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el callejero

La patria de Alicia es el Mediterráneo

Foto: KIKE TABERNER
2/01/2022 - 

VALÈNCIA. Alicia Medina ha elegido para la entrevista la Terraza La Parra, en Godella, su pueblo, porque es un balcón que se asoma a la huerta donde los agricultores, con los capazos colgados a la espalda, van recogiendo las alcachofas bajo el sol generoso de la mañana. El viento se empeña en arruinar el día y las hojas secas vuelan por encima de nosotros mientras Alicia habla de las tensiones de Oriente Medio y me mira, desconfiada, con unos ojos marroncísimos, para ver mi reacción, para comprobar si me estoy enterando de algo o, como la mayoría, me pierdo con los conflictos que parecen haberse enquistado en aquel rincón del mundo que está a solo cuatro horas de avión.

Esta joven periodista de 32 años está apurando sus últimos días en España. Primero en casa, en Godella, arrebujada bajo el calor familiar, y después de escapada a los Pirineos con los amigos para disfrutar unos días de la montaña y la escalada antes de regresar a su verdadero hogar, a Beirut, donde vive desde hace tres años como freelance y, recientemente, como redactora de un periódico sirio. Ella cruza de una punta a otra del Mediterráneo como muchos estadounidenses vuelan de costa a costa. Porque su verdadera patria, si es que existe alguna, es más un mar que un país.

"Aunque hay un fallo de guion, que realmente no nací en el Mediterráneo sino en el Cantábrico", matiza divertida. El fallo, perdonable, es que su familia se mudó unos años a Asturias, a Gijón, hasta que, hartos de las nubes y el orbayu, decidieron volver al abrigo del Mediterráneo. La madre lleva años trabajando en un hospital. Primero en la cocina y luego como auxiliar. Y el padre aprobó en su día una oposición y es funcionario de Justicia. Y así, con lustros yendo a trabajar al mismo lugar, se asustan al ver que su hija va de aquí para allá. Bruselas, Palestina, Dinamarca, Estados Unidos, Gales, Túnez, Egipto, Líbano...

Foto: KIKE TABERNER

Al salir del instituto, Alicia tomó la decisión de emprender dos caminos a la vez: estudiar Periodismo y aprender árabe. Siempre le había atraído Oriente Medio y fantaseaba con trabajar allí algún día como corresponsal de una importante cabecera. La realidad parecía reírse de ella al llevarle de becaria con sueldos precarios por las redacciones de medios locales. Pero en un Erasmus, viajó a Bruselas y allí contactó con la comunidad expatriada palestina. Y de aquella relación surgió la posibilidad de viajar a Palestina. "Tenía veinte años y fue como un shock para mí. Todo el mundo volvía del Erasmus deprimido y yo, en cambio, estaba shockeada de ver todo aquello. Allí entendí que era a lo que me quería dedicar. Vi que las historias tenían más sentido".

Pero sentir fascinación por Oriente Medio no significaba, y se apresura a aclararlo, que soñara con ser corresponsal de guerra. A ella le engancha el vínculo mediterráneo, no las bombas. "Porque siempre he sentido que tengo más en común con un tunecino o una libanesa que con un danés o una alemana. Y todas las decisiones que he ido tomando me han ido acercando hacia allá", añade.

Llama la atención que Alicia va abrigada como si estuviera ya en la montaña. Botas forradas de borrego, un abrigo, una bufanda anudada al cuello y un gorro de lana. La mañana es ventosa y desapacible, pero el termómetro frisa los veinte grados.

Se desvió tres años del camino

Pero ni las rocas por las que escala al norte de España ni el calor familiar en Godella consiguen arrebatarle cada Navidad su deseo por volver al Líbano. "Yo, cuando aterrizo en Beirut, siento que ya he llegado a casa".

Foto: KIKE TABERNER

Antes de este antojo tuvo que romper con todo. Porque antes de instalarse en Oriente Medio se desvió del camino al montar, con dos compañeros de la facultad, Diodo Media, una productora audiovisual que le permitió, eso sí, dirigir un documental, La puerta azul, sobre los centros de internamiento para extranjeros. "Estaba bien porque me interesaba hacer documentales, y a mí me gusta tratar los temas en profundidad y en formato largo. A mí, lo de las noticias del día a día me come un poco el alma". Alicia pasó tres años en Diodo, acostumbrándose a un sueldo miserable -400, 500 o 600 euros- que daba para el alquiler y poco más.

A los 27 años tuvo una crisis existencial. Un día se levantó y se sintió prisionera del presente. Pensó que para qué había estudiado árabe y vio Oriente Medio más lejos que nunca. Así que decidió dejar la productora y empezar a pedir becas por todas partes para cambiar su vida radicalmente. Alicia logró una beca 'pata negra', 47.000 euros -aún le entra la risa al recordarlo-, para estudiar durante dos años en tres países: Dinamarca, Estados Unidos y Gales. "Era un máster sobre periodismo, narrativas de conflicto y cosas así", concreta. Y así pudo experimentar el contraste de vivir en un lugar deprimente como Swansea pero también en Berkeley, en la bahía de San Francisco, uno de los lugares más caros del mundo, donde compartía habitación y casa con quince personas. 

"Ese máster me dio el empujón que me faltaba. Ver que los editores confían en ti fue fundamental. Y encima, en esos dos años, en verano, en lugar de volver a casa me fui a Beirut a ver qué tal. Me encantó y empecé a colaborar con À Punt, luego vendí un par de reportajes y vi que eso me gustaba. El primer reportaje, que lo publiqué en la revista 5W, fue sobre el kafala, que muchos lo definen como un sistema moderno de esclavitud. Hay muchos extranjeros explotados y es como el típico tema que haces cuando llegas".

Esas semanas descubrió que Beirut era su sitio. Había estado en Túnez y le gustó, pero no del mismo modo. Y en El Cairo comprobó que no es una ciudad para una mujer que vive sola. "Es la capital mundial del acoso. A mí, más allá de las miradas asquerosas y la gente que te dice cosas por la calle, no me pasó nada. Pero a mi compañera de piso intentaron forzarla. En cambio vas a Beirut y es una ciudad mucho más abierta y hay más libertad y te puedes vestir como quieras que nadie te va a decir nada. Es la ciudad más progresista de Oriente Medio y la mayoría de los periodistas están allí".

La madre de todas las explosiones

El problema llegó el 4 de agosto de 2020 con un ruido atronador que se escuchó hasta en Chipre. Ese día explotaron 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el aeropuerto de Beirut y su efecto devastador, con un radio de 20 kilómetros de destrucción, mató a 217 personas e hirió a siete mil. Ese desastre, unido a la revolución de octubre de 2019, ha provocado una vertiginosa devaluación de la moneda libanesa, la lira. "Ha perdido el 90% de su valor. El policía que ganaba 1.200 euros al mes, ahora está ganando 60. Eso ha sido una debacle y muchos periodistas se están yendo a Estambul o a Irak, ahora que está mejor. En este momento se está produciendo la caída del país, pero es como la historia de la rana que hierves a fuego lento y en lugar de huir se queda quieta".

Alicia Medina empezó a trabajar como freelance para medios como À Punt o La Voz de Galicia. Luego probó con medios extranjeros como 'The New Arab' o News Deeply. Y cuando empezó la pandemia pasó a entrar en nómina de Syria Direct, un curioso proyecto con base en Amán (Jordania) formado por redactores sirios y extranjeros que escriben en inglés. "Pero en agosto los servicios secretos jordanos nos obligaron a cesar nuestras operaciones en Jordania bajo la amenaza de deportar a nuestros compañeros refugiados sirios. Así que ahora han trasladado su sede a Berlín, donde también se han instalado otros medios obligados a huir de Oriente Medio".

Foto: KIKE TABERNER

La periodista valenciana es feliz trabajando para Syria Direct. "Me hace gracia que los primeros que me han ofrecido una estabilidad laboral no son los españoles ni los europeos sino los sirios (se ríe a carcajadas). Pero estoy muy contenta porque igual no es un medio muy conocido, pero me permiten hacer reportajes audiovisuales en Irak, Jordania, Líbano...Y el sueldo está bien.  Desde que empezó el corona (ella nunca dice coronavirus) mi foco está en Siria y en los refugiados sirios en el Líbano, un país de seis millones de habitantes con 1,5 millones de refugiados. Estoy feliz porque es mi realización profesional. Para mí es importante seguir contando lo que pasa con los sirios porque ya hay mucha fatiga con Siria y la gente se va olvidando", resume sobre su labor periodística.

A Alicia se le ilumina la cara cuando habla del Líbano. Le gustan sus gentes, sus relaciones familiares, su humor y la importancia que dan a la comida y a la dieta. Adora su cocina, en especial el sauda ma dibsi al rumana -lo escribe con la zurda en la libreta, primero de izquierda a derecha con una letra espantosa y después, quién sabe si para impresionar, de derecha a izquierda, en árabe-, un plato hecho con hígado y salsa de granada. O el man'oushe, un pan que lleva tomillo, orégano, sésamo, mejorana y zumaque.

La devaluación de la lira

La terraza ha ido llenándose poco a poco. Sobre las mesas, cafés, zumos de naranja XL y bocadillos con habas y cosas de la huerta. A un lado, sobre un pedestal, hay un cruz con fecha de 1801 que ya pintó Ignacio Pinazo, en 1900, con el título de La cruz del Molino en Godella. Mientras, a espaldas de Alicia Medina, varias personas pasean a sus perros para que se desahoguen entre los huertos.

Foto: KIKE TABERNER

El 4 de agosto de 2020, Alicia estaba en su casa, a 1.200 metros de la explosión. La onda expansiva reventó los cristales de una puerta. Le cayeron encima pero tuvo la suerte de salir ilesa. No sabía qué estaba pasando. Se asomó al balcón a mirar porque pensaba que, de fuerte que había sonado, había explotado en su calle. Luego bajó y fue entonces cuando contempló el enorme champiñón rosa que se elevaba sobre Beirut. "Todo el mundo se movía por la calle sin saber si iba a explotar otra bomba o si estábamos en medio de un bombardeo. Fueron momentos muy intensos porque no es que pase algo y entonces viajes a esa ciudad a contarlo. Pasa en tu ciudad y te preocupas por tus amigos. Lo cubrí para varias televisiones".

-Alicia, ¿te ves muchos años allí?

-¿Te ha enviado mi madre a preguntarme esto? No lo sé. Mi árabe ya es fluido y eso es una ventaja en comparación con otros periodistas. Pero, claro, tenemos ocho horas de electricidad al día y eso es una mierda. Por eso creo que algún día me iré a otro lugar del Mediterráneo. En 2022 me veo en el Líbano. Más adelante ya se verá. Me gusta vivir allí. Es bonito. El otro día veía una fotografía de Beirut con el mar, al fondo las montañas nevadas y abajo las palmeras... Tiene mucha historia y mucho carisma, pero mucha gente dice que tiene una relación tóxica con Beirut: te atrapa pero realmente te está jodiendo porque no hay electricidad, o seguridad, tiene mucha contaminación. Luego llegas aquí y tienes un metro puntual y está el aire limpio y todo funciona, aprietas un interruptor y las cosas van...

Sus padres fueron a verla por primera vez en verano. Su madre quedó impresionada por la destrucción de la ciudad, pero también fueron a las montañas, y a ver las fantásticas ruinas romanas de Baalbek. Pero les chocó que comieron unos entrantes y una pizza y les costó 600.000 liras. "Eso, al cambio antiguo, serían 400 euros. Al cambio en el mercado negro, 24. Antes un dólar eran 1.500 libras; ahora, 25.000. Básicamente han perdido un cero en su salario".

El 21 de diciembre volvió a Godella. Llegó a la casa de sus padres con baklava -el dulce libanés por excelencia- en la maleta. En unos días colmó todos sus placeres: Casa Pepe, la paella, la sepia de su casa, la torrà con las amigas, la paletilla del día de Navidad y los canelones que hicieron el día después para aprovechar los restos. Y en unos días se vuelve con jamón, turrón y la sensación de que sus amigas viven mucho más deprisa. Pero ella no puede echar raíces. Alicia se mueve por la curiosidad. "Es como si estuvieras en una habitación y esa habitación está muy bien, pero yo tengo la necesidad de salir y ver qué hay en otras habitaciones. Por eso me encanta venir y ver a mi familia, pero no para quedarme", explica. Y por eso hoy volará a Estambul. Y de ahí cogerá otro avión y, cuando aterrice en Beirut, al otro lado de este mar con dos orillas tan desiguales, sentirá una especie de calma y de sosiego. Habrá vuelto a casa.

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