VALÈNCIA. El pasado jueves 19, en el Festival de mediometrajes La Cabina, se estrenó Wanderers, de Evgenia Alexandrova. Un curioso reportaje sobre la Estación de Investigación del Desierto de Marte (MDRS, Mars Desert Research Station), en el desierto rojo de Utah. Una instalación en la que conviven científicos e investigadores como experimento que emula las condiciones de vida en una colonia en Marte.
El primer entrevistado dice que le encanta estar en este tipo de experimentos. En uno en el que había estado antes, era seis meses al año de noche. Lo único que lamenta es que será demasiado viejo cuando realmente se pueda instalar una colonia en Marte. Otro, más joven que aparece después asegura que escapar de la Tierra es una obligación. Tarde o temprano el sol va a colapsar, aunque sea dentro de millones de años, y los humanos tendremos que habernos convertido en una especie interplanetaria para poder sobrevivir.
En estas instalaciones en mitad del desierto conviven seis personas que han sido seleccionadas previamente. La primera referencia que viene a la mente es la del experimento Biosphere 2, pero este tenía poco de científico y más de utopía, como la que habían leído sus promotores en el libro de René Daumal, Monte Análogo. Aunque tenían en mente la vida en otros planetas con sus instalaciones aisladas del exterior, también pensaban en sobrevivir dentro cuando la vida sobre la Tierra fuese imposible. Tal y como relató el documental Spaceship Earth de Matt Wolf, , este proyecto en mitad de la nada en Arizona acabó como el rosario de la aurora y con Steve Bannon, nada menos, de espontáneo.
Ambas instalaciones se pueden cotillerar por Google Maps, el proyecto fallido de los hippies, rescatado hace unos años por la universidad de ese Estado y el de Marte, cuyo paisaje, efectivamente, se parece mucho al de un inhóspito planeta. Aunque alrededor tenga algunos puntos de interés turístico con sus resorts y todos los complementos. No hay más que moverse con el ratón para verlo.
Las imágenes de este documental no tienen nada que no hayamos visto en el otro, salvo porque aquí la gente no está en tensión, pero fundamentalmente teclean, hacen la comida y cuidan plantas. Sin embargo, indefectiblemente, va apareciendo su faceta personal en los diálogos que van teniendo mientras ven pasar las horas. De hecho, una conversación que tienen trata sobre eso, acerca de por qué el tiempo pasa más rápido cuando envejeces. Se conoce que el tiempo es en relación al tiempo que has vivido y un minuto, tras la suma de tantos minutos, en comparación con ellos, resulta insignificante, dicen.
El primero que habla, al que le encantan estos experimentos, cuenta que le gustan las rutinas que lleva ahí dentro, que una vez, de regreso a casa, se vio sumido "en una profunda depresión", aunque luego matiza que no fue por su amor al aislamiento (o sí) sino porque se vio empujado a casarse. Un bajón que compara con el que tuvo Michael Collins, de la misión Apolo 11, cuando regresó a nuestro planeta. Los huéspedes de la instalación se preguntan ¿Cuál es el sentido de la vida después de haber orbitado La Luna?
Después, los habitantes de la base filosofan sobre este particular. Parece que en la guerra, añade otro, como solo te centras en sobrevivir, la vida tiene un sentido muy poderoso y muy claro. Sin embargo, en la vida cotidiana, ese significado de la existencia está más difuso. Parece que no por casualidad, luego, conforme avanzan los testimonios biográficos, van a aflorando varios divorcios.
El espacio en el que viven no es precisamente un resort de lujo. Se trata de un cilindro de dos plantas con ocho metros de diámetro en el que habitan siete personas. En un blog que llevó la autora del documental mientras estuvo en la estación apuntaba más o menos lo mismo que dicen los científicos y estudiantes. Ahí dentro la vida consiste en realizar una serie de trabajos rutinarios, preparar la comida y luego sumergirse en el tiempo libre con juegos de mesa o conversaciones y discusiones "profundas y personales". Como en Gran Hermano, básicamente, pero sin el "profundas".
En las salidas al exterior, efectivamente, el paisaje es como de otra galaxia, aunque se encuentre en este planeta y se me ocurran media docena de localizaciones en Aragón equiparables. Alexandrova ha querido terminar su película siguiendo los paseos que se dan los investigadores en trajes similares a los que se utilizarían en el espacio y los ha acompañado de una flauta oriental, como si fuera una hippie del Biosphere 2. Al final, lo que no está tan alejado es todo aquel al que le atrae la ficción tan escapista.