Carne in vitro, platos en 3D, tapas de insectos serán tendencia
No sé por qué cuando imaginamos el futuro siempre es de color blanco anestesia. Se nos aparece como la superación definitiva de las emociones, esos lastres prehistóricos. Un mundo de antipasión, ciertamente deshumanizado, con máquinas que rigen nuestras vidas, al estilo del orgasmatrón de Woody allen, con comida en forma de cápsula. La frialdad robótica como idea de progreso, el futuro como una espesa capa de indiferencia, que nos evita el sufrimiento, sí, pero también el placer es una idea un tanto gratuita aunque muy extendida.
Comparado con la Edad Media, el nivel de nuestra alimentación y nuestro bienestar es hoy notablemente mayor pero no por eso pensamos que estemos más deshumanizados que entonces, más robotizados, sino todo lo contrario: es el sufrimiento el que deshumaniza. Hay una cita de Anna Ajmatova que dice: “no, no soy yo, es otra persona quien sufre. Yo no habría soportado tanto sufrimiento” capturando tan bien esa sensación de enajenación que produce el dolor.
Pero centrándonos en lo importante, ¿cómo será la comida del futuro?
Cierro los ojos.
Año 2057. Entras en un espacio blanco, sin aristas. Te recibe un trabajador del bienestar básico con una bandeja que no pierde jamás la verticalidad, y un saludo juvenil: ¿Qué tal chicos? (el gusto por la infantilización del público se ha perpetuado. Y además, en 2057, los 80 son los nuevos 40, y todos somos jóvenes hasta esa edad). ¿Unas cositas de picar al centro? propone, asegurándose bien de salpimentar cada frase con diminutivos rejuvenecedores.
Esas cositas son un timbal de insectos crocantes, de grillos, de larvas, de saltamontes variados.
Unas verduritas marinas del chef, es decir, distintos tipos de algas.
Unos Injertos que hoy nos parecen extraños, como las zanahorias-espárrago, o los tomates-cebolla.
De plato fuerte, unos ñoquis de ricota hechos en impresora 3D o una carne de vaca in vitro, hecha con las mejores células de laboratorio. Solo trabajamos con laboratorios de confianza, asegura, con científicos que obtuvieron de nota media sobresaliente y además llevan gafas.
¿Cómo se llamaba esa red social tan de moda hace treinta años? Instagram, responde uno de los comensales
Por supuesto, ya nadie fotografía los platos y los sube a la red. Esa moda ha quedado tan obsoleta que hoy se ríen con condescendencia cuando entran en el museo virtual y navegan por la antigua Internet. ¿Cómo se llamaba esa red social tan de moda hace treinta años? Instagram, responde uno de los comensales.
Luego otro propone tomar el té en la sala lavanda, donde se ha reproducido el olor exacto de un campo de lavandas, pero alguien apuesta por la sala gasolinera, le encanta ese olor antiguo de gasolina con el té y además le recuerda a su infancia.
Otro de los comensales eructa después de comer pero nadie se inmuta porque han caído muchas de las convenciones sociales actuales.
Y así transcurre la velada.
La única gracia que tiene el futuro es que no existe, que lo que llamamos futuro no es más que un recuerdo que está fuera de la memoria, un ejercicio de imaginación fermentada.
¿Qué pasará entonces con la comida dentro de muchos años? Solo podemos aventurar hipótesis. Yo imagino que en el futuro la comida no se pudrirá, o al menos tardará mucho tiempo en degradarse.
Tal vez se descubra un nuevo sabor, más allá del dulce, amargo, ácido, salado y umami, ( y en Oriente el picante y astringente, esa sensación que se queda en la boca la tomar té o plátano).
Tal vez las religiones se congreguen alrededor de las dietas, y existan los Crudiveganos integristas, o los Testigos de Ferrán Adrià, o los Adventistas de la alcachofa.
Tal vez el sabor consiga independizarse del alimento y podamos comernos una lechuga con sabor a huevo frito o una berenjena con sabor a jamón ibérico.
Tal vez la comida en el futuro ya no engorde y el alcohol no sea perjudicial para la salud
Tal vez la comida en el futuro ya no engorde y el alcohol no sea perjudicial para la salud. Tal vez esto le reste placer, lo mismo que si fuéramos inmortales, la vida no tendría ningún sentido.
Hay cosas que sí parece que sucederán porque ya están sucediendo. Científicos de la Universidad de Maastrich han empleado células madre de vaca para crear hamburguesas de laboratorio. Y la empresa By Flow ha desarrollado una impresora de alimentos en 3D y ha abierto un restaurante de comida impresa.
La agricultura se mudará a vivir a las ciudades, a minipisos en forma de huerto vertical, que abastecerán de hierbas aromáticas, de fruta y verdura a sus inquilinos.
Comeremos insectos, no de forma marginal sino masiva. Y algas, muchos tipos de algas, como como quien come lechugas.
Con la tecnología Blockchain sabremos hasta el nombre de la vaca que ha dado la leche que nos tomamos y si sus dueños han sido mimosos o crueles con ella.
Nuestros frigoríficos nos avisarán si un alimento está a punto de caducar, las encimeras tendrán una pantalla táctil y bastará pasar un dedo para recibir toda la información nutricional de un alimento.
¿Comeremos más variado? No necesariamente. Los datos apuntan a que nuestras abuelas cocinaban con una media de 110 alimentos, mientras que nosotros lo hacemos con 70. ¿Más equilibrado? pues tampoco. En aquella época, se consumía la mitad de proteína animal y la mitad vegetal. Hoy la animal supera con creces la vegetal.
Lo único que podemos afirmar es que el futuro es siempre una apasionante incógnita. Y que seguiremos alimentándonos y seguirá siendo una gran fuente de placer.