para el estreñimiento?
Se ha tratado la alimentación desde muchos puntos de vista, se ha avalado la dieta mediterránea como salvaguarda de enfermedades cardiovasculares, de cáncer, de graves dolencias, pero nunca había leído que también pudiera prevenir las enfermedades mentales.
El cerebro humano posee la materia gris más grande y desarrollada de todo el reino animal. Es entre 10 y 20 veces mayor, en proporción,que el de grandes mamíferos como la ballena o el elefante. Y es el órgano que más energía consume, unas 600 calorías al día (el 30 % del total de las kilocalorías de un adulto). Se trata además de uno de los órganos más grasos, pero una grasa que no se utiliza como fuente de energía sino como parte de su estructura. Afortunadamente, porque si no al perder unos kilitos, se nos quedaría holgado el cerebro en el cráneo.
Eso sí, el déficit de grasas esenciales para alimentarlo correctamente es suficiente para reducir sus funciones vitales. Si en la evolución del ser humano, la alimentación fue un factor clave para el desarrollo cerebral- el pensamiento abstracto, la imaginación, la reflexión- algo podrá hacer para aliviar la depresión.
El articulo decía que, a pesar de la sobrealimentación, del exceso de calorías, los norteamericanos padecen grandes carencias que afectan directamente a su cerebro. Solo 1 de cada 10 cumple con las recomendaciones de ingesta de frutas y verduras. (y ese uno no es Donald Trump). Es verdad que resultan un poco altas estas recomendaciones, uno piensa al leerlas que la vida es eso que pasa entre que pelas una fruta y otra) pero la mayoría de yanquis ni tan siquiera se acerca.
Varios estudios de universidades, todas muy prestigiosas y muy anglosajonas, habían demostrado que cuanta más fruta y verdura se ingiere en la dieta, mayor sensación de bienestar y felicidad se experimenta. A un grupo de muestra se le conminó a seguir una dieta mediterránea durante 12 semanas, y todos sin excepción mejoraron su estado de ánimo, demostrándose así la conexión entre el intestino y el cerebro.
Así que, ya que los médicos no pueden recetar una familia equilibrada, de venta en farmacias, ya que no pueden prescribir amor, ni prohibir hábitos nocivos como el abuso o el maltrato, de la misma manera que se prohíbe el tabaco o el alcohol a un paciente, ya que no pueden extraer en el quirófano los traumas heredados a través de generaciones, ni la miseria ni la soledad, y en fin todas esas cosas que hacen germinar la enfermedad mental, al menos que intenten vacunarnos con una dieta rica y sana.
Es una buena idea que receten no solo química, sino ostras, no solo pastillas sino abrazos, felaciones o abdominales, cualquier cosa que alivie los síntomas de esa enfermedad de estar vivo, tan difusa, tan abstracta, pero que es ya una patología universal.
Ayer llegué derrotada a casa, y comí queso de la sierra de Espadán, queso fuerte, tirando a azul, sin pan ni nada, y por unos momentos el mundo exterior desapareció por mi garganta. Tuvo el poder lisérgico de evadirme de todas las realidades, la periodística, la inmediata, y hasta la ficticia.
Y ni siquiera me hizo falta receta.