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LA NAVE LOS LOCOS / OPINIÓN

La irresistible tentación de regenerarse

7/03/2016 - 

Anda todo el mundo regenerándose. Se regeneran o simulan estar en ello la Iglesia de Francisco, la banca —hasta su próxima quiebra—, el Madrid de Florentino, el FMI con sus directores generales siempre en manos de la justicia, los sindicatos mayoritarios con sus chanchullos, la vista de Matías Prats, el cutis de Belén Esteban… A juzgar por su número de seguidores, debe de tratarse de una moda irresistible. Los únicos que aún no han dado el paso son los conservadores españoles, quienes, inasequibles al desaliento y a la duda, caminan con paso firme hacia la mayor de sus derrotas. Han hecho de la obstinación una manera de estar en el mundo, ajenos a los numerosos avisos que han recibido de sus votantes, que en el castigo llevan la penitencia. 

Uno, más modesto, ya no está para muchas regeneraciones. Ni las pretende ni las desea. Se conforma, a lo sumo, con ir degenerándose poco a poco. A esto también se le llama graduar el declive personal, tanto el físico como el mental. No me quejo porque la salud me respeta aún y la lucidez es una lámpara que no se me ha apagado del todo. 

"Algunos sólo aspiramos a que nos dejen vivir con relativa tranquilidad, algo que se ve amenazado cuando un nuevo Gobierno decide QUE HAY QUE abrir un tiempo nuevo"

Esa lucidez me recuerda que el saldo de los fracasos vinculados a la regeneración es interminable. Desde que don Joaquín Costa introdujese el término regeneracionismo en la vida pública española hace más de un siglo, no hay diputado novel que se resista a darnos la murga con la palabrita. Es sabido, además, que cualquier diputado elevado a la presidencia del Gobierno considera que la Historia comienza con él y con los suyos. Lo que antes se hizo, fuese bueno o malo, no cuenta, salvo para rechazarlo. Es un regeneracionismo ciego y sordo a las enseñanzas del pasado. 

Me pregunto yo qué tendrá esa pulsión regeneracionista para ser la única nota compartida por los políticos de mi país. Da igual que sean dictadores o demócratas, del pasado o del presente; a todos les da por regenerarnos cuando nadie, que se sepa, se lo ha pedido. Curados de espantos, algunos sólo aspiramos a que nos dejen vivir con relativa tranquilidad, algo que siempre se ve amenazado cuando un nuevo Gobierno decide abrir “un tiempo nuevo”. Es entonces cuando conviene no salir a la calle durante unos días, para evitar que ese “tiempo nuevo” te lleve por delante.

Larga, decíamos, es la lista de regeneracionistas que fracasaron en sus intentos: desde dictadores como Primo de Rivera y Franco hasta políticos como Maura y Azaña. Todos creyeron en las ideas de Costa, cuya vigencia se demuestra cada vez que un diputado de Badajoz o de Sestao nos amenaza con eso de la “regeneración democrática” después del gatillazo de la doble investidura. 

El harakiri de las Cortes franquistas

Sabemos, por las lecciones que extraemos de la Historia, que los repetidos intentos de limpiar el país de corrupción e ineficacia suelen morir en la orilla. Ahora no cabe hacerse tampoco ilusiones porque quienes preconizan la regeneración nunca la llevarán a cabo porque contradice sus intereses. Extraña paradoja pero muy cierta. Sólo en una ocasión ha ocurrido lo deseable; fue hace cuarenta años, cuando las Cortes franquistas se hicieron el harakiri aprobando la Ley para la Reforma Política. Lo que hoy es irrealizable fue entonces posible por el miedo que había a otra guerra civil. 

Deberíamos abandonar las grandes palabras —regeneración es una de ellas— porque son la siembra de futuras decepciones. Seamos modestos en nuestro vocabulario y en nuestras pretensiones; así tal vez lleguemos a ver que algunas se hacen realidad. Si cada uno cumpliese con sus obligaciones sería un buen comienzo. Si los trabajadores diesen lo mejor de sí mismos en sus empleos; los empresarios fuesen empresarios y no especuladores; los gobernantes robasen y mintiesen lo imprescindible; los estudiantes se dedicasen a aprender, si todo eso ocurriese, puede que España funcionase algún día. Mientras eso no suceda le daremos la razón a quienes sostienen que somos incorregibles y que nuestro papel en el mundo es ser unos figurantes de tercera.

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