Hay semanas en que discutiría hasta con El Roto. Sus viñetas audaces, comprometidas e intelectuales me dejan la sensación, en ocasiones, de que la audacia, el compromiso y la intelectualidad ha quedado reducidos a un mero chiste que circula por internet. Que son medallas con las que decorar nuestra solapa. Que en el fondo (o en la superficie, más bien) imponen un brillo que ciega más que alumbra, que paraliza más que moviliza, que fascina a los gentiles en lugar de traducir para los ignorantes (nosotros) ese lenguaje pegajoso en que hemos convertido la realidad.
Son días de debates y de cálculos de lo que será el futuro. El Roto publicaba una viñeta el otro día en que decía que la militancia permite tener razón sin tener que razonar. Ojalá. Cuando dice ‘militancia’, yo le pondría ‘El País’. Luego me arrepiento, me sereno, no escribo nada, no digo nada prácticamente, y me enredo en las páginas que quiero y que me gustan.
¿En qué momento hemos convertido la antipatía en una enseña y la sospecha en distinción? O algo peor, ¿en qué momento hemos aceptado que nuestro lenguaje común, nuestra lengua koiné, es el barro al que lanzamos toda nuestra política, toda la política? Me da por pensar que lo más intelectual, hoy en día, sería escribir una oda al BOE. Luego me sereno y no escribo nada, pero de eso no me arrepiento.