benditas costumbres 

La felicidad es una sillita a la fresca

En algunos puntos de la ciudad todavía es posible ver colonias de sillas plegables, maños brillantes por el aceite del bocadillo de torti-longui (tortilla y longaniza), críos sin el móvil entre las manos. No es nostalgia, es que en la calle el tupper de ensaladilla sabe mejor.

| 12/07/2024 | 3 min, 29 seg

«La felicidad es una sillita al sol», que decía Octavio Paz y hemos dicho numerosas veces en Guía Hedonista. Pero la felicidad también es una sillita a la luna o, simplemente, a la fresca si las farolas y los edificios no nos dejan ver más que la calle. La alegría se multiplica cuando además de sillas, hay mesas con alimentos que no exigen un servicio francés, o un bocata con pimentó torrat, tallat en tires i oli cru, como recitaba Vicent Andrés Estellés, hijo de forners y de los placeres sencillos.

Cenar a la fresca es tradición en algunas zonas históricamente enlazadas con la humildad, como el Paseo Marítimo en la Malvarrosa y la playa de las Arenas. Dos mundos antagónicos surcan el verano: los integrantes de las fincas con toldos verdes sin más aire que el que mueve el ventilador y el llamado turismo de calidad, que no es más que un epíteto trillado como marco incomparable.

La tradición de sacar sillas dispares a la calle y practicar vida social en la vía pública —que es de todos y todas, no solo de la hostelería, los maratones, los casales falleros y los puntos de recarga del coche eléctrico— se extiende por todo el territorio nacional, con especial ahínco en los pueblos, como era de esperar. En 2021 el municipio gaditano de Algar propuso a la Unesco que nombrara la charla callejera al ocaso Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. No parece que haya prosperado la medida y casi que mejor, corre el riesgo de convertirse en lo que Marco d’Eramo llama “UNESCOcidio”: «Resulta tremendo presenciar la agonía de tantas ciudades. Espléndidas, opulentas, ajetreadas, han sobrevivido durante siglos (…) Pero ahora, una tras otra, se están marchitando, vaciando, transformándose en decorados teatrales en los que se escenifica una pantomima sin vida. Allí donde antes vibraba la vida y la humanidad irascible se abría paso empujando, a empellones, ahora solo hay bares para el aperitivo y puestos de recuerdos (todos iguales) que ofrecen “especialidades locales”».

A modo de revulsivo, este verano están surgiendo iniciativas no lucrativas que emplean el sopar al carrer como vehículo de afianzamiento vecinal. El pasado jueves 4 de julio, las asociaciones Entre Barris y Veïnat en perill d’expulsió organizaron un sopar d’estiu en la plaza de Santa Cruz (esa plaza durísima y repletísima de apartamentos turísticos). De uno de los edificios destinados a tal efecto Hoda, de Alemania, dice que «¡¡Hay una enorme obra en construcción justo al lado de la ventana del dormitorio!! Puedes esperar trabajos muy ruidosos y trabajadores ruidosos a 50 cm frente a la ventana del dormitorio, de lunes a viernes a partir de las 8:00 a. m». Es así, Hoda. ¡¡Están construyendo otro negocio como en el que te estás hospedando because really nice building and interior design in amazing location!!

«Amb l'idea de reapropiar-se dels carrers i de les places, volem gaudir d'una nit de germanor veïnal, amb l'afegit d'un divertit "dress code" per sentir-nos com en casa: el pijama!», explicaron desde las asociaciones. Esta iniciativa convive con la propuesta Cinema a la fresca organizada en el barrio del Pilar por los mismo colectivos, las gratuitas Nits de Cinema de la Universidad de Valencia en La Nau o, por no desmerecer el intento desde las instituciones, el programa Cine en las Playas de la Diputació de València, que ofrece una cartelera de películas infantiles o de infantilización en distintos municipios de la provincia. Como dijo Josep Pla en Les hores, «A l’estiu, la fresca es para en els pobles del nostre país al peu de la porta».

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