Fue portada de Plaza Alicante el pasado agosto. La actriz y directora, premio nacional de Literatura Dramática, vivía su mejor momento. Ahora, tras pasar el coronavirus, es el rostro de la incertidumbre que atraviesa el mundo de la cultura
VALÈNCIA.-Había llegado su momento. Después de años de experiencia como escritora, directora y actriz, de poner picas en Francia y Polonia, y de reconocimientos como el Premio Buero Vallejo 2009 y el de la Crítica Literaria Valenciana 2018, Lola Blasco (Alicante, 1983) se disponía a estrenar dos de sus obras en grandes templos de la escena en este país. El 22 de abril hubiera subido a las tablas del Teatro Valle-Inclán su laureada pieza Siglo mío, bestia mía, Premio Nacional de Literatura Dramática 2016, y un día después, el Teatro Español tenía programada su versión de Mujercitas. La pandemia, que nos ha dejado conmocionados y en suspenso, la ha apeado de su prometedor presente para proyectarla hacia un tiempo conjugado en condicional. La nueva enfermedad llegó incluso a postrarla en un hospital de Galicia. La dramaturga ha vuelto a las teclas, en concreto, ultima el libreto de su primera ópera, inspirada en el personaje de Marie en el Woyzeck de Georg Büchner, pero la supera una sensación de estupor, extrapolable a toda una sociedad en estado de alarma.
— El 23 de abril se habría estrenado tu versión de Mujercitas. ¿Cómo viviste el Día del Libro?
— Nada está siendo normal últimamente. Se ha paralizado todo. Así que lo viví con cierta tristeza, porque habría sido muy bonito celebrar una jornada así con un espectáculo que habla de una escritora. Me quedé en casa leyendo.
— ¿Qué estás leyendo estos días?
— Tropecientas cosas. Ahora estaba releyendo a Virginie Despentes y su Teoría King Kong. En realidad no estoy muy de acuerdo con sus tesis, pero me resulta interesante porque estoy a vueltas con la prostitución por el espectáculo en el que estoy trabajando.
— Los teatros fueron los primeros en cerrar y previsiblemente serán los últimos en abrir sin restricciones de seguridad. ¿Cómo te planteas la supervivencia en ese lapso?
— Estoy muy asustada. Somos una generación bastante castigada: sufrimos la crisis económica de 2008 cuando salíamos de las universidades, y ahora nos pilla otra, donde todo se cae, de un día para otro. También llega un momento en que te vuelves resistente a base de palos. Hace poco leía que después de este mundo no vamos a tener tantas comodidades, y me preguntaba cuándo las he tenido yo. Me genera rabia. Estoy justo en la edad en que debería empezar a irme bien, por todos estos años cosechados, pero mi futuro es absolutamente incierto. He trabajado mucho para ahora no tener nada. Y veo que tampoco se están tomando medidas para proteger la cultura. En el caso de la gente del teatro, vamos a ser un sector muy castigado, porque trabajamos en contacto.
— Uno de los debates abiertos estos días es si la disposición de obras de teatro para el público confinado perpetúa la idea de la gratuidad de la cultura. ¿Qué opinas?
— Por un lado tengo ganas de compartir, porque quiero paliar la angustia de la gente, pero la cultura no es gratis y hay que saber valorarla. De todos modos, el teatro grabado es algo que me cuesta, sobre todo por las grabaciones que tenemos aquí. Sí veo bastante ópera, porque algunos montajes extranjeros están muy bien grabados, pero nosotros no hemos filmado los espectáculos de esa manera. Si subo una obra mía está muy lejos de parecerse a lo que se estaba contando en ese momento sobre el escenario. Las cualidades del teatro son la presencia y la inmediatez. Así que no sé hasta qué punto se podrían reinventar las artes escénicas sin ser en vivo y en directo.
«estoy justo en la edad en que debería empezar a irme bien, por todos estos años, pero mi futuro es totalmente incierto»
— ¿Participaste en el apagón cultural?
— No, porque estoy en shock, intentando gestionar lo que está pasando. De momento no me estoy uniendo a ningún grupo, ni voz, porque quiero ver qué se pide. Y siendo sensatos, ¿qué tipo de apagón vamos a hacer? ¿Le va a importar a alguien? Porque las plataformas como Netflix y Filmin, que estamos usando todos, siguen en marcha. Por otro lado, dejar de mostrar obras de teatro no sé si es la mejor estrategia, y las voces que aparecen hablando del apagón, generalmente, son personas que tienen la vida resuelta y pueden resultar antipáticas a los ojos de muchos españoles medios que han perdido su empleo. Está siendo un momento durísimo para todos. Nos estamos quedando en paro; hay quien ha perdido a familiares y a amigos, quien ha pasado la enfermedad o está ingresado.
— Cuando pase este encierro, no vamos a ser los mismos. Los hay que vaticinan un mundo más solidario, los hay que apuntan a uno más irracional y egoísta. ¿Eres de la variante optimista o de la pesimista?
— De las dos. No puedo pensar que vayamos a salir fortalecidos. No me parece que el sufrimiento sea necesario para conocerse mejor a uno mismo. Preferiría llegar a este autoconocimiento sin dolor. Pero es verdad que a veces, cuando suceden este tipo de cosas traumáticas, la vida te obliga sí o sí a conocerte, a reconocerte y a mejorar, porque la experiencia es un grado. Puede ser una oportunidad, pero ojalá no hubiera pasado.
— ¿Qué es lo que te provoca más desazón?
— Sobre todo, me asusta cómo van a cambiar nuestras costumbres y nuestra forma de vivir. Lo que más nos aterra a los que tenemos hijos es que puedan vivir en un mundo diferente, donde la pérdida de libertad sea una constante. Estoy de acuerdo con que hay que frenar el contagio y quedarnos en casa, pero vamos a la calle con miedo, tapados con máscaras. En el momento en que cubrimos los rostros humanos, dejamos de sentir empatía y eso provoca muchísimo egoísmo, que es lo que estamos viendo últimamente en las redes sociales. Con la salida de los niños, he estado pensando mucho en la noción del tiempo. Nosotros podemos estar tres o cuatro meses de confinamiento y relativizar, porque medimos la vida de otra manera, pero ¿a cuánto tiempo equivale para un niño de cuatro años? ¿Cómo sale después a la calle? Con susto, con miedo.
— Siglo mío tiene una cualidad profética, pero uno de los efectos que acompañan a personas que atraviesan un conflicto existencial provocado por una larga enfermedad o por la incapacidad para remontar un episodio doloroso es la dificultad para ver claramente el futuro. ¿Vamos a perder a la Lola Blasco intuitiva?
— Por desgracia, con Siglo mío me adelanté. Sentía un presentimiento. Se veía venir, no solo el virus, que evidentemente nos pone en jaque y nos hace plantearnos que no somos tan importantes como especie sino, sobre todo, los movimientos geopolíticos actuales. Pero ahora mismo todavía no he podido procesar. Yo pasé la enfermedad. Estuve bastante jodida y me mantuve bastante tiempo separada de mi hija. Cuando la recuperé estuve disfrutando de lo que era estar con ella y, de repente, me empezó a entrar el otro escalofrío, el económico. No he podido escribir una línea. Sé que hay gente que ha podido, pero yo estoy con trabajos anteriores, de los que además, después de esto, me siento desconectada. Estoy en tiempo de reflexión.
— ¿Escribes diarios?
— Sí, lo hacía. Ahora lo sigo haciendo mentalmente. Por las noches hago examen de conciencia: pienso qué he hecho hoy y qué quiero hacer mañana. Practico todos los días, y los diarios los dejo para las obras, porque escribo mucho desde la primera persona, así que mis textos son de alguna manera mis diarios. Aunque luego, los muestro en público.
— ¿Qué emociones te asaltan cuando representas tu propia obra frente a una audiencia?
— La interpretación y la escritura no me las planteo en términos técnicos, sino como un transmisor. Cuando escribo siento que estoy canalizando algo que está en el ambiente, que se percibe. Y con la interpretación me planteo lo mismo: intento quitarme todo lo posible del medio para que el mensaje llegue al público. Cuando son mis textos, vuelvo a conectarme con aquella esencia. Y cuando son ajenos, lo bonito es que te obligan a colocarte en la mente del otro.
— ¿Qué implica ceder tus textos a otro para que los dirija?
— Es extraño; al principio sientes resistencia, porque es como entregar un hijo tuyo. Siempre es un proceso doloroso, pero lo importante es saber a quién se lo prestas. Últimamente me aparté de la dirección y mis textos los están asumiendo otras directoras. Tengo la suerte de tener mucha confianza en ellas. Y en el proceso vas descubriendo el lujo de que otras personas se acerquen a tu creación desde una perspectiva diferente. Lo de compartir siempre es enriquecedor.
— Has declarado que haces teatro porque te gusta compartir y quieres contar historias que hablen de injusticia. ¿Qué aspectos de este presente denunciarías?
— Me parece injusto que se haya dejado de apostar por la Sanidad pública. El hecho de estar con unas restricciones tan grandes tiene que ver con que no hay equipamiento. Seguramente, muchas muertes se podían haber evitado si hubiéramos estado mejor preparados. También me parece injusto que hayamos tratado tan mal la Educación y ni te cuento el caso de la cultura, porque no entra en la liga de las cosas de las que hay que hablar. Por último, la vivienda, que debería ser un derecho de todos los seres humanos.
— Tanto en tu versión de Yerma como en el personaje de Marie que estás preparando está muy presente la violencia de género. ¿También le estás dando vueltas estos días?
— Si ya era un problema antes, imagínate ahora, que las mujeres están completamente encerradas. Es difícil tanto estar solo como estar con los demás. Ahí hay algo de la famosa frase del A puerta cerrada de Sartre: «El infierno son los otros». Cuando estuve confinada por la enfermedad, deseaba terriblemente ver a alguien, y ahora que estoy con la familia, solo busco los momentos de silencio. Así que en situaciones límite, la violencia va a estallar como una olla a presión. Y me preocupa que no se pueda hacer el seguimiento como antes, pues el problema no es solo el coronavirus: si hay muchísimos muertos y enfermos con la Covid-19 en los hospitales, se deja de atender otro tipo de enfermedades. Y si la policía y las personas pertinentes están trabajando en otras cosas, habrá menos control en los casos de maltrato.
«es injusto haber tratado tan mal la educación, y ni te cuento la cultura, que ni entra en la liga de cosas de las que hay que hablar»
Lola Blasco lleva tatuados los primeros compases del Aria nº39 de La Pasión según San Mateo, de Bach. Asegura que de no haber sido dramaturga se hubiera dedicado a la composición. De hecho, la música vertebra muchas de sus obras, tanto a nivel temático como formal. Ha escrito Spoken words y consta como letrista en la SGAE. En 2014 firmó una obra sobre el drama de los desahucios que era mitad teatro documental, mitad musical, Artículo 47, dirigida por Lorena García de las Bayonas y protagonizada por Alba Flores. Ahora afirma seguir haciendo «sus cositas musicales». De hecho, la directora gallega Marta Pazos —que ha tomado las riendas de Siglo mío, bestia mía— prepara una sorpresa para cuando llegue el día de su estreno. El musical no es un género que atraiga a la alicantina de primeras, le motivan más la ópera y la zarzuela, «pero todo es ponerse».
— Siglo mío supuso un giro de tus textos hacia la melancolía, ¿crees que esta experiencia del confinamiento va a suponer otro cambio en tu escritura?
— Sí, pero todavía no sé cuál. De todas formas, ya estaba acabando un ciclo. Después de Marie no sé qué va a venir.
— Tu versión de Mujercitas tiene un punto gamberro. No sé si irán por ahí los tiros.
— Mujercitas tiene un sesgo cómico. Va a ser muy divertida, lo que pasa es que al final también es melancólica [risas]. Con el cambio no me refiero tanto a cómo voy a escribir, sino a empezar a hacer narrativa, textos más largos. Cada vez me cuesta más escribir en corto. Cada vez necesito más páginas.
— ¿Te gustó la película de Greta Gerwig sobre el clásico de Louisa May Alcott?
— Mucho, pero mi obra es más directa. Nos mojamos bastante. En mi versión no hay ningún personaje masculino. La película está genial, pero tiene paisajes maravillosos, e intentar recrear algo así en el teatro es casi imposible, así que yo he ido hacia el juego teatral. Me interesan ellas, dentro de las casas, cómo hacen teatro. He trabajado dos vertientes: por un lado, el encierro que sienten los personajes femeninos, y por otro, qué pasaría después, tal y como está apuntado en Mujercitas. Beth, por ejemplo, no es feliz después de casarse; el marido se va a ver a la vecina. Muestro qué sucedería años más tarde. Y no salen muy bien paradas.
— En un artículo para Vanity Fair, Greta Gerwig comentaba que los escritores no sois los mejores jueces de vuestras propias obras y que los textos que a ella le resultan más embarazosos son los que luego han conectado mejor con la audiencia. ¿Te sucede algo parecido?
— Los escritores que me han interesado siempre han hecho ese recorrido: comunicar la complejidad del mundo de una forma sencilla. En mis últimas obras intento buscar un lenguaje cada vez más esencial, que es el que puede conectar con un público más amplio. Hay que tender a la sencillez, pero no a una hueca.
— Las últimas palabras de tu Mujercitas apelan a la imaginación como vía de escape a lugares mejores. ¿Dónde te lleva la imaginación estos días?
— Necesito el mar cada cierto tiempo. La imaginación me lleva a la costa. Llevo bastante mal no poder recargar las pilas en la playa. Ahora estaría con mi niña y mi pareja en el litoral. Soy una persona muy sencilla. Mis paraísos son el mar y un libro.
— ¿Qué hay de escribir; no necesitas un ordenador o una hoja de papel y un bolígrafo?
— Puedo vivir sin escribir. De hecho, me cuesta mucho. Puedo ponerme con las tareas más desagradables: pasar la fregona o limpiar los baños antes de ponerme a escribir. Y cuando ya no puedo inventarme una excusa, me siento a hacerlo.
— En sus Cartas a un joven poeta, Rilke dice: «Si puedes vivir sin escribir, no escribas». ¿Discrepas?
— Sí, es cierto que tengo una resistencia terrible, porque escribir duele. Es muy complicado, porque implica encontrarte contigo. Pero una vez encuentro el camino en la pantalla en blanco, luego disfruto muchísimo. Y sé cuándo funcionan las cosas que escribo: cuando estoy riendo o llorando, generalmente, los demás también sienten. Pero hasta que llego a ese momento, como soy vaga, no me apetece, porque sé que va a doler. Prefiero hacerle la merienda a la niña.
* Esta artículo se publicó originalmente en el número 67 de la revista Plaza