VALÈNCIA.- Después de pasar unos días en Edimburgo toca seguir la aventura para descubrir realmente la verdadera Escocia, la de los prados, las ovejas peludas y los castillos —hay entre 2.000 y 4.000— que te transportan a otros tiempos. Todo ello con el reto añadido de conducir por la izquierda y reponerme de algún que otro susto, pero… ¿qué es una aventura sin sobresaltos? Ya puedes imaginarte que sale bien porque el viaje no se trunca y estoy escribiendo estas líneas. Eso sí, creo que solo he visto un día el sol… pero supongo que es otro de los encantos de Escocia.
En las Highlands (Tierras Altas) es inevitable no pensar en Braveheart, y más cuando veo un cartel que anuncia que Sterling está a pocos kilómetros. No lo tenía en mente pero me desvío para visitar el monumento a William Wallace y ver in situ dónde se llevó a cabo esa célebre primera batalla liderada por él y Andrew de Moray y en la que vencieron a los ingleses. Para mi sorpresa, me encuentro con un coqueto pueblo coronado por un castillo. Como el de Edimburgo, se asienta sobre una roca de origen volcánico pero aquí no hay tanta gente y se agradece.
De hecho, si en Edimburgo no visitaste su castillo, es muy buena opción para quitarse esa espina y descubrir cómo eran los castillos medievales. En estos lugares me dan ganas de poner la oreja sobre sus muros para que me cuenten todas las batallas que han presenciado. Me contengo pero en la estancia donde están las Stirling Heads (las cabezas de Stirling) me da la sensación de que estoy siendo vigilada por todas esas cabezas de madera que el rey Jacobo V mandó tallar y que representan a reyes, nobles, personajes mitológicos, emperadores romanos…