Esta no es una historia de piratas, ni de islas misteriosas, tampoco aparecen muelles, dársenas, bergantines y polizones.
Sin embargo si alguien me viene a la cabeza cuando veo a Luca Bernasconi es Corto Maltese: ese capitán, hijo de una gitana y un marinero que inmortalizó Hugo Pratt a finales de los 60 en la que posiblemente sea la mejor serie de aventuras gráficas de la historia.
Si algo caracteriza a Corto, a Luca, es una inmensa capacidad para reinventarse, para tomar riesgos, lanzarse a la aventura y liderar proyectos oníricos. De aspecto rudo y tosco, pero afable, Luca, en esa inquietud que le caracteriza acaba de montar una tienda, que también es bodega y club privado en pleno barrio de Ruzafa. Nada más acceder a la Calle Luis de Santángel, podemos divisar sin catalejo ¡vino a la vista! en el chaflán con Pedro III el Grande, que promete ser lugar de peregrinación de enófilos, enopátas, vinófilos y demás seres de mal vivir y buen beber.
No anda solo en esta nueva aventura Luca, al igual que en Entreblat con Antonio Canaletti (Taberna Teca), en este caso cuenta con un segundo de abordo Mario Tarroni (L’alquimista), que aporta una nueva dimensión a Lebulc a través de su enfermiza obsesión por el vino natural. Y mucho ojo porque como decimos los boomers queriendo parecer millenials: “se vienen cositas“. Pronto tendremos noticias sobre un proyecto que tiene entre manos con Guillaume Glories (Entrevins).
Pero volviendo a Lebulc, en primera instancia destaca la tienda, la wine shop, el vin à emporter. Todo rezuma cierto secretismo aquí: hay que llamar al timbre, los cristales son opacos y el acero oscuro impregna puertas y ventanas. Una vez Luca te abre la puerta, se observa, en primer lugar el espacio natural. Los vinos de Mario. Por un lado los nacionales y por otro los internacionales. Entre los vinos españoles, veo cositas golosas e interesantes: Cható Pqta de varias añadas, Cos a Cos, Ampelos, Prádio o los vinos de Goyo García Viadero. No lo diré muy alto, pero también hay algunas (pocas) botellas de Bujes y de Escombro de Erik Rosdahl. Canela fina. Poquita broma. Entre lo natural internacional: Spacca del propio Mario, Barbagianna, Il Roccolo di Monticelli, Insolente o Abbazia San Giorgio un orange veneciano. Ay, Venecia! otra vez Corto Maltese y su Favola di Venezia.
Vista la selección de Mario, vinos naturales, extremos en muchos casos y sin intervención, nos adentramos en el corazón del sueño, ese que va sobre el tiempo flotando en un velero que escribió Lorca y cantó Camarón y que a mi me devuelve a mis dos obsesiones: El Sandman de Gaiman y el vino bien hecho. “Este espacio es el resultado de mis 20 años de pasión por el mundo del vino, es un espacio muy personal, muy cuidado y en el que no caben referencias que no tengan un significado para mí. Aquí hay almacenados vinos que he ido adquiriendo para el Celler del Tossal o El Rodamón durante años y que sigo adquiriendo para mantener los cupos con los productores“. A la entrada los valencianos: Creu Pairal, Javi Revert, Celler del Roure, Rafa Cambra o Mustiguillo. Una única referencia por bodega, dos a lo sumo y pocas unidades. Junto a ellas Jerez a una balda y a otra los nacionales. Con especial atención a Priorat y Galicia (las zonas más interesantes hoy día en España) donde tampoco faltan cositas de Álvaro o Rafa Palacios y mucho vino de Envínate tanto Canario como Gallego o de Almansa, aunque también hay clásicos como Vega Sicilia o Pingus para gente que se siente más cómoda con ellos.
Lebulc no parece una tienda al uso. Es más bien la bodega de un restaurante con una afinada sensibilidad y criterio. “Esto no es una tienda de barrio, aquí no vas encontrar vinos de 7-8 €, y el cliente que viene aquí lo sabe. Hay muy buenas tiendas que ofrecen diversas gamas y opciones, aquí hay poco y seleccionado, pero es cierto que la gama media ya sube a 20 o 25€“. Y ojo que una cosita es la gama media y otra los pepinos, porque Luca tiene pepinazos franceses e italianos muy difíciles de encontrar. Los llamados Unicornios. Desde Borgoña a Barolo, pasando por Jura, Champagne, Burdeos, Loira o Ródano, las botellas que acumula la tienda son incuestionables: Dard et Ribó, Barthod, Mortet, Rousseau, Roumier, Roulot, Daguenau, Ganevat, Jamet, Leroy, Vajra, Rinaldi, Valentini, Conterno, Macle, Fleury, Jérôme Prévost, Bérêche et Fills…
Me adentro en la bodega y cojo un Côte Rôtie de Jamet. “¿Ey tú, dónde vas? Tienes mal gusto eh! Ese pepino no sale de aquí, lo puedes tomar en el club, pero aquí hay botellas que no cruzan la puerta“. Ajá. El club. Cuéntame más, le espeto… Silencio. La primera regla del club de Luca, es que nadie habla del club de vinos. Pero como las reglas están para romperlas, aquí ando yo destripando las intimidades del que ya es uno de mis must por derecho propio. El club es mi parte favorita y aunque como buen Marxista nunca pertenecería a uno que admitiera como socio a alguien como yo, en este caso haré gustoso una excepción. Aquí solo hay dos normas. La primera norma del club es: El jefe siempre tiene la razón y la segunda norma: En caso de no tenerla, se aplicará la primera norma.
El jefe manda en su casa, pero de forma sutil. Luca no obliga, al contrario. Él recomienda, selecciona y sugiere qué tomar con humildad y generosidad. Decía Borges que él no estaba orgulloso de lo que había escrito, sino de lo que había leído. En esa misma línea anda Luca, que no se considera sumiller sino que se confiesa bebedor de vinos. Y el objetivo del club es precisamente ese: beber vino, hacer pedagogía, descubrir cosas nuevas y compartir. “El club, que tiene una simbólica cuota anual y es privado, tiene como objetivo ser un espacio de encuentro, un refugio y un hogar para apátridas como nosotros. Igual que tú vas al Saxo y sabes que está Fernando y se hace lo que él dice y sabes que siempre vas a encontrar una cara conocida. La idea no es que te bebas un pepino para lucirlo, más bien poder compartir con las otras mesas una copa, charlar y descubrir conjuntamente. Un espacio donde socializar pero siempre con el vino como excusa“.
En resumidas cuentas, ni huevos de Fabergé, ni los restos de la flota de San Miguel, El Dorado o las Minas del Rey Salomón. El tesoro más buscado y mejor guardado se encuentra en Lebulc y está custodiado por Luca Bernasconi. Si queréis disfrutadlo tendréis que suplicarle que os deje pasar al club o bien aparecer con algún amigo que tenga acceso. Y es que ya se sabe: quién tiene un amigo, tiene un tesoro.