VALÈNCIA. Sin duda, es el más clásicos de los autores vivos de novela negra americana. Las leyendas sobre su mal humor forman parte de la historia. En València, a donde ha acudido para recoger el premio Franciso González Ledesma que otorga VLC Negra, James Ellroy ha demostrado su sentido del humor, sus dotes de showman y sus conocimientos de español macarrónico («solo sé decir tacos», confiesa), pero ni rastro de ese autor impredecible que aterrorizaba a periodistas y fotógrafos (bueno, alguno ha pillado). Lo único que pide es que las entrevistas se hagan con mascarilla.
Ellroy no es la única referencia internacional de la novela negra contemporánea que ha visitado la VLC Negra en su primera década de existencia, y que con cada edición va subiendo peldaños de dos en dos en el escalafón nacional. Donna Leon, Petros Márkaris, Jöel Dicker... han pasado por aquí, pero a ninguno de ellos sus lectores le han acompañado en la búsqueda del asesino de su madre, y ninguno tiene ese aura mítica que hacía temblar a los periodistas que osaban entrevistar a quien no tenía empacho en definirse como el Beethoven o/y el Tolstoi de la novela negra. Ahora, sabedor de su leyenda, juega con ella para encandilar a sus entrevistadores con un verbo rápido y un gran sentido del humor.
El autor que ha venido a presentar su última novela, Pánico (Random House) —la primera parte de un díptico dedicado a Freddy Otash, periodista y chantajista que vivió la edad de oro de Hollywood aterrorizando con sus scoops a las estrellas—, tuvo una llegada accidentada a València que no le ha quitado las ganas de disfrutar de su viaje de promoción. Con su uniforme habitual —americana y camisa hawaiana cantarina— explica que se torció el pie antes de subir al avión, y que la víspera de la entrevista la pasó en la consulta de un traumatólogo. «En realidad no es para tanto, peor ha sido el jetlag; eso no me va a impedir disfrutar de la visita y, además, espero convertirme en un anécdota que va creciendo cada vez que los responsables de VLC Negra cuenten dentro de unos años, cuando recuerden mi presencia en esta décima edición», explica.
En esta, su última novela de momento, Ellroy vuelve a uno de sus temas favoritos: la cara oscura del Hollywood dorado, una cara roñosa que deja al Hollywood Babilonia de Kenneth Anger o al de Servicio Completo de Scotty Bowers a la altura del betún. «Más allá de todo ese glamour que nos han contado, los actores eran gente de la peor calaña. Mis libros gustan por el sexo, la violencia, los personajes extremos... y todo eso lo tenemos en los actores y en Hollywwood», dice como si fuera un seguidor de Q Anon. De hecho, le tiene tantas ganas a la fábrica de estrellas que ha dejado de momento paralizada la cuatrilogía (¿se dice así?) que inició con Perfidia y no retomará los dos capítulos que le quedan hasta que publique la continuación de Pánico.
En su afán de epatar, en todas las entrevistas -venga o no a cuento- deja caer la mierda de actor que era James Dean, lo mal que le caía Sal Mineo, el desprecio que siente por el maestro Nicholas Ray y lo sobrevalorada que está Rebelde sin causa. Parece un ejercicio de dropping names para promocionar la novela, seguramente lo es, pero es verdad que ni ellos ni la mayoría de actores que van apareciendo (Rock Hudson, Natalie Wood, John Wayne, Marilyn Monroe, Marlon Brando, Liz Taylor...) salen bien parados. «A mí lo que me molesta», insiste en desmontar el mito de Tinseltown que crearon los jefes de prensa de los grandes estudios, «es que parece que si eras actor podías hacer cualquier cosa».
Pero su afán desmitificador va más allá y se queja de los que critican la imagen que ha dado de Caryl Chessman, un violador condenado a pena de muerte que estudió Derecho y se convirtió en un símbolo de la lucha contra la pena capital. «Me dicen 'bueno, en el fondo no mató a nadie'. Matar no mató, pero era un secuestrador y un violador ¿qué más quieren?», se preguntan.