VALÈNCIA. El pasado mes de julio, mientras la escritora Lidia Caro estaba en una fiesta, el mar se quemó. Lidia estaba pensando cómo pasar la resaca y una persona -que aún no se había dignado a dormir en toda la noche- le enseñó en el móvil como en el golfo de México una parte del mar se estaba quemando: una imagen, tan sugerente como poética que asaltó a la escritora. ¿Qué se lleva el fuego?, ¿qué podríamos quemar a día de hoy?...
Sin quererlo Caro ya estaba dando respuesta a estas preguntas en No entrar con llamas, su nuevo libro de relatos en el que hace una mordaz crítica a la cotidianidad desde el autoconocimiento y el humor. Este libro amarillo neón, editado por Altamarea, incluye, en uno de sus relatos, este mágico momento veraniego, en el que Caro encuentra en el agua ardiente una ironía absoluta.
Escribiendo sobre sí misma, su círculo, y sobre el día a día, busca desgranar en sus relatos una especie de venganza contra el mundo que le rodea, una venganza que ya se podía ver en Los años que no, pero que ahora “es como la de un niño que da puñetazos contra el aire”, porque los personajes a los que critica viven dentro de ella y son mediocres como puede serlo el lector (en el buen sentido de la palabra, claro): “Me lo paso bien escribiendo, y eso también es una venganza. Al final no se puede luchar contra nada, se acaba un poco en un bucle sin quererlo, es la primera parte de este juego”.
En el suyo, el de la escritura, escribir es trabajo y es ocio, por lo que tiene que encontrar en sus ficciones algo que le parezca suficientemente interesante para centrar su atención en ello. De esta manera acaba escribiendo sobre conceptos que, de forma involuntaria, se conectan con el fuego: un burn out emocional, “estar quemado” como concepto.
En No entrar con llamas, Caro consigue escribir sobre los lugares que conoce -generalmente situados en València- y sobre sus sentimientos a flor de piel. Lo hace a través de personajes enganchados en el bucle de la cotidianidad, que piden comida india un día de resaca y que probablemente llamarían a su ex en una borrachera. Para presentarles, emplea frases de canciones, les sitúa en todo tipo de espacios y les hace llegar a todo tipo de reflexiones existencialistas (¿a quiénes votarán los que llevan zapatos Camper?) dejándose llevar por ella misma y su círculo: “Me sale escribir de forma natural con las situaciones que creo. Que yo sepa, ningún escritor escribe dentro de una bola de cristal en la que no pase nada, el momento en el que el ser humano empieza a narrar es en el que se da cuenta de que existe y de que está rodeado de personas”, confiesa la autora, en una reflexión que bien podría pronunciar la protagonista de uno de sus relatos.