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en el interior de las cosas / OPINIÓN

Lloviendo piedras

22/01/2024 - 

Este fin de semana pasado, las calles de numerosas ciudades y pueblos del país se han llenado con el grito unánime de parar el genocidio de Israel sobre Gaza. Aquí, en nuestro pequeño país mediterráneo nos concentramos miles de personas entre Castelló, València, Alacant, Gandia, Xàtiva, Borriol, Ontinyent, Elx, Torevieja, Villena, Alcoi, Vinaròs y Morella…

El asedio contra Gaza, dirigido desde el gobierno israelí de Netanyahu, atraviesa instantes de máxima urgencia. No es para menos. Se trata del exterminio de la población y su territorio, llevando hasta sus últimas consecuencias el apartheid que Israel practica desde hace décadas contra Palestina, contra los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania.

Definir Palestina como la prisión al aire libre más grande del planeta no es exagerar. Definir a Netanyahu y a su ejército israelí como uno de los más mortíferos y crueles, tras el exterminio de raza y religión que hiciera Hitler con las personas judías, no es exagerar. Y no se entiende el posicionamiento de este mundo, de esa maldita ‘comunidad internacional’ que permanece quieta y en silencio frente a semejante matanza de un pueblo.

Los gritos en la calle, el codo a codo entre la gente de bien que exige parar tanta barbarie, está sirviendo de poco. El gran poder de Israel, arropado por EEUU, está arrasando con un pueblo que, en su mayoría, ya fuera desocupado y expulsado de su territorio en 1948. Y, desde entonces, no ha cesado la hostilidad. Ni la muerte.

Ante el clamor mundial y multitudinario, Israel no piensa detenerse, a pesar de que la tensión geopolítica de la zona está creciendo peligrosamente. No hay marcha atrás. El imperialismo y la incesante colonización israelí de los territorios ocupados de Palestina, está llevando a la destrucción y confrontación de Oriente Medio.

Cabe poner de relieve una resolución de la ONU, de hace años, por la que se declaraban ilegales los asentamientos de colonos en todo el territorio ocupado de Palestina, en Gaza y Cisjordania. No se ha cumplido. Y no ha pasado ni pasa nada. Ningún país se ha opuesto o criticado el incumplimiento de esta normativa de la ONU.

Israel lleva décadas asentando a su ‘pueblo elegido’ en las ciudades y pueblos palestinos, construyendo carreteras particulares, ‘vías de seguridad’ para esos colonos, con efecto llamada, que se instalan allí porque se les ofrece vivienda y trabajo. No cesa el levantamiento de más kilómetros del muro de hormigón que separa al pueblo palestino, que los aísla de sus familias, empleo, de sus huertos y acuíferos.

Es demasiado cruel esta realidad, esta rutina, demasiado dolorosa y triste. Quienes hemos viajado en Palestina y hemos conocido el sufrimiento del pueblo palestino, no podemos silenciar esta situación. Es imprescindible visibilizar e insistir en una tragedia donde el periodismo y la verdad están siendo asesinados, arrasados.

La pasada semana escribí sobre la ignominia de cancelar, por parte del actual gobierno municipal de la derecha y su ultraderecha en Castelló, el convenio que se mantenía con UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos en Gaza, Cisjordania, Jordania, Libano y Siria, entre otros países. Además, con los nuevos Presupuestos municipales, se han recortado gravemente muchas subvenciones dirigidas al apoyo de las personas más vulnerables, a políticas sociales que, evidentemente, no son rentables para las arcas de cualquier administración pública, pero que identifican las diferentes formas de gobernar entre unas y otras.

Con nuestros impuestos queremos que funcione la sanidad y la educación públicas de calidad, pero también la justicia social, la defensa de los Derechos Humanos, la convivencia inclusiva de la población. Pero ya no es así. Desde la desagradable presencia de Vox en el gobierno autonómico y en diversos Ayuntamiento, los objetivos han girado a la contra. Bajo el mantra, tan usado por el grupo municipal de Vox en Castelló, “de los delirios ideológicos de la izquierda, de los comunistas y sectarios” se están cargando demasiados valores y principios humanistas de una ciudad que iba avanzando hacia el futuro.

Hay unos cuantos derechos sociales que se están recortando, se están ninguneando a las mujeres, a las personas migrantes… y luego, en las tertulias radiofónicas así como en los plenos municipales, Vox se queja de que les “insulten llamándonos ultraderecha o extrema derecha”. Es que lo son, son totalmente la ultraderecha, la supremacía y el nazismo ideológico. No hay más que escuchar las aberraciones de su presidente, Abascal, de sus otros líderes espirituales como Javier Milei o Trump. En Castelló, cuando se quejan y se rasgan las vestiduras, deberían explicar a la ciudadanía castellonense porqué se han opuesto a la reforma de la Constitución que elimina el concepto de ‘disminuidos’ para las personas con discapacidades diversas. 

Ayer volví a reunirme y comer con mi querida vecina Carmen. Nos cuesta celebrar la alegría. Nos cuesta sobrellevar una encuesta, publicada en la cadena SER, por la que destaca el pesimismo de la población ante la realidad que nos habita. Nos cuesta digerir el último informe del Consejo de la Juventud por el que la población joven se muestra desolada, cansada, sin esperanzas, preguntándose qué sería de ellas y ellos en el futuro inmediato, sin poder independizarse, sin la posibilidad de acceder a trabajos decentes. Nos cuesta digerir, además, la tan criticada, por los de siempre, subida del Salario Mínimo en un cuatro por ciento, cuando el aumento del alquiler de la vivienda ha subido un 60%.

Ayer comimos casi en silencio. Cociné para las dos un potaje conquense de Reíllo, el pueblo de mi padre, con sus patatas, judías pintas, -a remojo desde el sábado-, sofrito de cebolla, ajo y tomate crudo, y, sobre todo, con esas morcillas conservadas en aceite, en una tinaja de barro que mi abuela María bordaba. Un embutido, casi rancio, que marca maravillosamente el sabor del potaje.  Carmen, mi vecina, cocinó un segundo plato, conejo al ajillo, recordando esos almuerzos castellonenses del Perrico el Grau.

Además de ponernos al día tras una semana triste, muy triste, comentamos la película semanal que nos imponemos. En este caso ha sido Lloviendo Piedras, dirigida por Ken Loach, que narra las dificultades y desesperación de una familia, en el paro, sobreviviendo en un barrio pobre del norte de Londres. Una magistral crítica a la cruda situación que sufría la clase obrera en los años noventa, en plena ignominia y crisis del gobierno de Margaret Thatcher.

En medio de la comida mi vecina mostró tremenda indignación y cabreo con el nuevo negocio del “ya no memorable” tenista Rafa Nadal. ¿Qué falta le hace a este chico multimillonario venderse a un país como Arabia Saudita?. ¿Cómo ha podido caer tan bajo?. ¿Cómo puede decir que todo lo que ve allí es puro progreso cuando se trata de una dictadura que persigue los Derechos Humanos?. Al final de la comida brindamos con nuestra absenta Segarra de Xert, diciendo Vamos, Rafa, ya te vale. 

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