Los bares son para los amantes, y aquí va uno donde se deshojan las alcachofas
VALÈNCIA. Cada vez son menos las verdades que me mueven y me conmueven. ¿Acaso pueden unas alcachofas ser motivo de peregrinaje al corazón del barrio de El Carmen? Pues sí, las alcachofas todo lo pueden. Son las plantas de las sonrisas y las lágrimas, las verduras mágicas que hacen germinar los amores, que pueden marchitar las relaciones. A mí me valieron una ruptura, amarga la cosa, pero esa historia es de otro tiempo.
Hasta L’Aplec llegamos por ellas, y solo por ellas. Nos habían dicho que las preparaban fritas, muy fritas, como chips de una sabrosa quimera. Y miren, a una amiga se le saltaban las lágrimas. Nos contentábamos ya, qué facilones somos, pero resulta que hubo más que carxofa (sí, aquí se habla en valenciano, y qué bien suena): que si calamar a la plancha, que si ensalada de tomate valenciano con ventresca, que si buen vino y mejor producto.
Dicen que las bravas son pletóricas. Y de acto final, las tartas caseras. Levantan medio palmo del plato, pero el ánimo se te sube a las nubes.
No es un local bonito, tampoco feo, como tantos escenarios de la vida. Un bareto de los que se deja mirar, cálido, donde la barra se viste con tapones de botella y muchas historias descorchadas. Siempre lo digo: si en medio del naufragio, te agarras a la barra, parece que la vida va pasando con menos tormenta. Que me pongan tapas y me saquen copas, que yo paso de los arroces. De la cuchara no tanto, pero a veces el alma se calienta distinto.
Detrás de L’Aplec está Sonia. Aquella noche, con una cocinera y una ayudante. Tres mujeres para levantar el pabellón y no, no les va el protagonismo. Por hoy, solo buenas raciones, en un Carmen que podría volver a ser lo que era. Que lo está volviendo a ser.