No es feminismo; es ciencia. Los hombres y las mujeres no tienen los mismos síntomas ante una misma enfermedad, lo que se traduce en posibles diagnósticos equivocados. Un movimiento trata de educar al personal sanitario para que separe los tratamientos y a las pacientes para que no se conformen
VALÈNCIA.- «Se sabe que el aluminio provoca cáncer de pecho, pero no están prohibidos los desodorantes que lo contienen. Se ha estudiado que los síntomas de un infarto son diferentes en mujeres; que a nosotras no nos duele el brazo izquierdo, sino que sentimos náuseas y dolor torácico, pero a muchas de las que se quejan de esos indicios las despachan con ansiolíticos, sin pedir ni un electro, y en casa infartan. Es indignante». La primera vez que la farmacéutica María Gil asistió a una conferencia de la doctora catalana Carme Valls, especialista en endocrinología y medicina con perspectiva de género, no daba crédito.
Eran tantos los conocimientos contrastados que se estaban dejando pasar por alto en detrimento de la salud femenina, tantas las omisiones de los médicos de cabecera, que se exasperó. Más todavía cuando la asociación científica que organizaba el encuentro, la red de mujeres profesionales de la salud CAPS, le expuso ese argumento manido sobre el ritmo de las cosas de palacio: «Desde que las investigaciones arrojan resultados hasta que se implementan en atención primaria pueden pasar entre diez y quince años. Es una dinámica gravísima, que implica una peor calidad de vida y, lo que es más grave, un mayor número de muertes de mujeres».
Aquella epifanía la llevó a asistir a más seminarios para atender con una mayor formación a los clientes de su farmacia en Massamagrell. Tomó conciencia de la nula atención que se presta a los niveles de vitamina D, hormonas tiroideas y ferritina en los análisis de sangre, a pesar de que su descompensación suele estar ligada a la morbilidad diferencial femenina. Esto es, las enfermedades predominantes en mujeres, como anemias, ferropenias, endocrinopatías y enfermedades autoinmunes.
Se ha sentido muy sola. Ha discutido con muchos profesionales sanitarios. La información de la que ahora está al tanto es tan novedosa que le es desconocida a muchos médicos de familia, cuya formación obsoleta no les disuade de llevarle la contraria.
Vita Arrufat: «A todas mis pacientes les insisto en que no paren hasta encontrar a un médico de cabecera que les encaje»
Uno de sus caballos de batalla es acabar con la asunción de lo frecuente como normal en los resultados de las analíticas. La mayor parte de los laboratorios acostumbran a utilizar valores de referencia. Es decir, una media estadística entre los resultados de la población que concurre en ese centro. De esta forma, si en general, los vecinos tienen niveles bajos de un parámetro, esa medida se asume como lo natural. Así, en la práctica, los valores de referencia no sirven para determinar si el resultado de las analíticas es normal o patológico, y se termina infradiagnosticando.
Gil pone como ejemplo los perjuicios que provocan los bajos niveles de hierro en la población femenina. Durante mucho tiempo se ha considerado natural que las mujeres tengan déficit de la proteína ferritina, que actúa como almacén de hierro en las células. Su carencia influye en la ansiedad y en el estrés, provoca irritabilidad, mareos, problemas de memoria, dolores de cabeza y óseos, angustia y cansancio, y es un factor de riesgo para contraer infecciones. María se lo advierte a las habituales de su farmacia. También que no se conformen con el diagnóstico de una fibromialgia sin que antes les hayan revisado los niveles de vitamina D.
Asegura que si no hubiese acudido a aquella conferencia, ahora viviría más tranquila. La secretaria de la red CAPS, Margarita López Carrillo, le replica que viviría mejor, «pero menos años».
Más años, más dolor
En todos los países del mundo, la mujer tiene una mayor esperanza de vida. En concreto vive de siete a diez años más que el hombre, pero los afronta lastrada por el dolor, «con una mayor tasa de discapacidad y de enfermedades crónicas incapacitantes, más visitas a los médicos y prescripción», revela Carme Valls.
A la médica hay pacientes que han llegado a decirle que preferirían vivir dos años menos, pero con una mayor calidad de vida. «La ciencia médica nace en los hospitales, y allí no acudes por, por ejemplo, una menstruación molesta. Lo que se valora son las dolencias que provocan la muerte; todavía no se ha hecho hincapié en los problemas del día a día», explica la endocrinóloga, que lleva desde los años noventa en una cruzada profesional para denunciar y reparar los sesgos de género en la medicina.
Teresa Ruiz Cantero: «Se dice que las mujeres llegan tarde y se les retrasa el diagnóstico, pero eso es cuestión de dos, del sector sanitario y de ellas»
Desde entonces ha ejercido de mentora para muchas profesionales de la sanidad. La editorial Capitán Swing ha publicado su último libro, Mujeres invisibles para la medicina, donde aborda todo el crisol de enfermedades que justifican estudios y praxis adaptados al género femenino: entre otras, el cáncer de mama, las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades mentales sin tratamiento, la osteoporosis, la anorexia y la bulimia.
La divulgadora mantiene un estrecho vínculo con la Comunitat Valenciana. Desde la legislatura pasada forma parte de un consejo de expertos que asesora en el impacto de las políticas públicas en la salud, y en 2019 fue reconocida con la medalla de la Universitat de València. En los meses de mayo y junio impartirá un curso online sobre las diferencias de morbilidad, organizado por la Dirección General de Salud Pública.
Uno de los primeros retos que plantea es el de superar el reduccionismo diagnóstico en la atención femenina, ya que «a menudo se actúa con suposiciones en lugar de con datos certeros».
«¿Cómo es posible que un mundo que se cree científico haya podido olvidar los problemas de la mitad de la población y, por el contrario, medicalizado casi todas las etapas naturales de la vida de las mujeres?», se pregunta la médica, que ejerce de vicepresidenta del CAPS. En la primera visita al médico de cualquier mujer que se queje de cansancio, ansiedad o nerviosismo, «antes incluso de cualquier exploración», la tendencia es a diagnosticar ansiedad y depresión, y recetar psicofármacos. El 85% de ansiolíticos y sedantes se les administra a ellas y solo el 15% a ellos. Las pacientes comulgan a pie juntillas con sus problemas de salud mental, sin pararse a revisar, por ejemplo, la fatiga provocada por su papel de cuidadoras y por la doble jornada en el trabajo y el ámbito doméstico. La propuesta de la red que representa es que se adopten nuevos protocolos para el diagnóstico diferencial del dolor y el cansancio desde la atención primaria. Pero en esas, irrumpió una pandemia mundial.
Un contratiempo llamado covid-19
Vita Arrufat es médica de salud pública en el Centro de Salud Pública de Castellón y cofundadora del Grup de Dones per la Salut i la Pau, donde se trabaja con perspectiva de género. Bajo su experiencia, la Comunitat ha actuado muy bien en pos de la visibilización de la mujer en la medicina; con líneas de trabajo que inciden en la violencia de género, en el embarazo y en el parto, programas de buenas prácticas e implementación de la participación comunitaria en la salud a partir de la formación del paciente activo y del empoderamiento de grupos de mujeres para que puedan defender sus síntomas.
María Gil: «Es una dinámica gravísima, que implica una peor calidad de vida y, lo que es peor, un mayor número de muertes de mujeres»
Vita se ríe y acepta cuando comparamos la lucha de este grupo de pioneras con el movimiento de denuncia #MeToo: «Se nos diagnostica inadecuadamente, pero no estamos acostumbradas a protestar. A mis pacientes les insisto en que no paren hasta encontrar a un médico de cabecera que les encaje».
La crisis sanitaria ha dinamitado su trabajo, tanto por la ausencia de recursos informáticos como por la sobrecarga de tareas de las mujeres que forma: «Con la covid-19, se ha acentuado la desigualdad de género, pues en su mayoría, han sido ellas las que han tenido que teletrabajar y asumir tanto la educación de los hijos como el cuidado de enfermos crónicos».
Como remate, la pandemia ha puesto en evidencia la habitual mirada androcéntrica en la salud. Desde los años noventa se viene denunciando en foros internacionales la exclusión de las mujeres en los trabajos de investigación y en caso de estudiar a ambos, la no diferenciación por sexo en los resultados. He aquí el primer sesgo de género en la medicina: partir de la base de que al estudiar al varón los resultados se pueden extrapolar a la mujer.
El punto de inflexión se produjo en 1991, con la publicación en The New England Journal of Medicine de un artículo que apuntaba una diferencia llamativa según el sexo en la práctica de angiografías coronarias en los hospitales de Harvard y New Haven. Desde entonces, «se han constatado diferencias entre mujeres y hombres en todos los aspectos de las enfermedades cardiológicas, desde los síntomas a los diagnósticos, pasando por el tratamiento y la rehabilitación», desarrolla Valls.
Sin embargo, en la covid-19, el hombre parece seguir siendo la única medida. Vita Arrufat observa que el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, nunca distingue los datos por sexo en sus intervenciones.
Carme Valls secunda su opinión y va más allá. Según estudios ya publicados, la mujer sufre más contagios que el hombre por razones, principalmente, sociales, ya que asume la primera línea del trabajo sanitario, en un porcentaje del 75%. «Además, la enfermedad le afecta más a todo el cuerpo. Mientras ellos sufren pulmonía doble, ellas cursan cansancio y problemas intestinales».
La catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Alicante, Teresa Ruiz Cantero, ha desarrollado un estudio desde la perspectiva de género sobre la incidencia del coronavirus. Los resultados del trabajo, financiado por la Conselleria de Igualtat y la Universitat de Alicante, se publicarán, en principio, en mayo y arrojan un infrarregistro de muertes en mujeres. «Esto es así, porque durante el confinamiento solo se realizaba el test en los hospitales, donde el criterio de ingreso es la gravedad y ha venido marcado por la neumonía, que en ellas se expresa menos», argumenta la investigadora.
En contraste, y eso fue lo que le llamó poderosamente la atención, este año han fallecido más ancianas en los geriátricos, en una proporción de dos tercios sobre sus compañeros, lo que apunta a un fallo metodológico, porque no hay información exhaustiva sobre las muertes por la covid-19 en pacientes no hospitalizados. Aquí entran los fallecidos que el Instituto Nacional de Estadística diagnostica como sospechosos, mujeres en su mayoría.
Carme Valls: «¿Cómo es posible que un mundo que se cree científico haya podido olvidar los problemas de la mitad de la población y, por el contrario, medicalizado casi todas las etapas naturales de la vida de las mujeres?»
La investigadora encara proyectos de investigación que le ocupan trienios. Cada uno se centra en una especialidad en la que evidencia los sesgos de género. En el pasado ha abordado enfermedades respiratorias y reumatología, donde constató la incidencia femenina de la espondiloartritis, una inflamación de las articulaciones de la columna que se consideraba exclusivamente masculina, pero se ha descubierto que en la mujer se manifiesta en las manos y en los pies. «Duele mucho, es incapacitante y a las que la sufren se les está diagnosticando fibromialgia», avisa la catedrática.
En estos momentos investiga la morbilidad diferencial en el aparato digestivo, donde ha detectado «retrasos diagnósticos en la enfermedad de Crohn en mujeres, a las que inicialmente se les atribuye un síndrome de colon irritable», advierte Ruiz Cantero, que a su labor investigadora añade la docente.
Todavía hay sesgos de género en la enseñanza de las ciencias de la salud, pero la catedrática aplaude el trabajo de instituciones como la Xarxa Vives, que ha implementado la perspectiva de género. Esta red coordina la acción conjunta de veintidós universidades, seis de ellas valencianas: en Alicante, la Universidad de Alicante y la Miguel Hernández de Elche; en Castelló, la Jaume I, y en València, la CEU Cardenal Herrera, la Universitat de València y la Politècnica.
«Mi cometido es educar, pero no solo a estudiantes y colegas, sino a la propia comunidad, a las propias mujeres. Se dice mucho que ellas llegan tarde y se les retrasa el diagnóstico, pero eso es cuestión de dos, del sector sanitario y de ella misma, que ha de ser más asertiva», anima
* Este artículo se publicó originalmente el número 77 (marzo 2021) de la revista Plaza