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¡No es el momento! / OPINIÓN

La guerra de mañana

Foto: JORGE PETEIRO/EP
3/04/2022 - 

Si hace un mes hablábamos, a cuenta de la agresión militar rusa a Ucrania, de guerras justas e injustas, quizás tenga sentido reflexionar ahora, mínimamente, sobre algunas de las consecuencias de la misma para nosotros en términos de defensa. Porque hasta el más pacifista sabe que es no sólo justo sino imprescindible luchar contra agresiones que pongan en riesgo las condiciones de vida y las libertades que, mal que bien, una sociedad haya conseguido ir garantizando. Al menos, mientras sea mínimamente posible y factible esa defensa, esa resistencia, y no mera misión suicida. 

Por esta razón tenemos ejércitos y demás fuerzas armadas en países como España o nuestros socios de la Unión Europea. Sociedades que, se supone, no tenemos ningún interés en ir invadiendo a nadie ni ganando territorios por medio de conquistas violentas pero que tampoco, como es natural, tenemos ningunas ganas de sentirnos amenazados por nadie.

A estos efectos, la guerra ruso-ucraniana en marcha estos días ha desatado la lógica preocupación ante la constatación de que quizás estemos mucho menos a salvo, incluso en nuestra privilegiada Europa, de agresiones de este tipo. Por esta razón, más allá de consideraciones éticas, sería tan perturbador que Rusia lograra militarmente lo que no había podido conseguir por otros medios (haya o no algunas razones atendibles en algunas de sus pretensiones). Los incentivos que algo así generaría serían, sencillamente, peligrosos para todos. Si agredir militarmente a un país vecino puede rentar de alguna manera a quien lo hace no es difícil seguir la línea de puntos que conduce a sospechar que habrá más ocasiones en el futuro en que otras naciones se sientan tentadas de aprovechar una hipotética superioridad militar contra sus vecinos. Sería una mera cuestión de tiempo… frente a la que sólo quedaría confiar en que la cosa nos pille lo más lejos posible. 

Varios efectivos del Regimiento de Infantería ‘Príncipe’ nº3. Foto: JORGE PETEIRO/EP

No es de extrañar, por ello, que en apenas unas semanas desde el inicio de la crisis se hayan sucedido noticias sobre rápidos planes de rearme en diferentes países europeos (algunos tan anclados en el rechazo a estas políticas desde el trauma de la II Guerra Mundial como Alemania) e incluso avances en los planes de la propia Unión Europea en esta línea. Obviamente, tampoco España es ajena a la participación en este incremento del esfuerzo bélico, de momento a corto plazo.

Esta reacción inicial, perfectamente comprensible, debería, sin embargo, tener en cuenta también las conclusiones que podemos extraer de los conflictos bélicos que hemos ido viviendo en las últimas décadas. Incluyendo el desarrollo de la reciente agresión rusa a Ucrania, que nos da pistas interesantes sobre cómo podría ser una hipotética guerra del futuro de la que deberíamos tratar de protegernos. La inversión en defensa resulta muy cara y detrae recursos (y bastantes) de muchas otras políticas públicas muy necesarias. Por vital que sea, es imprescindible evaluar con cuidado el tipo de gasto que acometemos, sus costes y las alternativas existentes. 

Porque, además, nuestras necesidades no serán las mismas si nuestras pretensiones son esencialmente defensivas, que es lo que sinceramente parece razonable, que si junto a esa prioridad se pretende alcanzar algún poder de intimidación adicional, lo que requiere de un tipo de equipamiento, dimensionamiento e inversión diferentes. Aunque el común de los ciudadanos, empezando por yo mismo, no seamos expertos en defensa, no se puede utilizar esta excusa para hurtarnos el debate público democrático sobre las bases de esta orientación estratégica. Parece, además, que el momento de tener este debate ha llegado.

Foto: EUROPA PRESS

Las guerras que hemos vivido durante estas primeras décadas de siglo XXI nos han dejado claro que destruir un país y su infraestructura, derrocar gobiernos y quebrar una sociedad por la fuerza es relativamente sencillo para países poderosos económica y militarmente frente a quienes no lo son tanto. Requiere, eso sí, de un importante esfuerzo económico, pero la diferencia de arsenal y tecnología ha hecho que Estados Unidos arrasara sin excesivos problemas y con un coste limitado de vidas entre sus tropas Afganistán o Irak en un pasado no tan reciente, aun a costa de emplear para ello ingentes cantidades de dinero. Aquí al ladito, y con el concurso de la Unión Europa, también vimos algo semejante no hace tanto en Libia. 

Sin embargo, no ha sido posible para el agresor, ni siquiera en supuestos de tan exagerado desequilibrio económico y tecnológico, pretender o consolidar una ocupación militar duradera de esos países en ninguno de esos casos. 

Otras intervenciones frente a países donde el desequilibrio, aun siendo enorme, no era tan acusado, como la realizada en la antigua Yugoslavia por la OTAN a finales de siglo pasado o la que aún se prolonga, en sus estertores, en Siria, sin participación directa occidental pero con un indudable patrocinio de la insurrección armada, también han demostrado que destrozar esos países y condicionar a sus gobiernos es mucho más sencillo que aspirar a controlar militar o políticamente el país y sus destinos, al menos, en las zonas donde la población está más o menos cohesionada con sus instituciones o no siente demasiada simpatía por quien es percibido como un agresor foráneo.

Bandera de la OTAN. Foto: DANIEL NAUPOLD/DPA

En el caso del conflicto en estos momentos en desarrollo, que enfrenta a un país, Rusia, con un poderío militar y capacidad para la ofensiva indudables con otro, Ucrania, mucho menos potente en ese plano pero dotado de instituciones relativamente estables y cohesionadas, un desarrollo económico no desdeñable, un tamaño y población apreciables y también un ejército de ciertas dimensiones, modernizado y profesional, estamos asistiendo una vez más a la constatación de que la pauta señalada se acrecienta a medida que la desigualdad entre los contendientes se estrecha. 

Para Rusia podría haber sido quizás relativamente fácil bombardear y arrasar partes del país y sus infraestructuras más básicas. Le habría costado un esfuerzo en términos económicos considerable, eso sí, pero probablemente lo podría haber llevado a cabo con un coste relativamente reducido de vidas en sus fuerzas armadas. En cambio, como estamos constatando, invadir y controlar el territorio, frente a un rival decidido a defenderlo y con medios y armamento moderno para hacerlo, es bastante más costoso de lo que parecía suponer el consenso inicial (de 24 a 92 horas daban a Kiev para caer en los primeros días de ofensiva rusa en casi todas partes). 

Una vez más, la guerra de agresión se está demostrando en estos últimos tiempos muy improductiva si se trata de ganar territorio o el control del mismo, y además es claro que requiere de un esfuerzo militar enorme y costosísimo en términos no sólo materiales sino en vidas humanas, al menos cuando la población del territorio en cuestión no recibe con los brazos abiertos a las tropas ocupantes. De ahí las diferencias sustanciales que se perciben en los resultados del esfuerzo bélico ruso dependiendo de dónde se haya desarrollado éste, ya fuera en 2014 en Crimea y partes del Donbass, o en la actualidad en el resto de la zona sureste de Ucrania, mientras que en otras regiones es mucho más problemático.

Reclutas del ejército ruso. Foto: KONSTANTIN MIHALCHEVSKIY / SPUTNIK / CONTACTOPHOTO

El armamento militar moderno defensivo, tanto antiaéreo como antitanque, se está mostrando muy efectivo para detener ofensivas clásicas basadas en la pura acumulación de poderío militar a base de armamento pesado. En términos de coste, frente a la carísima inversión que suponen los aviones y carros de combate, las posibilidades de detener y condicionar su eficacia con empleo de drones, tecnología antiaérea o antitanque ligera pero empleada a gran escala y demás tácticas de actualizada guerra de guerrillas hace que el esfuerzo defensivo, bien orientado, sea mucho más efectivo. 

Y si, además, hablamos de operaciones militares en entornos densamente poblados y urbanizados, donde las dificultades de las ofensivas se multiplican y las ventajas de las estrategias de defensa se amplían (aunque con costes, sin duda, en algunos casos terribles para la población civil), el resultado que más o menos estamos comprobando empíricamente arroja una lectura clara con un cuento que aplicarnos: que te destrocen el país es mucho más fácil que el que te lo ocupen, al menos si tu población mayoritariamente tiene claro que no tiene ningunas ganas de cambiar de régimen ni simpatías previas hacia el agresor y siempre y cuando se cuente con armamento y tecnología defensiva suficiente.

Está claro que los costes de esa defensa son enormes, y en Ucrania lo estamos viendo también. Pero esos costes son probablemente más que asumibles cuando las libertades, desarrollo económico y vida de tu sociedad están en juego. Se trata de una ecuación no tiene nada de agradable, como es evidente. 

La cuestión es que, afortunadamente, parece que los costes para un hipotético agresor son aún mayores, lo que sí permite albergar ciertas esperanzas estructurales de lograr evitar la mayor parte de los conflictos posibles empleando adecuadamente esta carta. Porque para destrozar con relativa seguridad un país, lo que proporciona ganancias más bien escasas (salvo que tu pretensión sea ser el matón oficial de turno y sacar de ello los réditos habituales), hay que comprometer muchos recursos que drenan inevitablemente otros esfuerzos. 

KONSTANTIN MIHALCHEVSKIY / SPUTNIK / CONTACTOPHOTO. Foto: DIEGO HERRERA/EP

Así, resulta bastante complicado que en términos estrictamente egoístas la cosa rente, al menos por lo general. Lo que es una fantástica noticia. Si, además, lo que se pretende es lograr ganancias territoriales, acceso a recursos o el control militar o político de un país, el grado de compromiso económico, de dedicación de medios bélicos y de personal, así como el coste en vidas humanas que requiere lograr una finalidad así se convierte en directamente inasumible, al menos a medio y largo plazo, a día de hoy, para cualquier país que sea visto como agresor. Y no digamos si, encima, el agredido puede estructurar, porque tiene los medios para ello, una defensa medianamente avanzada. 

De nuevo, y por mucho sufrimiento que pueda generar esta defensa durante el proceso, que sea en general más que factible es una buena noticia por sus efectos disuasorios. Y ésa será la lección más importante que nos convendría extraer a todos de esta crisis. Para, a partir de ella, diseñar cómo actuar para maximizar este efecto de disuasión.

Así las cosas, es indudable que una inversión en defensa bien focalizada parece ser muy productiva a la hora de garantizar que estos potentes desincentivos para conducir operaciones militares de agresión sigan plenamente vigentes e incluso reforzados. Tiene sentido, por ello, aprender de la guerra actual y extraer las correspondientes lecciones, e incluso reforzar nuestras capacidades de defensa, tanto españolas como europeas. 

Varios civiles y soldados, con fusiles de asalto, durante un entrenamiento en UCRANIA. Foto: ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ/EP

Pero en este debate ya en curso se echa en falta que no se comente hasta qué punto, si lo arriba comentado es más o menos la situación actual, el tipo de gasto militar y el modelo de fuerzas armadas que tenemos, más basados en un sobredimensionamiento de nuestra capacidad de “proyección” de poder militar hacia el exterior, que supuestamente debería tener muy potentes efectos disuasorios, es la mejor y más eficiente forma de afrontar el diseño de una estrategia de defensa adaptada a las condiciones actuales de la guerra. 

Da la sensación de que en estos momentos una defensa efectiva exitosa se basa más bien en otras tecnologías y modelos de organización de las fuerzas armadas que las tradicionalmente pensadas para poder llevar a cabo esa proyección ofensiva. Un modelo de organización e inversión que quizás requieren mucho menos gasto en armamento pesado, fragatas y cazas de combate de nueva generación del que se suele dar por hecho y, en cambio, muchos más equipos ligeros, en grandes cantidades, con capacidad para drenar cualquier ofensiva hostil, combinados con sistemas defensivos intensos en capacidad tecnológica. Eso parecen demostrarnos las últimas guerras de este siglo y especialmente la que está librando Ucrania, al menos si de lo que se trata es, efectivamente, de disponer de una capacidad militar efectiva destinada a la garantía de la defensa de nuestra seguridad y libertades. 

A eso y no a aspirar a ocupar ese otro papel tradicional de escudero del matón del patio debería dedicarse la estrategia de defensa europea y estaría bien que los ciudadanos empezáramos a exigírselo a nuestros representantes. A fin de cuentas, estamos hablando de nuestra seguridad, de nuestros impuestos y de cómo ser eficientes para sentirnos más protegidos, pero también más libres.

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